miércoles, 28 de julio de 2021

Lo que la verdad esconde. Capítulo 9 parte 1

     El coche en el que viajaban Melissa y Germán llegó a la mansión de los Dominguez. Los padres de Germán vivían en la zona más cara de la ciudad, y como no cabría de otra manera en aquella zona de la urbe, poseían una gran mansión. La puerta para entrar a la villa estaba abierta para que los invitados pudieran acceder a ella sin necesidad de esperar. 




El coche en el que viajaban se internó en la propiedad. El conductor condujo por un largo camino hasta llegar a la casa. Melissa pudo observar como los jardines estaban pulcramente cuidados y los setos correctamente recortados. 

Cuando por fin el coche llegó a la entrada principal y paró su marcha, la pareja esperó a que el conductor les abriera la puerta. Cuando lo hizo, primero salió Germán y después Melissa gracias a la ayuda que le ofreció su novio. Una vez que ambos estaban fuera del vehículo, decidieron subir la escalinata de la mansión de los padres de Germán. Ellos, a diferencia de los demás invitados al llegar a la puerta de la villa, no entregaron ninguna invitación a los agentes de seguridad que allí se encontraban, ya que todos conocían perfectamente bien a Germán y esa acción era ridícula en su caso particular.

—Ella viene conmigo, es mi invitada personal —informó Germán a uno de los hombres que controlaban la entrada de invitados.

—Pásenlo bien, señor —le contestó el hombre a la vez que cabeceaba en su dirección.

—Eso espero —le contestó él.

Germán guió a Melissa a través de su casa mientras la cogía por la cintura. El salón era inmenso y estaba repleto de gente. Germán caminaba sonriente, estaba arrebatador y orgulloso de llevar a su lado a una mujer como Melissa.

—Parece que hemos sido de los últimos en llegar. —Germán habló a su pareja al oído.

—Eso parece —contestó Melissa sonriente mientras miraba a todos los allí ya reunidos.

La mujer se percató que todas las mujeres llevaban una flor en una pulsera alrededor de sus muñecas izquierdas, cada una la llevaba de un color distinto.

—¿Por qué todas las mujeres llevan esa flor? —preguntó Melissa a su pareja.

—Es una tradición de la fiesta del solsticio de verano. La mujer debe llevar una flor en su muñeca y su pareja masculina llevará una igual es su bolsillo del traje. Cada pareja lleva una flor de un color. Ahora si me disculpas, tengo que ir a buscar las nuestras. —Germán besó a su chica en la mejilla y desapareció entre la multitud. 

Melissa se quedó allí plantada en mitad del salón, sola entre toda aquella gente desconocida para ella. A la derecha, divisó una barra y decidió ir a buscar unas bebidas. 

—Dos copas de champagne, por favor —pidió Melissa al camarero que le atendió rápidamente. En breves segundos la mujer ya tenía en la barra la comanda.

—¡Cómo narices has entrado aquí! —le inquirió Borja agarrándola fuertemente del codo antes de que pudiera coger entre sus manos las dos copas.

—¡Suéltame! —le contestó ella intentando zafarse del agarre del hombre—. ¿Quién te crees que eres para agarrarme de ese modo? Suéltame, o no respondo. —Melissa estaba enojada con la actitud de aquel hombre. ¿Cómo se atrevía a hacerle aquel número delante de toda aquella gente? 

—¿Cómo te atreves a venir aquí, a mi casa? Tienes muy poca vergüenza presentándote aquí sin haber sido invitada. Márchate ahora mismo o llamaré a seguridad para que te echen. Ahórrate esa vergüenza. 

Melissa y Borja se miraron directamente a los ojos retándose uno al otro. El hombre estaba muy cabreado con la presencia de la mujer en su fiesta. Él no la había invitado y desconocía como había conseguido acceder sin invitación. La seguridad había tenido que fallar si ella se encontraba allí. Más tarde tendría que hablar con el equipo de seguridad a solas.

—Padre, ¿ya conoces a Melissa? —le preguntó Germán a su progenitor con dos cajitas que contenían las flores que lucirían él y su novia. Se trataban de unas grandes y preciosas rosas blancas.

—¡Oh, dios mío, Germán! ¿Este señor es tu padre? —intervino Melissa al ver que Borja no articulaba palabra—. El que nos hayas encontrado hablando, es meramente fruto de la casualidad. Vine a pedir unas copas de champagne y este amable señor me estaba aconsejando cual era la mejor elección. —Melissa le tendió a Germán la copa de champagne con una amplia sonrisa dibujada en su cara.

