La base de la organización Águila se encontraba en el centro administrativo de la ciudad de Ximar. Concretamente en un sótano al que se accedía por varios edificios que albergaban las oficinas de las empresas mas prestigiosas de todo el país. ¿Quién podía imaginarse que bajo aquellos edificios se encontraba uno de los centros secretos más importantes de la nación?
El acceso a su interior se hacía mediante los ascensores del edificio Plaza y de los edificios colindantes. Para bajar a las entrañas del centro de operaciones por medio de los ascensores, era necesario el uso de llaves digitales que solo poseían los agente de la organización. Las llaves se introducían en la misma ranura que las llaves comunes para acceder al garaje de los inmuebles, pero al meter la llave digital, esta era rápidamente reconocida por el sistema y con ello se conseguía el acceso al fuerte.
Melissa estacionó su recién adquirida moto en una de las plazas del garaje del edificio Plaza. A continuación se dirigió con paso decidido a los ascensores. A aquellas horas de la noche el parking estaba desierto. Todos y cada uno de los trabajadores que ocupaban aquel edificio en hora punta, ahora se encontrarían felizmente durmiendo en sus respectivas casas. Melissa oía sus pasos, eso la relajaba y la ponía tensa a partes iguales. Se encontraba en estado de alerta tras las palabras que le había dedicado Borja. No se sentía segura, debía cubrir bien su espalda las veinticuatro horas del día y debía de comenzar a hacerlo desde ya. La mujer llegó a las puertas del elevador y esperó a que este llegara. El ascensor tardó poco en llegar al parking. La mujer entró en el elevador e introdujo su llave digital en la ranura para tal efecto. En lugar de ascender al área de oficinas, descendió a un nivel inferior al del garaje. Tras unos segundos de descenso, el ascensor paró, las puertas se abrieron y ella se internó en la base.
—Buenas noches, Melissa. ¿Vienes mojada? —le preguntó de forma alegre Tania al verla salir del ascensor aún chorreando.
—¿En serio? La verdad es que hasta que no lo has mencionado, no me había dado cuenta. Gracias por la observación, Tania —contestó Melissa con una sonrisa dibujada en su rostro—. ¿Sabes si está Alex todavía por aquí?
—No. Ya se fue hace un buen rato. ¿Por? —se interesó Tania.
—Quería darle las gracias por la moto que dejó en el sitio acordado. No es como la que perdí, pero tiene muy buena pinta.
—Entonces me temo que tendrás que esperar a mañana para darle las gracias, Melissa.
—¡Melissa a mi despacho! —Francisco la llamó sin un ápice de alegría tiñendo su voz.
Francisco era el jefe de la organización Águila. Tenía unos cincuenta años. Era alto, gallardo, apuesto y su pelo negro impoluto comenzaba a encanecerse. Poseía una sonrisa carismática que en raras ocasiones dejaba entrever. Era joven para ostentar aquel puesto, pero si lo tenía, sería por algo. Según le había comentado en una ocasión Alejandro, durante su época como agente de campo había sido implacable. Había ejecutado cada una de sus misiones de una forma impoluta. Era meticuloso y no le temblaba el pulso cuando era necesario. Siempre se había discernido de sus compañeros por una virtud, su increíble inteligencia. A pesar de que a todo agente se le daba una hoja de ruta para realizar su misión, él la estudiaba de una forma meticulosa, intentaba vislumbrar las debilidades del plan trazado y si las encontraba, que siempre lo hacía, las subsanaba para no correr riesgos innecesarios durante su ejecución. En poco tiempo, se ganó el respeto de todos sus compañeros y sus superiores se fijaron en él. Rápidamente escaló puestos en el organigrama hasta llegar al puesto que ostenta en estos momentos.
—Si, señor —le contestó ella—. ¿Me permitiría antes de informar sobre mi misión cambiarme de ropa? Estoy empapada y no me gustaría pillar un resfriado.
