—Buenos días, Teresa. —Melissa entró corriendo en la cocina muy sonriente—. ¿Necesitas que te ayude con algo? He llegado pronto así que puedo echarte una mano.
Teresa la miró extrañada, Melissa nunca ayudaba en la cocina.
—No, señorita. Lo tengo todo bajo control. En unos minutos estará todo dispuesto para que puedan comenzar a comer.
—Perfecto. Tiene que salir todo perfecto. Esta comida es muy importante, Teresa. Me he dado cuenta de que he sido muy dura con ellos sin necesidad y que mejor manera de disculparme que una comida perfecta
Melissa se movía nerviosa de un lado a otro de la cocina.
—¿Está nerviosa, señorita? —quiso saber la asistenta.
—¿Se nota mucho? —Melissa sonrió—. En los últimos días no he sido la anfitriona perfecta que debería haber sido. Quiero comenzar a serlo.
—No se preocupes. He hecho los platos que me pidió.
El horno comenzó a sonar en ese momento indicando que el tiempo de horneado había terminado.
—Será mejor que te deje trabajar tranquila, Teresa. Tú estás suficientemente atareada como para que te contagie yo mi nerviosismo.
Melissa tocó dulcemente el hombro de su asistenta para darla animo y a continuación abandonó la cocina y se dirigió al salón. Allí se encontraban tanto Germán como su madre.
—Buenos días, o buenas tardes como más os guste. Esta es la típica hora en que no se sabe muy bien como saludar. —La anfitriona de la casa inició la conversación con sus invitados.
—Buenos días. Hasta que no se come, no se puede decir buenas tardes — contestó Elisabeth sonriente, contagiándose de la alegría de Melissa.
—Bueno, eso es muy relativo. ¿Qué pasaría si no almorzáramos? ¿Seguirías saludado con buenos días a las cinco de la tarde? —intervino Germán.
—Hijo tú siempre tan retórico. Gracias por ser tan amable con nosotros, Melissa. —Elisabeth se dirigió a la anfitriona y la cogió las manos.
—No tenéis por qué darme las gracias. Estos días no he sido la anfitriona que os merecíais. En lugar de apoyaros, os separé de mi vida, espero que podáis perdonarme.
—Otra en tu situación ni siquiera nos hubiera dejado quedarnos en su casa como hiciste tú. Es más de lo que nos merecemos. —Elisabeth le tocó el brazo de una forma maternal.
—Por favor, por favor. Vais a conseguir sacarme los colores. Yo tengo ya un hambre... ¿Qué os parece si nos sentamos? Acabo de pasar por la cocina y por como olía no puede faltar mucho.
—Por mí perfecto —contestaron madre y hijo al unísono.
La comida transcurrió amena. La conversación no cesó entre los tres. La relación entre ellos parecía la misma que antes de descubrirse la intervención de Borja en el secuestro de Melissa.
—¡Ah!, por cierto. Hoy llegó en el correo un carta para vosotros.
Melissa le entregó un sobre a Elisabeth en el que se podía leer “Para la familia Domínguez”. La mujer abrió el sobre y sacó de ella una bonita invitación.
—¿De qué se trata mamá? —quiso saber Germán.
—Es tu padrino —contestó ella mientras le entregaba el sobre y la invitación—. Se encargará este año de celebrar el equinoccio de otoño. Quiere que seamos sus invitados de honor.
—¡Qué despropósito! ¿Pretende que celebremos una fiesta mientras mi padre sigue preso en la cárcel? —Germán cogió la invitación y la volvió a guardar en su sobre.
—A mí no me parece tan mala idea que asistáis a esa fiesta —intervino Melissa—. Es una manera de demostrar a toda la sociedad que seguís adelante con vuestras vidas a pesar del contratiempo que sufristeis. Nos guste o no, vivimos en una sociedad en la que las apariencias lo es todo. ¿Por qué no seguir jugando a su juego?
—Seremos repudiados en esa fiesta —contestó Elisabeth.
—No veo por qué —respondió Melissa—. A fin de cuentas os ha invitado el mismísimo presidente y organizador de la fiesta. ¿Quién en su sano juicio se atrevería a repudiar al invitado de honor del presidente?
—Aunque quisiera asistir, no tendría que ponerme para tal celebración. No tengo ropa elegante con la que ir. —Elisabeth bebió un trago de vino—. Toda mi ropa de fiesta sigue en la que hasta hace poco fue mi casa.
