miércoles, 28 de julio de 2021

Lo que la verdad esconde. Capítulo 10

    La puerta de la habitación se cerró tras su paso. El desconocido la inmovilizó rápidamente contra la puerta. Le colocó los brazos por encima de su cabeza y la aprisionó con su cuerpo impidiéndola el movimiento. La habitación estaba en penumbra, por lo que no podía ver el rostro de su agresor. Tras un pequeño forcejeo por parte de la mujer, el hombre misterioso decidió hablar.

—Deja en paz a mi familia. Aléjate de ellos. —Melissa discernió la voz de Borja—. Pero sobre todo, aléjate de mi hijo, o no responderé de mis actos. ¿Me has entendido con claridad? —Borja intensificó sus palabras dándola un golpe seco contra la puerta.

Melissa estaba cansada de la estupidez de aquel hombre y de su prepotencia. ¿Quién se creía que era? Ella no pudo hacer otra cosa que reírse de aquella situación tan surrealista. La mano derecha del presidente la estaba amenazando en la fiesta de solsticio de verano. ¿Qué le iba a hacer teniendo en cuenta que la casa estaba rodeada de invitados? Aquel hombre estaba claro que no sabía con quien se estaba enfrentando.

—¿De qué narices te ríes? —preguntó Borja aún más enfurecido por la actitud de aquella mujer.

—De esta situación tan surrealista. Dime que no te parece cómica esta escena. ¿Qué diría tu mujer si nos viera a los dos de esta guisa? ¿Se pondría celosa? —Melissa se mordió el labio inferior para darle más dramatismo a la situación—. ¿O acaso estás disfrutando? No creía que fuera tu tipo, Borja.

El hombre intentó volver a golpearla contra la puerta pero Melissa decidió contraatacar demostrándole que las amenazas que le lanzaban no le intimidaban en absoluto y que si alguien allí tenía posibilidades de coaccionar, esa persona era solo ella. El vestido que llevaba era bastante ajustado, por lo que no tenía mucho margen de maniobra, pero eso no le impediría salir victoriosa de aquella situación. En otras situaciones peores que aquella ya se había visto envuelta. Decidió clavar su tacón izquierdo en el pie derecho de Borja, esto le provocó tal dolor al hombre que disminuyó la fuerza de agarre que ejercía sobre sus brazos. Melissa aprovechó ese momento de debilidad de su agresor para zafarse de él. Con la rodilla derecha le golpeó la entrepierna, el hombre se dobló de dolor como acto reflejo. La mujer aprovechó la situación para escabullirse definitivamente y retorcerle el brazo derecho e inmovilizarlo finalmente contra la pared. Las tornas habían cambiado radicalmente en poco tiempo.

—La que no voy a responder de mis actos, querido Borja, voy a ser yo como sigas por ese camino —Melissa le susurró a su anfitrión en el oído—. Estoy harta de tus estúpidas amenazas. La que ahora te intimida, soy yo —Melissa levantó su tono y empujó a Borja contra la pared—. El que debes dejarme en paz o te arrepentirás eres tú. ¡Ah! Y permíteme darte un consejo, Borja, y sólo porque comienzas a caerme bien. Hazme caso y no sigas tocándome más las narices, porque yo si que nunca amenazo en vano. ¿Me has entendido bien? —Borja contestó asintiendo—. Si quiero salir con tu hijo, me permitirás hacerlo y si quiero hacerme amiga de tu mujer, tú me apoyarás y no me lo impedirás bajo ningún contesto. No te conviene enfurecerme, Borja, porque no me conoces enfadada y no sabes de lo que soy capaz cuando me encuentro en ese estado.

—De acuerdo —contestó finalmente Borja a media voz—. Te he entendido perfectamente. Si lo que quieres es que no me interponga en tu camino, eso haré.

—Buen chico, buen chico —respondió Melissa sonriendo por culpa de las falsas palabras que le transmitía aquel hombre—. ¡Ah! Si me permites añadir una última cosita... Ni se os ocurra ni a ti, ni al presidente intentar atentar contra el vicepresidente como teníais planeado. Si eso ocurre, si que habrá consecuencias por nuestra parte. Créeme, no os gustarán a ninguno de los dos descubrirlas y puede que yo ya tenga alguna que otra cosa pensada. —Borja intentó zafarse pero Melissa no se lo permitió—. ¿Es qué me estás leyendo la mente? No tienes ni idea de lo imaginativa que soy. Podría hacerle cosas increíbles a tu encantadora mujer o quizás mejor a tu hijo. 

—No te atreverías.

—¿Eso crees? ¿Crees que no soy capaz de hacerle daño a tu hijo? ¿Realmente crees que estoy enamorada de él? —Borja no le contestó—. No te creerías de verdad que estoy con tu hijo por pura casualidad, ¿no? Estoy precisamente donde la organización quiere que esté. No solo yo me encuentro infiltrada, hay más como yo revoloteando entre los miembros del gobierno.

—Eso es imposible.

—Llevamos años infiltrándonos en vuestras filas. Nada más tienes que ver lo bien que me ha ido a mi. ¿Quién sabe si a los demás no les habrá ido aún mejor? —Borja intentó zafarse de nuevo sin éxito—. He de decir que yo he tenido suerte teniendo que engatusar a tu guapísimo hijo. Algo fanfarrón, pero en el fondo un trozo de pan que he sabido fácilmente conquistar. Créeme cuando te digo que está siendo una experiencia muy satisfactoria para ambos. Tu hijo y yo nos lo pasamos muy bien juntos. Cada día que pasa creo que está más encaprichado de mí. ¿Te lo puedes creer? Una lástima que yo no sienta lo mismo por él. En otras circunstancia no me habría sido difícil enamorarme de él. He de decir que tienes una familia increíble a pesar de que no te la mereces. Ahora si me permites, tengo que continuar asistiendo a una maravillosa fiesta de la que tú eres el anfitrión y a la que yo he sido invitada. ¿Quieres que nos reincorporemos juntos o será demasiado para ti? 