—Por supuesto, agente. No está dentro de nuestro deseo que enferme —contestó en esta ocasión Yolanda, la segundo de Francisco—. No creo que cambie mucho nuestra situación informando cinco minutos antes o cinco minutos después, ¿no crees? —La mujer se dirigió a Francisco pero este no contestó ni apartó su mirada de Melissa—. Tome una ducha, después vaya al vestidor de mi despacho y escoja la ropa que prefiera, Melissa. Nosotros le esperaremos en el despacho de Francisco.
Melissa asintió a sus jefes a modo de contestación y se dirigió, sin preámbulos, a los vestuarios para darse una merecida ducha.
Los vestuarios estaban completamente vacíos, nadie se encontraba en ellos. La mujer se dirigió a uno de los solitarios bancos y se sentó sobre él. Primero se quitó sus botas, a continuación, hizo lo propio con los calcetines. Posó sus pies sobre las frías baldosas. Antes de continuar desvistiéndose, escurrió uno por uno sus calcetines. Tras ejecutar esa acción, posó los calcetines en el banco cerca de donde estaba sentada y se levantó. Se quitó primero la cazadora y la colgó en una de las perchas. Hizo lo propio con la sobaquera. A continuación, se quitó los pantalones y los dejó encima del banco. Melissa procedió a eliminar de sus piernas las bandas a las que estaban sujetas tanto los cargadores como la navaja militar que portaba. Se quitó el mono pantalón ajustado que vestía y toda su ropa interior, tras lo cual, se quedó completamente desnuda y eso la reconfortó porque odiaba tener que vestir aquella ropa tan pesada.
Melissa llevaba su melena recogida en una coleta. Primeramente quitó las horquillas que llevaba en el cabello. A continuación hizo muy lentamente lo mismo con la goma y saboreo como su melena tocaba suavemente su piel. Meneó su melena. Le encantaba llevarla suelta, pero durante las misiones era mas práctico llevarla recogida, había que correr y el pelo suelto en esas circunstancias era un incordio.
Se encaminó a las vacías duchas. Ninguno de sus compañeros se encontraba por allí. Por lo que ella sabía, hoy no había misiones programadas por lo que podía tomarse una ducha de forma relajada sin miradas indiscretas sobre ella. El agua tibia comenzó a caer de forma reparadora sobre su cuerpo. En ese momento, al notar el tacto cálido del agua sobre ella, se dio cuenta de que todo su cuerpo estaba helado por culpa de su chapuzón en las gélidas aguas del mar. La mujer se jabonó bien tanto su pelo como su cuerpo, quería eliminar de ella cada resto de sal que se encontrara sobre ella. Cuando supuso que estaba convenientemente limpia, cerró el grifo y se dirigió a buscar una toalla. Llevando solo una toalla cubriendo su cuerpo, se dirigió al vestidor que se encontraba en el despacho de Yolanda.
Aquel vestidor era inmenso, contenía ropa de todos los estilos, desde vestidos de fiesta, hasta ropa de baño. Todo agente antes de ir a su misión pasaba por allí para seleccionar la indumentaria más acorde al entorno en el que fuera a trabajar. Melissa se decantó por unos vaqueros grises, una camiseta blanca y unos botines negros de tacón bajo; ropa sencilla pero con la que se sentía muy cómoda. Tras mirarse en el espejo y peinarse el pelo un poco con las manos, se encaminó al despacho de Francisco para informar sobre lo acontecido en su reunión con Borja.
Antes de entrar en el despacho, llamó a la puerta y esperó a que la invitarán a pasar.
—Adelante, Melissa —oyó decir a Francisco desde dentro.
—Buenas noches. Señor, señora —contestó ella tras abrir la puerta y entrar en la sala.
—Por el escándalo que se ha formado en el puerto, me temo que hubo una desavenencia entre Borja y usted, ¿no es así? —Francisco estaba sentado relajado tras su escritorio.
—Más que eso, señor —contestó Melissa tras sentarse en una de las sillas enfrente de su jefe.
—¿Más que eso? Explíquenos, por favor. —Yolanda estaba de pie tras el sillón de Francisco con una mano descansando sobre el respaldo.