—Eso no es excusa. Podemos aprovechar la tarde para irnos de compras. ¿Qué me dices? —Melissa sonrió de forma complice a Elisabeth.
—¿Y yo no tengo nada que opinar? —preguntó Germán.
—Si quieres también puedes venir —le respondió Melissa.
—Odio ir de compras. Además yo si tengo algún que otro traje para ponerme. Prefiero quedarme aquí y descansar.
Melissa y Elisabeth se fueron juntas de compras. La anfitriona decidió llevar a su invitada a la tienda de un joven modisto todavía poco conocido pero que con el tiempo se convertiría en uno de los grandes de la moda.
Melissa estacionó su coche en un aparcamiento enfrente de la tienda.
—No tenía ni idea que en este barrio hubiera un modisto importante. —Elisabeth estaba aterrada por la excursión que la había traído al barrio oeste.
El barrio Oeste de Ximar no era nada glamuroso, todo lo contrario, era un barrio obrero que desde la crisis económica que había asolado el país había ido sufriendo una degradación. Pero era un barrio muy próximo al centro de la ciudad, por lo que en los últimos años estaba comenzando a sufrir una completa remodelación. Quedaba mucho trabajo por delante, pero en unos años se convertiría en uno de los barrios más chics de la ciudad. A diferencia del centro de la ciudad, donde únicamente había rascacielos y pisos altísimos, en este barrio los pisos eran de 3 o cuatro plantas a los sumo y abundaban las zonas ajardinadas.
—Todavía no se le puede catalogar como modisto importante. Aún no es conocido. Pero cuando veas sus diseños me darás la razón de que pronto todas las mujeres pudientes de este país se lo rifarán. Es algo así como un diamante en bruto
—¿Cómo le conociste? —quiso saber Elisabeth una vez que las dos estaban fuera de coche y cruzaban la calle.
—Tenía su tienda en un bajo de uno de los edificios que no hace mucho remodelé en otra zona de este mismo barrio. Me interesé por su trabajo y me enamoró. Yo misma le ayudé a instalarse aquí. Cuando puedo me acerco y compro alguna de sus novedades. En ocasiones me dice que soy su musa. —Melissa sonrió a Elisabeth.
—Pues no creo que aquí pueda vender mucho.
—No seas dura ni le catalogues antes de ver sus diseños. Si no te gusta nada, te prometo que iremos a otro lugar.
—De acuerdo.
Melissa empujo la puerta y entró la primera. La tienda era completamente blanca. Detrás del mostrador se encontraba una mujer con la tez muy pálida y el pelo teñido de rosa. Al ver a Melissa, la mujer sonrió y salió de detrás del mostrador para recibirla.
—¡Qué alegría volver a verte por aquí! Hacía tiempo que no venías a hacernos una visita. Ya verás que contento se pone Florian cuando regrese.
—¿Tardará mucho?
—No, no, para nada. Acaba de salir a tomar un café, pero estará al caer. —La mujer se dio cuenta en ese instante que Melissa venía acompañada—. Discúlpeme, no la había visto. Pensará que soy una desconsiderarla por no saludarla, lo siento. Mi nombre es Emérita. Estaré encantada de ayudarla.
—Yo soy Elisabeth. Encantada de conocerla. Veo que sois muy cercanas.
—Sí, Melissa es nuestra mejor clienta y nuestra mejor relaciones públicas. ¿Por qué no hecha un vistazo a alguna de nuestras prendas mientras llega Florian? —Emérita invitó a su nueva clienta a que observara la nueva colección con la que contaban.
—Eso haré gracias —contestó ella escuetamente.
Mientras Elisabeth comenzó a mirar el género, Melissa y Emérita continuaron hablando.
—¿Qué tal os va en el nuevo emplazamiento? —se interesó Melissa.
—Bien. La verdad es que ahora tenemos más clientas que antes. No nos podemos quejar. Aunque siempre es bueno tener más.
—Ya, siempre queremos más de lo que tenemos, es normal.
—Florian está muy contento con la acogida de su nueva colección, se está vendiendo muy bien.
—Me alegro. He visto un jersey en el escaparate muy bonito. Quizás luego podría probármelo.
—No se lo comentes a Florian, pero que sepas que tiene una sorpresa para ti — contestó Emérita en voz baja—. Si sabe que te lo he dicho me mata.
—No te preocupes no diré nada, soy una tumba. Incluso me haré la sorprendida —rió Melissa de forma cómplice.