Borja pensó durante un rato su contestación pero al final asintió despacio. Melissa decidió cesar poco a poco su agarre sobre el hombre. Al ver que no cometía ninguna estupidez, lo soltó por completo.

—¿Ves como no todo es tan malo? —intervino de nuevo Melissa—. Quizás tú y yo podamos llegar a ser grandes amigos. ¿Quién sabe, no crees?

—Tú y yo nunca podríamos ser amigos —le contestó el hombre que se giró para enfrentarla.

—¿Tu mamá nunca te dijo que nunca digas nunca? A veces las circunstancias cambian y debes saber tragarte tus propias palabras. No se sabe donde uno puede encontrar a su próximo aliado.

—De una cosa en esta vida si que estoy seguro. Tú y yo nunca seremos aliados y mucho menos amigos. Cuando menos te lo pienses, te destruiré y ese día te arrepentirás de haberte entrometido en mi camino. El infierno está aquí en la tierra y yo te lo demostraré y no tardando mucho.

—No tienes ni idea de lo gracioso que eres. ¿Nunca has pensado en cambiar de profesión y hacerte monologuista? —Melissa se acercó a Borja mientras lo miraba a los ojos—. Ahora saldremos de esta habitación y nos reincorporaremos a esa maravillosa fiesta como los dos adultos sensatos que somos —la mujer le acarició el brazo izquierdo—. No tenemos porque dar una escena delante de los invitados, si tu no quieres, claro —Melissa le dobló el brazo, se puso a su vera y se agarró a él—. Podemos actuar y parecer una nuera y un suegro felices, ¿qué me dices? Será quizás nuestra mejor actuación. 

Borja bajó su mirada para ver como Melissa estaba agarrada a su brazo. Aquella mujer lo tenía entre la espada y la pared. Si quería deshacerse de ella debería de hacerlo más adelante, hoy estaba claro que no era el día. Pero si de una cosa estaba seguro es que no había llegado hasta su posición por no ser paciente. Esperaría su momento y cuando tuviera la oportunidad la destruiría sin miramientos.

Borja decidió finalmente abrir la puerta y los dos salieron al pasillo para retornar a la fiesta. Cuando los dos llegaron al umbral del festejo, Germán se acercó a los dos rápidamente.

—Melissa, me tenías preocupado. —El hijo de Borja se puso delante de la pareja—. Pensé que te había ocurrido algo, tardaste tanto en regresar... 

—Puedes comprobar que tu chica se encuentra perfectamente —contestó Borja—. Esta mujer sabe cuidarse perfectamente ella sola. Quizás mejor que tú y yo juntos, hijo.

Melissa sonrió a su novio mientras se desenlazaba de Borja y cogía la cara de Germán entre sus manos.

—¿Qué podría ocurrirme aquí? —Melissa terminó la pregunta sellando sus labios a los de su chico—. ¿Sabes una cosa? Me encanta que me eches de menos.


Lo que la verdad esconde. Capítulo 9 parte 2

     Elisabeth y Melissa congeniaron desde el principio. La madre de Germán era una señora elegante de mediana edad. Para la ocasión llevaba su pelo negro recogido en un moño bajo sujeto con un prendedor de brillantes. Lucía un vestido largo, azul oscuro del mismo color que sus ojos. A pesar de lo que cabría esperar, era una mujer muy sociable. Presentó a Melissa como novia de su hijo a un montón de invitados, derrochaba alegría y se le notaba contenta a pesar de detestar el bullicio de las fiestas. Melissa pudo comprobar como madre e hijo se llevaban a las mil maravillas. Tenían una relación cercana, una química especial surgían entre ambos. 

La música sonaba, aunque a la gente no le impedía hablar. Bebida y comida nadaba entre los invitados y la gente no se cortaba a la hora de catar y beber manjares. En ese momento Germán divisó a alguien conocido para él.

—Si me disculpáis. Acabo de ver a Tomás, me gustaría poder hablar con él. Mamá, Melissa —dijo Germán a modo de despedida a las dos mujeres dando a esta última un beso rápido en los labios antes de alejarse de ellas.

Melissa vio como su novio se alejaba de ella y desaparecía entre los invitados. Ella no podría poner cara a Tomás.

—Hacía mucho tiempo que no veía a mi hijo tan feliz, y eso me gusta —dijo Elisabeth cuando su hijo ya se había alejado de ambas—. Ni siquiera cuando cumplió su sueño de ser actor al darle el papel protagonista de la serie “Balas perdidas” estaba así de contento. Derrocha alegría y eso me hace muy feliz y todo, presumo, gracias a ti, querida. —La mujer la miro y la sonrió de forma cómplice, pero esa sonrisa se desvaneció tan rápido como se dibujo en su rostro. Alguien había aparecido en su campo de visión que le había hecho cambiar de semblante—. Mira, por aquí viene mi marido. —Elisabeth intento hablar de forma casual, pero Melissa pudo percibir un deje especial. Borja se aproximaba a ambas con cara sonriente, como si el incidente del inicio de la velada nunca hubiera acontecido entre él y la novia de su hijo—. Borja, querido. —Este dio un beso casto a su mujer en la cara a modo de saludo y rodeo con su brazo la cintura de su esposa.

—Señoras —dijo a modo de saludo para ambas—. Compruebo que nuestro querido vástago ya te ha presentado a su preciosa y nueva novia —agregó diciendo la última palabra con cierto deje despectivo.

—Sí, es una joven encantadora —contestó rápidamente Elisabeth para quitar hierro al asunto—. Presiento que nos haremos grandes amigas, ¿a qué sí, querida? —agregó cogiendo las manos de Melissa entre las de ella.

—Eso espero, Elisabeth. —La joven sonrió a la mujer de forma cómplice.

—No os encariñéis mucho —cortó tajantemente Borja—. Como bien sabrás —dijo mirando directamente a Melissa—, y si no lo sabes te informo yo ahora mismo. A mi hijo le dura una novia lo que dura un telediario.

—¿Qué te pasa, Borja? —le inquirió su mujer sorprendida ante el comentario hecho por su marido. 