Yolanda era la mano derecha de Francisco. Entre ellos había una relación muy complice. En ocasiones Melissa creía que entre ellos había una relación sentimental. Cuando Francisco no se encontraba en la base, Yolanda era la que estaba al mando. Fuera de las paredes de la base, era la encargada de supervisar y coordinar los orfanatos de todo país. Era una mujer lista y también muy joven para ostentar un puesto de tanta responsabilidad como el que poseía. Tenía cuarenta y ocho años, media un metro setenta, era esbelta y tenía el pelo corto de color caoba.
—Borja, como sospechábamos, no acudió solo a la cita. Al menos había cinco francotiradores apostados en la zona alta de la fabrica. Por la rapidez con la que abrieron fuego contra mi, estaba todo más que preparado. En cuanto Borja entró en su vehículo, un mar de balas surcó el ambiente cuyo destinatario era yo.
—¿Pudo contraatacar? —quiso saber Yolanda.
—Me fue imposible. Llegué a duras penas al abrigo de un container que me sirvió de escudo. Teniendo en cuenta las múltiples direcciones de los proyectiles y sin contar con refuerzos, creí más conveniente escapar de allí que arriesgarme a intentar eliminar a algún francotirador —contestó Melissa mirando tanto a Yolanda como a Francisco—. Valoré la posibilidad, pero mis probabilidades de éxito eran bajas.
—Hizo bien —contestó Francisco tras removerse en su sillón—. Además, tampoco creo que sobreviviera ninguno a la moto bomba. Bueno, ahora vayamos a lo importante. ¿Qué proposición tenía Borja para nosotros?
—En realidad era un mandado del mismísimo presidente. Quería que asesináramos al vicepresidente del país. —Melissa miró únicamente a Francisco.
—¿Al vicepresidente? —Francisco estaba extrañado por la proposición de Borja—. ¿Qué insensatez es esa? ¿Qué pretenden con ello? Sobreentiendo que lo rechazó rotundamente por los acontecimientos ocurridos posteriormente.
—Si —Melissa también asintió con su cabeza—. El objetivo no cumplía nuestros criterios de aceptación. Espero haber hecho lo correcto, señor.
—Por supuesto que hizo lo correcto. No dude de su criterio —respondió Francisco rápidamente—. Según la información que manejamos, ese hombre es un hombre completamente íntegro; no como parece ser nuestro querido presidente. No se preocupe, ya pensaremos algo para intentar minimizar las consecuencias de todo esto. Ya puede volver a casa. Ha hecho un buen trabajo hoy, Melissa.
—La verdad es que hay algo más, señor.
—¿Algo más?
—Sí, señor —respondió Melissa—. Mi negativa no gustó nada a Borja. Me hizo saber que habría consecuencias para nosotros por no aceptar el trabajo encomendado y tal y como abrieron fuego esos francotiradores contra mi, esa amenaza no se hizo esperar.
—Comprendo —contestó Francisco—. Habrá que extremar nuestras medidas de seguridad. No es bueno no tomar en cuenta los apercibimientos. ¿Tiene algo más que informar?
—No, señor. Eso es todo.
—Perfecto. Es hora de que regrese de nuevo a su casa, Melissa. Descanse. Mañana es un nuevo día y no sabemos lo que nos puede deparar. A partir de hoy, todos debemos estar en máxima alerta y para ello es necesario descansar bien mientras podamos.
Melissa tras oír esas palabras, se levantó de la silla y procedió a abandonar el despacho de su jefe. Antes de salir, Francisco la abordó de nuevo.
—¡Ah Melissa! Se me olvidaba. En la plaza número quince encontrará una moto exactamente igual a la que perdió hace un rato en el puerto. Por supuesto, posee la misma matricula, nadie se dará cuenta del cambiazo, ni siquiera usted. Tome las llaves.
Francisco le tiró las llaves y Melissa las cogió en el aire con una sonrisa dibujada en su cara.
—Gracias, señor —respondió ella una vez que ya tenía entre sus manos las llaves de su nueva moto.
Al menos, a pesar de haber perdido su moto, volvía a tener de nuevo una exactamente igual, nueva y sin tener que haber gastado un solo euro por ella. No todo había salido tan mal después de todo.
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