jueves, 12 de agosto de 2021

Lo que la verdad esconde. Capítulo 28

     Tras una semana en casa, Melissa fue convocada para una reunión en la base de la organización. Prácticamente estaba recuperada del desafortunado contratiempo que había sufrido. Era hora de recuperar su vida.

Germán no dejó de llamarla y enviarle cartas en busca de su reconciliación. Pero ella ni había contestado a las primeras y no había abierto siquiera las segundas.

—Gracias por venir, Melissa. Tome asiento —le digo Francisco al entrar ella en la sala de reuniones—. Ahora que ya estamos todos, procederemos con la reunión. Como todos saben, el caso de Melissa para la policía está prácticamente cerrado. Van a decir que unos militares se obsesionaron con ella, la secuestraron y la torturaron. El verdadero promotor quedará libre, como era de esperar, claro está. Pero eso no lo podemos consentir. Si la policía no ha encontrado pruebas que incriminen a Borja en todo esto, tendremos que proporcionárselas nosotros mismos. Ellos ni por asomo han encontrado indicios que le incriminen. Sé que es una tarea complicada, seguramente casi imposible de llevar a termino, pero si no lo intentamos nunca podremos conseguirlo.

—¿Cómo vamos a actuar? —preguntó Roberto que estaba sentado a la izquierda de Melissa.

—Las pruebas que necesitamos están en sus terminales —contestó Yolanda—. Según nuestras investigaciones sabemos que los mails que recibió Esteban provenían de un ordenador imposible de rastrear para la policía. Pero lo que ellos no pudieron conseguir, si lo ha hecho Tania, nuestra experta —agregó mirándola.

—Efectivamente. —Tania estaba radiante, pocas veces se le permitía ser el centro de atención de una reunión, pero por su semblante, hoy aprovecharía su momento—. Me ha costado mucho trabajo hacerlo, pero finalmente conseguí rastrear la cuenta de la que os ha hablado Yolanda. Y voilà, los mails provenían de nuestro querido Borja, concretamente de dos de sus ordenadores. El problema, es que por más que he intentando hackearlos desde aquí, no he podido. Me temo que para ello deba implantarles un programa. Y ahí, es donde radica nuestro problema.

—¿Cómo vamos a conseguir introducir ese programa en sus ordenadores? Me imagino que estarán muy bien protegidos —intervino en esta ocasión Alejandro, el jefe de armamento.

—Buena pregunta, Alex —contestó Francisco—. Tania, como bien ha expuesto, ha intentado hackearlos desde aquí, pero le ha sido imposible. Para hacerlo, necesita introducir un programa en el propio ordenador. De esta forma tendrá acceso libre a toda la información que contenga. El problema es la localización de los mismos: su despacho en la casa presidencial y su despacho personal en su propia casa. He ahí el motivo por el que te hemos hecho venir, Melissa. —Francisco la miró—. Necesitamos que introduzcas un programa con este dispositivo en el ordenador personal de Borja, el que está en su casa personal.

—Comprendo —contestó ella cogiéndolo–. Pero hay un problema. Me será complicado llegar a ese ordenador sin antes no ser descubierta.

—Llámalo suerte —intervino Yolanda—. Este fin de semana, Borja y su mujer, estarán fuera del país. Borja debe hacer ciertas labores diplomáticas y su esposa le acompañará.

—No veo como nos puede ayudar eso. La casa seguirá estando vigilada —puntualizó Melissa.

—Sabrá apañárselas para acceder a esa casa. No dudamos de usted —sentenció Francisco.

—Bueno pues entonces adelante. Me meteré en la boca del lobo —contestó Melissa con una sonrisa impregnando su cara.






Cuando la reunión terminó Melissa fue la última en abandonar la sala. Se quedó sola sentada mirando el dispositivo que le había entregado Francisco sopesando la situación. Lo que iba a hacer era una locura, pero al menos ella lo haría de la forma en la que Germán menos sufriera. 

La mujer decidió salir de allí e ir a su oficina. Tenía muchas ganas de ver a su equipo y comenzar a trabajar en todos los proyectos que estaban en marcha. Al salir de la sala se percató de que a penas había gente trabajando por allí. Era como si de repente algo hubiera tragado a todo el mundo. Melissa miró la zona de trabajo de Alex, pero él tampoco se encontraba allí, así que decidió tomar directamente el ascensor. 

Cuando estaba a escasos cinco metros de llegar a su destino una mano la agarró y la arrastró a un pasillo auxiliar. 

—¿Qué narices haces, Roberto? —le preguntó Melissa al ver quien era la persona que le había arrastrado hasta allí.

Él no le contestó con palabras sino que posó sus labios sobre los de ella. Su boca estaba caliente y le hizo rememorar tiempos pasados. Pero en ese preciso instante Melissa volvió a la realidad y empujó fuertemente a Roberto. A continuación, le propinó una fuerte bofetada. El hombre se llevó la mano a su cara en un acto reflejo ya que no esperaba esa reacción por parte de ella.