—Solamente estoy siendo sincero con la chica. Es mejor que sepa la realidad que le espera antes de que desaparezca el suelo bajo sus pies cuando menos se lo espere —le contestó él.

—¿Siempre le dice estas lindezas a las “novias” de su hijo? —le contestó Melissa—. Ya entiendo un poco mejor porque las parejas de su hijo no han fructificado antes. Le aseguro que conmigo, esas “perlitas” no le servirán para separarme de él, si es lo que realmente pretende con ello. —Borja no la contestó y Elisabeth no intervino por miedo a crear un conflicto delante de todos los invitados de la fiesta—. Cariño, ya comenzaba a extrañarte —agregó Melissa dirigiéndose a Germán que se aproximaba al grupo compuesto por sus padres y ella.

—¿De verdad? ¿Entonces me harías el honor bailar conmigo? —le preguntó Germán a su novia.

—Me encantaría —le contestó ella—. Si nos disculpan —dijo a modo de despedida a los progenitores de su novio.

La elegante pareja se unió a las demás que ya bailaban al son de la música. Melissa desde la pista, comprobó como el matrimonio mantenía una acalorada conversación y al finalizar, Borja desapareció como alma que llevaba el diablo. Por su parte, Elisabeth mantuvo la compostura y continuó ejerciendo de buena anfitriona a falta de la presencia de su marido. Melissa se alegró por dentro, claro estaba sin exteriorizarlo. Borja podía ser poderoso pero también estúpido e impulsivo. Estaba claro que las palabras mordaces que le había dedicado no habían gustado nada a su mujer y le había reprendido por su comportamiento inaceptable.

—Parece que mamá y tú habéis compaginado bien, ¿no? —Germán la devolvió a la realidad y la sacó de la ensoñación en la que estaba inmersa justo en aquel preciso momento.

—Si, sería imposible no llevarse bien con ella. Tienes mucha suerte de tener una madre así, German. —Melissa apoyó su cabeza sobre el hombro de su novio.

—¿Mi padre dijo o hizo algo que te incomodó, Melissa?

—No, cielo. —Melissa no podía comprender por qué le hacía aquella pregunta—. ¿Por qué habría de hacer tu padre una cosa así? 

—Porque es lo que hace siempre con todas las mujeres a las que traigo a casa. Intenta espantarlas y me extraña que no halla intentado esa maniobra ya contigo. —Germán bajó su mano despacio por la espalda de su chica.

—Quizás le guste más que mis antecesoras, ¿no crees? —Melissa miró a los ojos a su novio, se lamió el labio inferior de forma sensual y a continuación se río—. Sí, cariño, me has pillado. Tu padre ya intentó espantarme hace apenas unos minutos.

—¿Ocurrió justo antes de que yo llegara? —Germán estaba completamente indignado por la actitud de su padre.

Melissa asintió antes de proceder a contestar. 

—Pero no tienes de qué preocupar. Como puedes comprobar, sigo aquí a tu lado. —Melissa le tocó grácilmente el cuello—. Si quiere separarnos tendrá que esmerarse algo más que con unas simples palabras soeces. Te quiero, German. Y ahora que nos hemos reencontrado, nada podrá separarnos, cariño, nada. Te lo prometo.

—No sé que he hecho para merecerte. —Germán apoyó su frente suavemente sobre la de su novia—. Eres increíble, Melissa. No entiendo como alguien no te pescó antes que yo. —Melissa volvió a morderse el labio—. Melissa, cielo, no sigas haciendo eso porque lo único que consigues con ello es que desee morderte yo mismo esos labios tan sensuales que tienes. —Germán no la mordió pero la besó tiernamente en los labios—. En estos momentos me siento el hombre más feliz del mundo. No sé que sería de mi si te perdiera ahora que por fin te he hallado.





    —Creo que deberíamos descansar un poco, ¿no te parece? —le preguntó Melissa a Germán tras llevar un buen rato bailando sin parar—. Además, me gustaría retocarme un poco el maquillaje. Si no te importa, claro.

    —¿Quieres retocar el maquillaje? Pero si estas preciosa, Mel. Ni siquiera entiendo porque te has maquillado para venir. Tu eres guapísima tal y como eres sin necesidad de esos potingues que te has echado hoy en la cara. —Germán tocó la mejilla derecha de su chica de forma tierna.

—Eso lo dices porque me miras con buenos ojos. Toda esta gente no pensaría igual que tú si no me viera maquillada —le contestó ella. 

—Lo dudo mucho. Por la forma en que te miran los solteros de la fiesta, bueno mejor dicho todos los hombres de esta fiesta, diría que soy el hombre más envidiado e incluso odiado a partes iguales por acaparar yo solo tú entera compañía —le contestó él con su característica media sonrisa. Esa media sonrisa que hacía que cualquier mujer se derritiera nada más verla y que a ella tanto le gustaba.

La canción que en ese momento estaban bailando, terminó y la pareja abandonó la zona de baile cogidos de la mano. Germán la guió hasta una zona más distante de la fiesta y la abrazó efusivamente atrayéndola hacia su cuerpo.

—Eres tan perfecta, Melissa. He tenido tanta suerte de encontrarte —Germán jugó con uno de los mechones del pelo su pareja.

—¿Me indicarás por donde debo dirigirme para ir al tocador, Germán?

Melissa cambió de tema radicalmente y eso lo descolocó.

—En serio, ¿me estás preguntando eso? —Germán no podía creer que no le siguiera la corriente y que solo estuviera obsesionada con ir al baño. Ella le respondió asintiendo—. Sigue ese pasillo —lo señaló con un movimiento de cabeza—. Es la tercera puerta de la izquierda.

—Gracias, cielo. No tardaré. Te prometo que te recompensaré a mi regreso.

Melissa se puso de puntillas y besó a su chico en los labios.

—Eso espero. Si veo que tardas en volver, me preocuparé tremendamente. Aquí hay mucho hombre suelto y no todos son tan decentes como yo. —Germán estrechó aun más fuerte a Melissa.