—¡Vaya! Pues que casualidad. La verdad es que tenía pensado hacerlo más tarde, pero para que dilatar más el momento y más ahora que se ha roto la sorpresa. Papá, te presento a mi novia, Melissa Talso. —Germán la cogió por la cintura, la estrechó contra él y la besó en el pelo—. Melissa, este es mi padre, Borja Domínguez.

—Encantada de conocerle, Borja —le dijo Melissa tendiéndole su mano de una forma cordial—. Su hijo me ha hablado mucho de usted y de su esposa. Tenía muchas ganas de poder conocerles.

—El placer es todo mío, Melissa. Aunque no tenía idea de su existencia hasta este preciso momento. Mi hijo nunca la había mencionado —contestó Germán mientras la cogía la mano y la besaba—. Tengo que felicitarte, hijo. Has sabido escoger muy bien.

—No lo sabes tú bien, papá. Ya os iréis conociendo mejor —dijo dirigiéndose a ambos—. Si nos disculpas, papá. Ahora iré a presentarle a mamá. No es justo que ya la conozcas tú y ella no.

—Por supuesto. Yo seguiré haciendo mis labores de buen anfitrión aquí. Melissa —agregó dirigiéndose a ella directamente—, siéntate como en tu casa.

—Gracias —le contestó ella con una sonrisa amable en su rostro.

La pareja abandonó la compañía de Borja y se internó en el bullicio propio del evento. La fiesta que celebraba la familia Domínguez para festejar el solsticio de verano era importante a nivel de la alta sociedad. A ella acudían personalidades de todos los ámbitos, desde políticos y personas de la nobleza, a banqueros y empresarios. Toda persona con un cierto poder en el país, se encontraba allí. Y aquella persona que no era invitada un año, era la comidilla del lugar.

Todo el mundo lucía sus mejores galas. Los hombres de frac o esmoquin y las mujeres de vestido largo de alta costura sin olvidar el mínimo detalle. Las mujeres de mayor edad lucían sus lustrosos collares de perlas naturales y las mujeres más jóvenes aprovechaban la velada para destacar; si no tenían todavía pareja, aprovechaban la ocasión para codearse con los solteros mas influyentes y pudientes de la alta sociedad. También era la ocasión propicia para tejer alianzas y conseguir realizar alguna que otra transacción comercial. Se dice que la mayor parte de los negocios se cierran en fiestas, y comidas y es verdad, pero en esta en concreto, la frase cobraba mayor relevancia.

Borja no había escatimado en gastos. En aquel momento tocaba la mejor orquestas del país, como no podía ser menos. A medida que se adentrara la noche, el escenario se movería al jardín y se transformaría en una mesa de mezclas para acoger a uno de los dj más respetados a nivel mundial y como no podía ser de otra forma, uno de los de mayor cachet.

—Bueno, parece que a mi padre le has entrado por buen ojo. Mi madre te encantará, ya verás. Antes de ir a buscarla, tenemos que ponernos las flores como los demás invitados. Espero que las flores sean de tu gusto.

—No habrías podido hacer mejor elección, son perfectas —sentenció la mujer.

 Germán le tendió una caja a Melissa. Mientras ella intentaba abrirla, él cogió la pulsera de ella entre sus manos. A continuación, cogió la mano izquierda de su novia y le puso la flor en la muñeca. Melissa imitó la acción de su pareja poniéndole la rosa blanca en el bolsillo del frac. 

—Ahora sí que formamos parte de la fiesta de forma oficial. Vayamos a buscar a mi madre. —Germán cogió la mano de su pareja entre las suyas—. No la he visto en el bullicio de la fiesta, seguro que estará todavía en su invernadero. Es su lugar de culto, ¿sabes?

—¿En su invernadero? —se interesó la mujer.

—Si. Mi madre no es muy aficionada a las fiestas aunque organice esta. Le estresa el bullicio. Y como has podido comprobar, a esta le sobra.

—¿Entonces por qué tus padres celebran esta fiesta?

—Es una tradición familiar para mi padre. Mi madre, suele hacer solo el paripé para contentarlo. Recibe a los invitados, está al lado de mi padre cuando da el discurso de rigor, pero en cuanto puede, suele hacer una escapada de la fiesta con el pretexto de ver sus plantas. Se puede decir que es su lugar de escape, su pequeño oasis personal donde nadie irá a molestarla.