—Eres un capullo —agregó Melissa—. Se suponía que ibas a cubrirme. Te llamé para eso pero tú ni siquiera moviste un dedo por mí. 

—No era todo tan sencillo, Melissa —contestó Roberto intentando quitar hierro al asunto.

—¿Qué no era todo tan sencillo? Yo en tu situación hubiera hecho lo indecible por sacarte de allí. Por Dios, estuve dos días sufriendo torturas. 

—¿Crees que yo no he sufrido por no poder sacarte de allí?

—Ni siquiera lo intentaste. ¿Y ahora vas y me besas? ¿Crees que por qué me des un beso me voy a olvidar del tormento que he sufrido en aquel lugar por tu inmovilismo? 

Roberto se acercó a Melissa y le habló al oído.

—Cuando te raptaron en aquella calle estuve a muy poco de intervenir pero me superaban en número y numerosos curiosos comenzaron a arremolinarse al escuchar el estruendo que provocó el accidente. Así que decidí no intervenir y seguiros a una distancia prudencial. En cuanto dispuse de toda la información vine aquí corriendo e informé a Francisco. Pero él no me dio la orden de intervención. Alegó que entrar en unas instalaciones militares sin permiso sería iniciar una guerra abierta contra el presidente, guerra que no estamos dispuestos a iniciar sino es por extrema necesidad. Estuve apunto de desobedecer y entrar ahí por tí pero...

—No tienes por qué darme explicaciones. —Melissa se apartó del hombre—. Comprendo perfectamente que tu lealtad esté con Tania. A fin de cuentas, tú y yo ahora no nos une nada. Tengo que irme y representar mi papel. Espero ser tan convincente como lo eres tú. Adiós Roberto.

Melissa giró sobre sus talones y se dirigió al ascensor. En cuanto este llegó, entró en él bajo la atenta mirada de Roberto hasta que las puertas se cerraron tras su persona.

—¿Por qué no le has contado la verdad, Roberto? —Roberto se sobresaltó al oír la voz de Alejandro a su espalda—. Has sido demasiado poco precavido. Ya sabes que hay ojos en todas las paredes de este lugar. Has tenido suerte de que solo yo viera esta escenita. Imagínate que os llega a ver Tania. No quiero ni imaginar lo que hubiera ocurrido.

—Me da igual lo que hiciera Tania. 

—Esa no es una contestación a mi pregunta. ¿Por qué no le contaste la verdad a Melissa? Si se lo contaras...

—¿Qué quieres que le cuente? ¿Que cuándo estuve a punto de desobedecer las ordenes de Francisco amenazó con dirigir un misil a las instalaciones en las que ella se encontraba? ¿Quieres que le cuente eso? ¿Quieres que le cuente que sigo enamorado de ella y que Tania solamente es una válvula de escape? Sé que le hice muchísimo daño y no quiero causarle más dolor. Ella no se merece más sufrimiento por mi culpa.

—Sabes que si le cuentas toda la verdad la recuperarás. ¿Lo sabes verdad? 

—Ella me odia. Me imagino que verías el bofetón que me dio, ¿no?

—Pero antes del bofetón correspondió tu beso. El amor que ella siente por tí no se borra así como así. Tú mismo lo sabes. Cuéntale la verdad Roberto. Los dos os amáis, os merecéis estar juntos. Sois el uno para el otro.

—No puedo. No quiero perderla por mi egoísmo. Si se lo cuento, ella hará lo indecible porque estemos de nuevo juntos y eso implica un desenlace que no soportaría. Francisco no le dará una segunda oportunidad. Si tengo que estar con Tania para salvar a Melissa, lo haré. Me esforzaré porque mi relación con Tania sea ejemplar. Haré lo que sea necesario para mantenerla con vida. La amo con todas mis fuerzas, Alejandro. No podría levantarme cada mañana sabiendo que ella no está en este mundo por mi puro egoísmo.

—¿Entonces por qué la has besado? 

—Porque a veces mi fuerza de voluntad flaquea. Soy hombre y como tal débil. Ahora quiero que me prometas una cosa.

—Lo que sea, Roberto.

—Sé que tú también quieres a Melissa. No como yo, lo sé. La quieres como a una hija. Prométeme que nunca le contarás que estuve en aquella estación. —Alejandro no le contestó—. Alejandro, prométemelo. Prométeme que no le dirás que estuve en aquella estación.

Finalmente Alejandro asintió.

—No te preocupes, nunca le diré que la sigues amando. Nunca le diré que eres un cobarde y que no estás con ella porque Francisco te ha amenazado.

—No te equivoques Alejandro. Francisco no me amenazó solo a mí, nos amenazó a ambos.

—Da igual. Si la amarás de verdad lucharías por ella como ella lo haría por ti.

—¿Y si por mi cabezonería me la arrebatan? No podría vivir con ese remordimiento. 

—No has de preocuparte por mí. Yo nunca le revelaré tu estupidez.


No hay comentarios:

Publicar un comentario