Melissa consiguió finalmente separarse de su chico y tomó la dirección que su pareja le había señalado. Al cabo de unos segundos, llegó al baño. El baño era amplio, como no podía ser de otra forma teniendo en cuenta la casa en la que se encontraba. Las paredes eran de mármol negro. El baño estaba decorado de forma clásica y ostentosa. La joven dejó su pequeño bolso sobre el mármol que bordeaba el lavabo y se miró en el gran espejo. El maquillaje había aguantado bastante bien la velada pero creyó conveniente retocarlo un poco. Todavía quedaba mucha noche por delante y debía estar perfecta durante el resto de fiesta que quedaba por delante. Cuando terminó de retocarse, estaba ya lista para regresar a la fiesta y continuar con su mejor actuación delante de toda aquella gente.

Salió del baño y se encaminó de nuevo al salón donde tenía lugar la fiesta. Cuando estaba apunto de llegar, a la altura de la primera puerta del pasillo, una mano la cogió agresivamente por el codo y la arrastró hacia la habitación donde se escondía el propietario de la misma. La mujer no supo reaccionar a tiempo y desapareció antes de que nadie se percatara de su desaparición. 



Lo que la verdad esconde. Capítulo 9 parte 1

     El coche en el que viajaban Melissa y Germán llegó a la mansión de los Dominguez. Los padres de Germán vivían en la zona más cara de la ciudad, y como no cabría de otra manera en aquella zona de la urbe, poseían una gran mansión. La puerta para entrar a la villa estaba abierta para que los invitados pudieran acceder a ella sin necesidad de esperar. 




El coche en el que viajaban se internó en la propiedad. El conductor condujo por un largo camino hasta llegar a la casa. Melissa pudo observar como los jardines estaban pulcramente cuidados y los setos correctamente recortados. 

Cuando por fin el coche llegó a la entrada principal y paró su marcha, la pareja esperó a que el conductor les abriera la puerta. Cuando lo hizo, primero salió Germán y después Melissa gracias a la ayuda que le ofreció su novio. Una vez que ambos estaban fuera del vehículo, decidieron subir la escalinata de la mansión de los padres de Germán. Ellos, a diferencia de los demás invitados al llegar a la puerta de la villa, no entregaron ninguna invitación a los agentes de seguridad que allí se encontraban, ya que todos conocían perfectamente bien a Germán y esa acción era ridícula en su caso particular.

—Ella viene conmigo, es mi invitada personal —informó Germán a uno de los hombres que controlaban la entrada de invitados.

—Pásenlo bien, señor —le contestó el hombre a la vez que cabeceaba en su dirección.

—Eso espero —le contestó él.

Germán guió a Melissa a través de su casa mientras la cogía por la cintura. El salón era inmenso y estaba repleto de gente. Germán caminaba sonriente, estaba arrebatador y orgulloso de llevar a su lado a una mujer como Melissa.

—Parece que hemos sido de los últimos en llegar. —Germán habló a su pareja al oído.

—Eso parece —contestó Melissa sonriente mientras miraba a todos los allí ya reunidos.

La mujer se percató que todas las mujeres llevaban una flor en una pulsera alrededor de sus muñecas izquierdas, cada una la llevaba de un color distinto.

—¿Por qué todas las mujeres llevan esa flor? —preguntó Melissa a su pareja.

—Es una tradición de la fiesta del solsticio de verano. La mujer debe llevar una flor en su muñeca y su pareja masculina llevará una igual es su bolsillo del traje. Cada pareja lleva una flor de un color. Ahora si me disculpas, tengo que ir a buscar las nuestras. —Germán besó a su chica en la mejilla y desapareció entre la multitud. 

Melissa se quedó allí plantada en mitad del salón, sola entre toda aquella gente desconocida para ella. A la derecha, divisó una barra y decidió ir a buscar unas bebidas. 

—Dos copas de champagne, por favor —pidió Melissa al camarero que le atendió rápidamente. En breves segundos la mujer ya tenía en la barra la comanda.

—¡Cómo narices has entrado aquí! —le inquirió Borja agarrándola fuertemente del codo antes de que pudiera coger entre sus manos las dos copas.

—¡Suéltame! —le contestó ella intentando zafarse del agarre del hombre—. ¿Quién te crees que eres para agarrarme de ese modo? Suéltame, o no respondo. —Melissa estaba enojada con la actitud de aquel hombre. ¿Cómo se atrevía a hacerle aquel número delante de toda aquella gente? 

—¿Cómo te atreves a venir aquí, a mi casa? Tienes muy poca vergüenza presentándote aquí sin haber sido invitada. Márchate ahora mismo o llamaré a seguridad para que te echen. Ahórrate esa vergüenza. 

Melissa y Borja se miraron directamente a los ojos retándose uno al otro. El hombre estaba muy cabreado con la presencia de la mujer en su fiesta. Él no la había invitado y desconocía como había conseguido acceder sin invitación. La seguridad había tenido que fallar si ella se encontraba allí. Más tarde tendría que hablar con el equipo de seguridad a solas.

—Padre, ¿ya conoces a Melissa? —le preguntó Germán a su progenitor con dos cajitas que contenían las flores que lucirían él y su novia. Se trataban de unas grandes y preciosas rosas blancas.

—¡Oh, dios mío, Germán! ¿Este señor es tu padre? —intervino Melissa al ver que Borja no articulaba palabra—. El que nos hayas encontrado hablando, es meramente fruto de la casualidad. Vine a pedir unas copas de champagne y este amable señor me estaba aconsejando cual era la mejor elección. —Melissa le tendió a Germán la copa de champagne con una amplia sonrisa dibujada en su cara.

—¡Vaya! Pues que casualidad. La verdad es que tenía pensado hacerlo más tarde, pero para que dilatar más el momento y más ahora que se ha roto la sorpresa. Papá, te presento a mi novia, Melissa Talso. —Germán la cogió por la cintura, la estrechó contra él y la besó en el pelo—. Melissa, este es mi padre, Borja Domínguez.

—Encantada de conocerle, Borja —le dijo Melissa tendiéndole su mano de una forma cordial—. Su hijo me ha hablado mucho de usted y de su esposa. Tenía muchas ganas de poder conocerles.