—Excepto nosotros. Me temo, ¿no?

—Ella estará contenta de conocerte, Melissa. No le importará que la irrumpamos en su oasis de tranquilidad. De hecho, estará encantada, ya veras.

Germán y Melissa salieron de la casa por una cristalera que daba a la piscina, la bordearon y bajaron unas escaleras. A unos cincuenta metros, se erguía un magnífico invernadero de estructura señorial. El camino para llegar a él era de baldosas intercaladas por hierba, se encontraba iluminado con unas bonitas farolas. Desde la base de las escaleras, se podía ver como la puerta del invernadero se encontraba abierta.



—Ves, como te dije. Mi madre debe de estar ahí porque sino la puerta se encontraría cerrada. Mi madre es muy cuidadosa con todo eso.

La pareja se encaminó dirección al invernadero. Entraron en él y Germán guió a Melissa hacía una preciosa fuente situada aparentemente en el centro del invernadero. Allí estaba su madre descansando en un banco mirando como caía el agua. La mujer vestía un elegante vestido de noche, y un chal cubría sus hombros a modo de rebeca. El sonido que hacía la fuente era realmente relajante.

—Mamá. ¿Qué haces que no estás en la fiesta con papá ejerciendo de anfitriona? —le preguntó cariñosamente Germán a la vez que la besaba en la mejilla.

—Querido, tan guapo como siempre —le contestó tras mirarlo de arriba a abajo aprobando lo que veía—. Ya me conoces, no soporto la falsedad que se destila en este tipo de eventos. Todo el mundo viene con su mejor máscara puesta, destilan amabilidad, y nada más darte la vuelta, les falta poco tiempo para despellejarte o clavarte un puñal en la espalda. ¡Ups!, lo siento. —En ese momento la señora se dio cuenta que en el invernadero no estaban solo su hijo y ella sino que había otra mujer desconocida para ella—. ¿Cómo no me dijiste que venías acompañado?

—Si le sirve de consuelo. Yo tengo la misma opinión que usted de este tipo de eventos —contestó Melissa sonriendo e intentando quitar hierro al asunto. 

La señora le devolvió la sonrisa de forma cómplice.

—Bueno, mamá. Te quiero presentar a mi novia. Mamá, ella es Melissa Talso. Melissa, ella es mi madre, Elisabeth.

—Querida —la señora se levantó grácilmente del banco y abrazó efusivamente a la mujer—. Tenía tantas ganas de conocerte. Mi hijo me ha habla tanto sobre ti. Qué alegría conocerte al fin y poder ponerte cara. —Elisabeth la dio dos besos sonoros en la cara—. Madre mía hijo, es más preciosa de lo que me habías dicho. —Melissa solo pudo sonreír—. Vienes preciosa, chiquilla. ¿Quién es el diseñador de este magnífico vestido? ¿Es famoso?

—No mucho. Si lo fuera no podría permitirme uno de sus vestidos. Pero tal vez lo conozca. Según él me ha comentado, alguna de sus invitadas de hoy llevan alguno de sus diseños. Su nombre es Floren Deil. 

—¿Floren Deil? —preguntó la mujer más para ella que para Melissa—. ¿Tiene su taller en el edificio Plaza?

—Sí —contestó rápidamente Melissa—, efectivamente.

—He oído hablar a alguna de mis amigas de él pero no sabía que tuviera tanto talento. Tu vestido es realmente increíble. Quizás le haga pronto una visita. Estoy un poco harta de mis diseñadores habituales, siempre tan clasistas y una a veces quiere ser un poco rompedora, ¿sabes? —Melissa sonrió a modo de respuesta—. Pero bueno, ale, ale, reincorporemos los tres de nuevo a la fiesta. ¿Qué pensarán todas esas hienas si los tres no volvemos a aparecer en la fiesta? Me gusta que hablen de mi pero tampoco de forma tan innecesaria. Ya habrá tiempo de poder conocernos de forma más intima, ¿no crees? —La mujer se dirigió directamente a Melissa.

—Tiene toda la razón —le contestó ella.

—Además, Germán, tu chica no ha venido tan divina para venir a aquí y no lucirse. —Elisabeth sonrió a su hijo—. Pavonearos orgullosos por la fiesta y disfrutad queridos, disfrutar todo lo que podáis.

La señora cogió del brazo a ambos y así, los tres, abandonaron el invernadero dirección de nuevo a la fiesta.


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