–Mira hablando del rey de Roma por la puerta asoma.
En ese momento Florian entró por la puerta y al ver a Melissa le entregó las bolsas que portaba a su trabajadora.
—Qué alegría que nos vengas a visitar. Siempre es un placer tenerte en mi tienda.
—Tú siempre tan zalamero —le contestó Melissa mientras los dos se abrazaban—. Hoy he venido con una amiga. Florian te presento a Elisabeth, la madre de mi novio.
—Señora, es un placer conocerla. —Florian cogió la mano de Elisabeth y la besó de forma cortés.
—El placer también es mío. He estado observando su colección, muy rompedora y exquisita a la par. Una pena que no tenga la edad de Melissa, sino yo también sería una de sus mejores clientas.
—Mi colección no tiene edad, la creo pensando en el sexo femenino. Para mí todas las mujeres son jóvenes, simplemente unas tienen más experiencia que otras. Tengo clientas de todas las edades, si usted viera... Algunas de mis clientas catalogan mi colección como hippie pija, yo soy mas partidario de la palabra rompedora como usted bien ha dicho. Pero bueno no creo que hayáis venido hasta aquí para solamente hablar, ¿no?
—Efectivamente —contestó Melissa—. Necesitábamos unos vestidos para una fiesta —enfatizó sus palabras señalando a la madre de su pareja y a ella misma.
—Concretamente para la fiesta del equinoccio de otoño que este año organiza el presidente de nuestro país —intervino Elisabeth.
—Bueno, bueno. Me agrada un montón que me hayáis elegido a mí para vestiros para esa gran fiesta. Puede ser una increíble oportunidad para mi persona.
—Disculpadme pero yo no estoy muy convencida con esta elección. No me veo con esa mezcla de colores. —Elisabeth señaló los modelos de la tienda.
—No se preocupe. Esa es mi colección de temporada pero también diseño vestidos clásicos. ¿Acaso a visto a Melissa con colores tan rompedores? Sé ser recatado para las ocasiones que así lo merecen pero también me gusta innovar, dejar volar mi imaginación, soy un artista. Algunos de mis maestros me tachaban de loco por mezclar colores imposibles, pero sabiéndolos conjuntar pueden ser el toque especial del conjunto. Pasen por aquí, por favor.
Florian abrió una puerta y comenzó a descender unas escaleras. Melissa y Elisabeth lo siguieron a la zaga.
–Antes de nada —agregó Florian—. Tengo un regalo para tí, Melissa. Es el primer modelo de mi próxima colección y ya que tú fuiste mi musa para su diseño, lo mínimo que puedo hacer es regalártelo.
Florian se dirigió a un armario, abrió la puerta y cogió una bolsa que le entregó. Ella abrió la bolsa y sacó su contenido. Se trataba de una camisa muy pintoresca de colores negros, violetas y azules oscuros y de una falda vaquera muy bonita.
—Como puedes ver la falda se ajustará perfectamente a tu cintura y una vez en la cadera se formará un vuelo muy cuqui. Está específicamente diseñada para ti. Espero que te guste, querida. —Florian estaba muy orgulloso de aquel conjunto, se le veía en la cara.
—Es precioso. Mañana mismo me lo pondré para ir a trabajar. —Melissa volvió a introducir las prendas en la bolsa tras haberlas examinado detenidamente y haberla gustado.
—Buenos pues entonces vayamos al grano. Elisabeth, ¿de qué color quiere su vestido? —le preguntó Florian.
—No tengo ni idea. Me dejaré aconsejar por usted.
Florian se dirigió a la zona de telas y miro los rollos que allí tenía.
—¿Qué le parece un conjunto de camisa blanca y pantalón azul? No sería ni una simple camisa ni un simple pantalón, claro está.
—Nunca me he puesto pantalones —contestó Elisabeth escuetamente al no gustarle la idea.
—Alguna vez tendrá que ser la primera, ¿no? Querida, ¿por qué no se subes a ese pequeño altillo? —la mujer le hizo caso y subió el escalón—. Tendrá que quitarse la ropa si quieres que le tome medidas.
Elisabeth hizo lo que le pidió y dejó que el modisto hiciera su trabajo.
—Ahora mismo soy el modisto más feliz del mundo. ¿Quién otro puede tener la oportunidad de vestir a las dos mujeres mas bellas de Ximar? Tiene unas medidas envidiables, Elisabeth. Puede ya vestirse, he terminado.