—El placer es todo mío, Melissa. Aunque no tenía idea de su existencia hasta este preciso momento. Mi hijo nunca la había mencionado —contestó Germán mientras la cogía la mano y la besaba—. Tengo que felicitarte, hijo. Has sabido escoger muy bien.

—No lo sabes tú bien, papá. Ya os iréis conociendo mejor —dijo dirigiéndose a ambos—. Si nos disculpas, papá. Ahora iré a presentarle a mamá. No es justo que ya la conozcas tú y ella no.

—Por supuesto. Yo seguiré haciendo mis labores de buen anfitrión aquí. Melissa —agregó dirigiéndose a ella directamente—, siéntate como en tu casa.

—Gracias —le contestó ella con una sonrisa amable en su rostro.

La pareja abandonó la compañía de Borja y se internó en el bullicio propio del evento. La fiesta que celebraba la familia Domínguez para festejar el solsticio de verano era importante a nivel de la alta sociedad. A ella acudían personalidades de todos los ámbitos, desde políticos y personas de la nobleza, a banqueros y empresarios. Toda persona con un cierto poder en el país, se encontraba allí. Y aquella persona que no era invitada un año, era la comidilla del lugar.

Todo el mundo lucía sus mejores galas. Los hombres de frac o esmoquin y las mujeres de vestido largo de alta costura sin olvidar el mínimo detalle. Las mujeres de mayor edad lucían sus lustrosos collares de perlas naturales y las mujeres más jóvenes aprovechaban la velada para destacar; si no tenían todavía pareja, aprovechaban la ocasión para codearse con los solteros mas influyentes y pudientes de la alta sociedad. También era la ocasión propicia para tejer alianzas y conseguir realizar alguna que otra transacción comercial. Se dice que la mayor parte de los negocios se cierran en fiestas, y comidas y es verdad, pero en esta en concreto, la frase cobraba mayor relevancia.

Borja no había escatimado en gastos. En aquel momento tocaba la mejor orquestas del país, como no podía ser menos. A medida que se adentrara la noche, el escenario se movería al jardín y se transformaría en una mesa de mezclas para acoger a uno de los dj más respetados a nivel mundial y como no podía ser de otra forma, uno de los de mayor cachet.

—Bueno, parece que a mi padre le has entrado por buen ojo. Mi madre te encantará, ya verás. Antes de ir a buscarla, tenemos que ponernos las flores como los demás invitados. Espero que las flores sean de tu gusto.

—No habrías podido hacer mejor elección, son perfectas —sentenció la mujer.

 Germán le tendió una caja a Melissa. Mientras ella intentaba abrirla, él cogió la pulsera de ella entre sus manos. A continuación, cogió la mano izquierda de su novia y le puso la flor en la muñeca. Melissa imitó la acción de su pareja poniéndole la rosa blanca en el bolsillo del frac. 

—Ahora sí que formamos parte de la fiesta de forma oficial. Vayamos a buscar a mi madre. —Germán cogió la mano de su pareja entre las suyas—. No la he visto en el bullicio de la fiesta, seguro que estará todavía en su invernadero. Es su lugar de culto, ¿sabes?

—¿En su invernadero? —se interesó la mujer.

—Si. Mi madre no es muy aficionada a las fiestas aunque organice esta. Le estresa el bullicio. Y como has podido comprobar, a esta le sobra.

—¿Entonces por qué tus padres celebran esta fiesta?

—Es una tradición familiar para mi padre. Mi madre, suele hacer solo el paripé para contentarlo. Recibe a los invitados, está al lado de mi padre cuando da el discurso de rigor, pero en cuanto puede, suele hacer una escapada de la fiesta con el pretexto de ver sus plantas. Se puede decir que es su lugar de escape, su pequeño oasis personal donde nadie irá a molestarla.

—Excepto nosotros. Me temo, ¿no?

—Ella estará contenta de conocerte, Melissa. No le importará que la irrumpamos en su oasis de tranquilidad. De hecho, estará encantada, ya veras.

Germán y Melissa salieron de la casa por una cristalera que daba a la piscina, la bordearon y bajaron unas escaleras. A unos cincuenta metros, se erguía un magnífico invernadero de estructura señorial. El camino para llegar a él era de baldosas intercaladas por hierba, se encontraba iluminado con unas bonitas farolas. Desde la base de las escaleras, se podía ver como la puerta del invernadero se encontraba abierta.



—Ves, como te dije. Mi madre debe de estar ahí porque sino la puerta se encontraría cerrada. Mi madre es muy cuidadosa con todo eso.

La pareja se encaminó dirección al invernadero. Entraron en él y Germán guió a Melissa hacía una preciosa fuente situada aparentemente en el centro del invernadero. Allí estaba su madre descansando en un banco mirando como caía el agua. La mujer vestía un elegante vestido de noche, y un chal cubría sus hombros a modo de rebeca. El sonido que hacía la fuente era realmente relajante.

—Mamá. ¿Qué haces que no estás en la fiesta con papá ejerciendo de anfitriona? —le preguntó cariñosamente Germán a la vez que la besaba en la mejilla.

—Querido, tan guapo como siempre —le contestó tras mirarlo de arriba a abajo aprobando lo que veía—. Ya me conoces, no soporto la falsedad que se destila en este tipo de eventos. Todo el mundo viene con su mejor máscara puesta, destilan amabilidad, y nada más darte la vuelta, les falta poco tiempo para despellejarte o clavarte un puñal en la espalda. ¡Ups!, lo siento. —En ese momento la señora se dio cuenta que en el invernadero no estaban solo su hijo y ella sino que había otra mujer desconocida para ella—. ¿Cómo no me dijiste que venías acompañado?

—Si le sirve de consuelo. Yo tengo la misma opinión que usted de este tipo de eventos —contestó Melissa sonriendo e intentando quitar hierro al asunto. 

La señora le devolvió la sonrisa de forma cómplice.

—Bueno, mamá. Te quiero presentar a mi novia. Mamá, ella es Melissa Talso. Melissa, ella es mi madre, Elisabeth.

—Querida —la señora se levantó grácilmente del banco y abrazó efusivamente a la mujer—. Tenía tantas ganas de conocerte. Mi hijo me ha habla tanto sobre ti. Qué alegría conocerte al fin y poder ponerte cara. —Elisabeth la dio dos besos sonoros en la cara—. Madre mía hijo, es más preciosa de lo que me habías dicho. —Melissa solo pudo sonreír—. Vienes preciosa, chiquilla. ¿Quién es el diseñador de este magnífico vestido? ¿Es famoso?

—No mucho. Si lo fuera no podría permitirme uno de sus vestidos. Pero tal vez lo conozca. Según él me ha comentado, alguna de sus invitadas de hoy llevan alguno de sus diseños. Su nombre es Floren Deil. 

—¿Floren Deil? —preguntó la mujer más para ella que para Melissa—. ¿Tiene su taller en el edificio Plaza?

—Sí —contestó rápidamente Melissa—, efectivamente.

—He oído hablar a alguna de mis amigas de él pero no sabía que tuviera tanto talento. Tu vestido es realmente increíble. Quizás le haga pronto una visita. Estoy un poco harta de mis diseñadores habituales, siempre tan clasistas y una a veces quiere ser un poco rompedora, ¿sabes? —Melissa sonrió a modo de respuesta—. Pero bueno, ale, ale, reincorporemos los tres de nuevo a la fiesta. ¿Qué pensarán todas esas hienas si los tres no volvemos a aparecer en la fiesta? Me gusta que hablen de mi pero tampoco de forma tan innecesaria. Ya habrá tiempo de poder conocernos de forma más intima, ¿no crees? —La mujer se dirigió directamente a Melissa.

—Tiene toda la razón —le contestó ella.

—Además, Germán, tu chica no ha venido tan divina para venir a aquí y no lucirse. —Elisabeth sonrió a su hijo—. Pavonearos orgullosos por la fiesta y disfrutad queridos, disfrutar todo lo que podáis.

La señora cogió del brazo a ambos y así, los tres, abandonaron el invernadero dirección de nuevo a la fiesta.


lunes, 26 de julio de 2021

Lo que la verdad esconde. Capítulo 8

    ¡Ding, dong!

El timbre de la puerta de la casa de Melissa comenzó a sonar. Ella se encontraba trabajando en su despacho cuando el insistente desconocido se cebó con su llamador. La mujer, al seguir escuchando aquel insistente sonido, salió de su oficina. 

—¿Teresa? —Melissa gritó el nombre de su asistenta pero esta no contestó por ningún sitio. 

La mujer llegó al hall y la volvió a llamar sin éxito. Al no recibir ninguna contestación, decidió abrir ella misma la puerta principal de su casa.

—¿Floren? —Melissa no se podía creer que el modisto estuviera en su casa a aquellas horas—. La verdad es que no te esperaba tan pronto. 

Floren se giró y aplaudió a su equipo que entró en la casa de Melissa todos ellos muy cargados.

—No podía dejar que te prepararas tú sola para una fiesta tan importante. Me he permitido el atrevimiento de traer a todo mi equipo para acometer tal labor. No debemos dejar nada al azar, querida.

Floren llevaba un traje negro impoluto y para completar el conjunto, en esta ocasión, llevaba entorno a su cuello un pañuelo color verde claro del mismo color que las gafas que portaba.

Melissa cerró la puerta de su hogar en el momento en que llegaba Teresa al hall para llevar a cabo su trabajo.

—Señorita, siento mucho no haber estado aquí para abrir la puerta —la asistenta se disculpó por no haber hecho su trabajo.

—Ya habrá momento para explicaciones, Teresa —le contestó Melissa quitando importancia a la ausencia de la mujer.

—¿Ella es tu asistenta? —quiso saber Floren al ver a Teresa.

—Una entre otras —respondió la arquitecta de forma escueta.

—Es monísima, ¿dónde la has encontrado? —Floren evaluó a la mujer de arriba a abajo.

—Trabajaba ya con mis difuntos padres. —Melissa fue concisa con su contestación. Aquel hombre no se merecía una contestación mas extensa, a fin de cuentas, era un completo desconocido.

—Bueno, pues ya va siendo hora de proceder a prepararte. —El modisto era un hombre inteligente y había comprendido que Melissa era celosa de su intimidad. En su trabajo era muy importante conocer a sus clientes y sobretodo, saber cuando ponían los límites a su relación con él—.  Tenemos mucho trabajo por delante. —Floren estaba exultante, aquel era el trabajo que había estado esperando durante toda su vida y quería controlar cada detalle para que todo saliera perfecto.

—¿Ya? Pero si son las cinco —respondió Melissa sorprendida ante la iniciativa del hombre—. Tengo que terminar un trabajo en el que ahora mismo me encuentro inmersa.

—¿Terminar un trabajo? Habrás de hacerlo mañana —sentenció Floren—. Se nota que nunca antes has asistido a una fiesta de alta sociedad como a la que vas hoy. La preparación para ese tipo de eventos, requiere mucho tiempo. No es bueno andar con prisas. Muchas cosas pueden ocurrir y se debe disponer de tiempo suficiente para subsanarlas. Confía en mi, sé de lo que hablo. 

—¿Y el resto de tus clientas? ¿No debías entregarlas a todas ellas sus vestidos hoy por la tarde? —Melissa intentaba conseguir tiempo de forma no muy fructífera.

—Esa labor se la he ordenado a una de las chicas del taller. ¿Vamos a vestirte aquí en el hall, querida? —Floren miró detenidamente la pomposa entrada de la casa de Melissa.

—No, por supuesto que no —respondió la mujer—. Teresa os acompañará hasta mi habitación. Yo me reuniré con vosotros allí dentro de unos minutos. Ya que no puedo terminar el trabajo con el que estaba, al menos, habré de apagar mi ordenador. 

—Perfecto, pero no tardes, ¿eh? —replicó el hombre.

Melissa le sonrió a modo de contestación y le hizo unas señas a Teresa para que guiará a todo el grupo hasta su dormitorio. La mujer no tardó en comprender la orden de su jefa y dirigió al séquito hasta el piso superior de la casa.