Elisabeth se puso la ropa y se bajo del altillo. Melissa procedió a ocupar su lugar para que le tomara a ella también las medidas.
—Tus medidas ya las tengo, Melissa. No será necesario que subas —le dijo Florian a la que parecía ser su clienta favorita—. ¿Me dejarás en esta ocasión innovar con tu vestido?
—Sí, pero no demasiado que tengo que ir impecable y espectacular.
—Lo irás, no te preocupes. El jueves si queréis podremos hacer la primera prueba.
—¿De la semana que viene? —preguntó Elisabeth.
—No querida, pasado mañana —contestó el modisto.
—Pero eso es prontísimo —intervino la madre de Germán—. No puede hacernos la primera prueba tan pronto, eso solo le da un día para trabajar.
—Las prendas no estarán finalizadas, solo estarán hilvanadas pero servirán para que vean mi idea. Si les gusta seguiremos trabajando en ella y puliéndola. Por el contrario, si no son lo que buscan tendremos tiempo más que de sobra para subsanarlo. ¿Qué me dicen?
–Que aquí estaremos el jueves probándonos esos pseudovestidos, Florian — contestó Melissa sonriente.
Melissa y Elisabeth acudieron puntuales a su cita con Florian el jueves. Emérita las llevó directamente al taller, donde Florian estaba inmerso en su trabajo, y rápidamente regresó a su puesto en la tienda.
—Han sido muy puntuales —les saludó el modisto.
—No podíamos resistirnos a ver nuestros vestidos —contestó Melissa.
—Muy bien. Solo espero que sean de su agrado. La verdad es que yo también estoy emocionado por ver vuestras caras cuando por fin los veáis.
Florian desapareció detrás de un biombo y apareció rodeado de dos maniquies vestidos elegantemente. Uno portaba una camisa murciélago de raso blanco con un pantalón ancho azul oscuro del mismo tejido. El otro llevaba un vestido color champagne estilo griega con una sola manga. La cintura era entallada gracias a un cinturón plateado que imitaba las hojas de un laurel.
—Bueno, ¿qué les parece? —preguntó Florian a sus clientas.
—Dios mío es espectacular —sentenció Melissa tras acercarse a su vestido y examinarlo detenidamente.
–¿Y usted que opina señora? —Florian miró a Elisabeth que no acababa de contestar—. Ups, se me olvidó poner el último detalle a su conjunto, Elisabeth. —El modisto desapareció detrás del biombo y apareció con un cinturón precioso de pedrería que colocó sobre el conjunto—. De esta forma parecerá un mono en lugar de una camisa y un pantalón. Bueno, ¿qué me dice?
Elisabeth se había quedado sin palabras al ver el que sería su vestuario para la fiesta del equinoccio de otoño.
—Si no le gusta, solo tiene que decírmelo. Puedo hacer otro que se ajuste más a sus gustos. Siento no haber acertado con el primer diseño. De verdad, no es para mi ningún inconveniente hacerle otro modelo que sea de su gusto.
—¿Perdone? —le contestó Elisabeth—. No, no. El conjunto es perfecto. Me encanta y ese cinturón es magnifico. Nunca hubiera imaginado que confeccionaría algo así, con tanto estilo, Florian. He de decir que no estaba muy convencida en llevar a la fiesta un pantalón y una blusa, pero he de decir que el resultado final es realmente espectacular. Nunca he llevado nada parecido, supongo que no arriesgo nada por cambiar mi estilo de forma radical, ¿no? —la mujer sonrió al hombre de forma cómplice.
—¡Gracias a Dios! —respondió el modisto expirando teatralmente—. Creí que no pasaría su examen. He de decirle que al final será muchísimo mejor. Haré virguerías con el conjunto. No se arrepentirá de elegirme. A veces un conjunto arriesgado es la mejor opción.
—Creo que no me arrepentiré. Es asombroso lo que ha hecho un día, no quiero ni imaginar lo que hará en dos semanas. Pocos modistos son capaces de trabajar así de rápido y conseguir un resultado tan increíble. Sé de lo que hablo.
—Cuando un proyecto me apasiona no descanso hasta verlo acabado y más cuando detrás tengo la motivación de vestirlas. Serán las invitadas más observadas del evento, de eso me encargaré yo. ¿Entonces me dan el visto bueno?
—Por supuesto —contestaron ambas al unísono.
—Entonces pongámonos con la primera prueba de los vestuario.
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