Melissa, por su parte, se dirigió de nuevo a su despacho para apagar su equipo informático. A continuación se encaminó también a su dormitorio. Cuando llegó, un grupo de cinco personas revoloteaba en su interior. Floren dirigía a todos pero notó su presencia nada mas entrar en la estancia.

—Pensé que nunca llegarías. —Floren se aproximó a ella, la cogió de las manos y la guió hasta un biombo—. Desnúdate y ponte la ropa interior que hemos elegido para ti. Encima vístete la bata que te ha dejado Teresa para tal efecto. Cuando hayas terminado, las esteticistas procederán a realizar su trabajo.

Melissa hizo lo que aquel modisto le había ordenado. Cuando se puso detrás del biombo, se dio cuenta de que Teresa no se encontraba por ningún sitio. ¿Dónde se habría metido de nuevo aquella mujer? Primero se descalzó, a continuación se quitó los pantalones y después las camisa que vestía. La mujer miró detenidamente la ropa interior que descansaba sobre una mesa, era de color verde oscuro. Tras un detenido examen de las prendas, se quitó las que llevaba puestas y se puso las que le había traído el diseñador para la ocasión. Melissa se miró al espejo, el conjunto era muy provocativo, pero le quedaba como un guante. Tras unos breves segundos mirando su reflejo en un espejo, se tapó con la bata de seda que le había dejado su asistenta como bien le había dicho Floren. Cuando ya estaba tapada, salió de detrás del biombo pero Floren había desaparecido.

—Mi nombre es Sara. —Una mujer le tendió la mano. Melissa se la aceptó sin dudar—. Yo me encargaré de maquillarla y peinarla. Mi compañera, Nuria, se encargará de la manicura. ¿Le parece que procedamos? 

—¿Y Floren? —quiso saber la anfitriona de la casa.

—Vendrá dentro de poco. No se preocupe por él. Floren no es de esos que te dejan trabajar sin su atenta mirada observándote —contestó Nuria sonriendo—. Enseguida estará revoloteando por aquí. 

Melissa sonrió también y eso la relajó.

—Y menos hoy —intervino en esta ocasión Sara—. Considera este día su prueba de fuego, como para no estar controlándolo todo. 

Las dos mujeres condujeron a Melissa a su tocador. Encima de él habían puesto todo su equipo para poder trabajar a gusto. La anfitriona se sentó en la silla y Nuria en un taburete; Sara por su parte, se colocó de pie en el lado contrario al que se había colocado su compañera. 

—¿Te sueles maquillar a menudo? —le preguntó Sara a Melissa.

—Si te soy sincera, no —respondió ella—. Nunca dispongo de mucho tiempo para hacerlo. 

Sara miró detenidamente su cutis.

—Tampoco tienes muchas imperfecciones que ocultar. Tienes una piel magnífica. —Sara le retiró el pelo de la cara y estudió su rostro—. Tu maquillaje me llevará menos tiempo de lo previsto, eso le encantará a Floren.

Las dos mujeres comenzaron a trabajar en ella. Eran muy buenas profesionales en sus respectivos campos. Cuando Floren llegó de nuevo a la habitación, estaban inmersas en sus labores. El hombre se acercó a contemplar la labor de ambas. 

—Muy bien, chicas. —Las felicitó el modisto mientras miraba a Melissa por encima de sus gafas de color verde—. Estoy realmente impresionado con vuestro trabajo, seguid así.

—¿Eso es un cumplido, Floren? —La peluquera no se creía lo que acababa de oír de la boca del diseñador. 

—¡Menos cháchara, chicas! —le respondió el hombre mientras tocaba sus palmas—. Unos minutos de conversación puede atrasarnos en sobremanera y nuestra guapa Melissa no puede llegar tarde a su cita de hoy. De qué servirían todos nuestros esfuerzos si la fiesta ya ha comenzado y la gente no se fija en ella por estar inmersa ya en los aperitivos. 

Las dos mujeres se miraron entre si y resoplaron para a continuación proseguir con sus labores. Al cabo de quince minutos, Melissa pudo observar el resultado final. 

—¿Esa mujer que se refleja en el espejo soy yo? —preguntó Melissa al ver el efecto del maquillaje sobre su rostro.

—Pues claro que eres tú, cielo —contestó la esteticista que se había encargado de hacerla la manicura—. Fíjate con que poco maquillaje pareces una modelo de esas de pasarela.

—Ya quisieran algunas de esas modelos poseer su cutis —contestó la maquilladora—. A mi ya me ha tocado maquillar a alguna de ellas y algunas tienen unas imperfecciones que ni te imaginas.

—¿En serio? —quiso saber de nuevo la esteticista.

—¿Ya habéis terminado, chicas? —Floren se acercó al tocador y cortó la conversación entre las dos mujeres.

—Decide tú mismo, Floren —respondió la maquilladora.

—Podrá servir —contestó el modisto una vez que comprobó detenidamente el maquillaje y la manicura que habían hecho a su musa—. Muy bien. Melissa ahora llega la auténtica prueba de fuego para mí. Espero que mi creación sea de tu gusto. Llevaba años intentando plasmar una idea que recorría mi mente y tú hiciste que me decidiera por fin a llevarla a cabo. 

Floren hizo un gesto a una de sus ayudantes y la mujer abrió la bolsa que contenía el vestido que había creado para ella. Melissa al ver el vestido se quedó sin palabras.

—Bueno, ¿qué te parece? —Bajo su pose de modisto frío, estaba tremendamente nervioso por si no le gustaba a su clienta su creación. El hombre sabía que era difícil confeccionar un vestido con tan poco tiempo pero él se había comprometido y no quería fallar. 

—Es precioso —contestó escuetamente Melissa.

—Si no te gusta...

—¡No, no, no! —le cortó Melissa rápidamente—. Disculpa que no haya sido más expresiva pero es que no me esperaba un vestido como este. Es perfecto, me encanta. 

La mujer se acercó a la percha en la que descansaba la creación confeccionada por Floren. El vestido era largo de color verde oscuro, con escote palabra de honor. El cuerpo se encontraba entallado con pedrería dorada pero al llegar a la cadera, tenia un cierto corte vaporoso. La tela con la que había sido confeccionada era ligera por lo que no la daría calor durante la fiesta.

—Te he traído también esta torerita dorada por si la noche refresca. No tapará la elegancia del vestido. —Floren se acercó a ella sonriente con la prenda—. Está hecha de hilos de cristal a mano. Es una exquisitez. 

—Eres un genio —sentenció Melissa—. El conjunto es inmejorable.

—¡Qué bah! —quitó importancia el hombre—. Bueno, bueno, no perdamos más tiempo. Ahora debemos proceder a vestirte por si necesito hacer algún retoquito al vestido. 

Melissa sonrió mientras se quitaba la bata y se quedaba en ropa interior delante de tanta gente. 

—¿Pues a qué estamos esperando? —preguntó la joven deseosa de probarse por fin aquel vestido.

Las dos ayudantes de Floren la ayudaron a ponerse el vestido, pero él fue quien subió la cremallera trasera. Una vez que lo hizo, tocó los hombros de la joven y descendió lentamente sus manos por sus brazos. 

—Parece que no tendré que hacer ningún retoque. Mi creación te queda como un guante. —Floren giró alrededor de Melissa como un pajarillo observando que el conjunto le quedaba impecable. 

El modisto temía que la zona del pecho no le hubiera quedado bien ya que Melissa poseía un busto prominente, pero no, el vestido le quedaba perfectamente.

—¿Deseosa por ver el resultado final? —le preguntó Floren a su musa.

La mujer únicamente le contestó asintiendo con su cabeza. No se atrevía a hablar por miedo a que le temblara la voz. Aquel vestido era precioso y era ella la encargada de llevarlo. Floren la cogió de la mano y la llevó hasta un espejo de cuerpo entero. Melissa estaba preciosa, aquel vestido era la mejor carta de presentación que podía llevar para entrar en la alta sociedad de Ximar. Nadie podía no fijarse en ella.

¡Toc, toc, toc!

Alguien llamó a la puerta de su habitación. 

—¡Adelante! —animó Melissa a la persona que llamaba.

—¿Señorita? —preguntó Teresa desde el umbral de la puerta. 

—¿Sí? —le contestó la dueña de la casa.

—Germán Domínguez la está esperando en el hall, señorita.

—Gracias, Teresa. Ahora mismo bajo. 

La asistenta se fue y cerró la puerta tras de si tan rápido como había llegado. 

—Querida, estás preciosa —expresó la peluquera—. Todo el mundo te observará a tu paso. Estoy segura que serás la más guapa de toda esa fiesta, más hermosa sería imposible.

—Ninguna de las presentes estará más elegante —intervino Floren radiante ante el resultado final de su aventura a contrarreloj.

—Gracias a todos, chicos —se atrevió a decir Melissa—. Sino hubiera sido por vosotros, este resultado habría sido imposible de conseguir. Os estoy muy agradecida. 

—Basta, basta, que nos vas a sonrojar —contestó Floren—. ¡Vamos, vamos! —Aplaudió el diseñador—. Vosotras a recoger todo este desorden —se dirigió a todo su equipo—. Y tú —se centró ahora en Melissa—, debes reencontrarte con tu chico. Cuando te vea, se le parará el corazón.

—Espero que no —respondió Melissa sonriendo.





    

Melissa salió de su habitación y se encaminó a las escaleras que conducían al hall en el que se encontraba Germán. Cuando llegó a ellas se paró en el umbral de las mismas y fijó su mirada en su novio. Este al escuchar sus pasos levantó su cabeza para poder contemplarla. El hombre tragó saliva al verla tan espectacular. Tras unos segundos de espera en lo alto de las escaleras, decidió descenderlas bajo la atenta mirada del hombre. Germán se quedó mirándola sin poder coordinar palabra.

—¿No estoy bien? —Melissa se paró en seco en las escaleras al ver que Germán no la decía nada.

—Para nada, estas simplemente increíble —pudo finalmente declarar Germán.

Melissa bajó el último tramo de escaleras con paso decido. El pelo lo llevaba recogido con algunos mechones sueltos estratégicamente en los laterales de la cara.

—Gracias, pero no es para tanto —dijo al llegar al final de la escalera y ponerse a la altura de Germán.

—¿Qué no es para tanto? Voy a ser el hombre más envidiado de la fiesta por contar con tu compañía. —Melissa simplemente le contestó besándole castamente en la boca—. ¿Ya estás completamente recuperada de tu gripe?

—Sí, gracias a tus cuidados y con el reposo oportuno, estoy ya perfectamente.

—No tienes idea del gusto que me produce oírte decir eso.

Germán la besó apasionadamente mientras la abrazaba con tales ganas como si hiciera un siglo que no lo hacía, como si estuviera sediento de ella. Tras un rato entregados al beso, Melissa consiguió zafarse de él.

—No sé yo si a este paso llegaremos a la fiesta, Germán. —Melissa puso pucheritos sin que fueran muy creíbles.

—Que quieres que te diga. Ahora que sé que vuelves a estar recuperada, la idea de ir a la fiesta se me hace menos apetecible —le contesto él con una sonrisa pícara e intensificando más su abrazo sobre ella.

—No seas tonto. —Melissa comenzó a golpearle con sus manos suavemente para enfatizar su negativa—. ¿Qué impresión se formarían tus padres de mí si por mi culpa no asistes a su conocida fiesta del solsticio de verano?

Melissa intentó zafarse con poco éxito del agarre de su novio.

—Bueno, tal vez tengas razón. No quiero ser el causante de que entres con mal pie en mi familia —Germán sonrió—. Además, me encantará ser el hombre más envidiado del evento por llevar del brazo a la mujer más sexy de la ciudad.

Germán decidió terminar el abrazó besando dulcemente a Melissa en la frente. A continuación, la pareja salió de la casa de la mano en busca del coche que los llevaría a la mansión de la familia Domínguez.