martes, 10 de agosto de 2021

Lo que la verdad esconde. Capítulo 21

     Melissa llegó a su oficina tras la comida con la familia Domínguez y al igual que había ocurrido por la mañana, todos sus empleados se encontraban ya en el estudio. En esta ocasión no estaban cotilleando sino inmersos en sus respectivos trabajos. La mujer se encaminó a su despacho.

—Marlene. Quiero hablar contigo. ¿Podrías venir a mi despacho? —Melissa señaló la puerta.

—Sí, señora —contestó ella tímidamente casi con miedo a la par que se levantaba de su escritorio y la seguía.

—Cierra la puerta y toma asiento, por favor. —La animó señalando una silla de las dos de invitados de su escritorio una vez que ambas ya estaban dentro del despacho.

—Gracias —le contestó Marlene.

La secretaria cerró despacio la puerta y se sentó en la silla que le había ofrecido su jefa.

—Creo que debo disculparme por como te trate antes. Quiero pedirte perdón por el trato que te ofrecí. Tengo que reconocer que fui demasiado dura contigo. —Al oírlo, Marlene se relajó, no esperaba aquellas palabras—. Sé que es tu primer puesto de responsabilidad y la responsabilidad, en ocasiones, te hace cometer ciertos errores. Todos hemos sido novatos, y como tal, hemos cometido deslices. Tú no ibas a ser menos. —Melissa sonrió a Marlene de forma cómplice—. Además, cuando vi quien era el susodicho invitado, comprendí porque no podías o mejor dicho no te atreviste a pararlo. ¿Quién se atrevería a contradecir a la mano derecha del presidente de nuestro país? —Marlene se relajó aún más e incluso se atrevió a devolverle la sonrisa—. Quiero que olvides todas las palabras que te dije esta mañana. Pero recuerda esta otra frase —la chica se tensó de nuevo—. Cuando entres en la sala de reuniones, sea por la causa que sea, llama antes de entrar, por favor. Eso sí debe ser algo que nunca debes olvidar.

—Por supuesto. Fueron los nervios, lo siento mucho. No volverá a ocurrir, se lo juro —la chica contestó muy rápido, como si escupiera cada palabra.

—No hace falta que jures nada. Lo comprendo. Déjame darte un consejo, si me lo permites. —Marlene asintió—. Los mejores secretarios no son aquellos que hacen todo el trabajo a tiempo, sino aquellos que controlan sus nervios y mantienen su mente fría ante situaciones difíciles y complicadas. No obstante no te preocupes, eres aún muy joven. A fin de cuentas, eso es parte de la experiencia y a ti te quedan muchos años por delante de oficio. Ahora, ya puedes volver a tus obligaciones.

—Por supuesto, señora.

La chica salió del despacho de Melissa dejando a esta meditabunda. ¿Funcionaría la invención de Alejandro? Si así fuese, pronto tendría noticias.






Eran las cinco de la tarde cuando el teléfono del despacho de Melissa comenzó a sonar. El indicador del teléfono la informaba que la llamada era interna, se estaba haciendo desde su propia oficina, concretamente desde el escritorio de Marlene.

—Si, ¿Marlene? —contestó Melissa tras descolgar el terminal.

—Melissa. La señora Domínguez quiere hablar con usted. La tengo en espera por la linea dos. Por cierto, se le nota un poco alterada por su forma de hablar.

—Bien. Páseme la llamada. —En su teléfono se encendió el indicador del paso de llamada—. Buenas tardes, Elisabeth. Dime, ¿en qué puedo ayudarte?

—Querida... —comenzó la mujer con voz alterada—. Ha ocurrido una desgracia. Germán, se encuentra en el hospital. Ha sufrido un accidente con el coche.

—¿Un accidente? ¿Se encuentra bien? —preguntó Melissa intentando poner voz de sobrecogida.

—Todavía no lo sabemos. Acabamos de llegar al hospital y los médicos no nos han comentado aún nada. —La voz de Elisabeth delataba que estaba terriblemente afectada por el desconcertante estado de su hijo.

—Saldré ahora mismo para allá. Gracias por llamarme, Elisabeth.

—De nada. Mi hijo desearía que estuvieras aquí. Es lo mínimo que podía hacer.

—Solo espero que no sea nada, que todo quede en un susto. Ahora mismo iré al hospital. Hasta ahora.

—Hasta luego, Melissa.

Melissa colgó el auricular del teléfono. El invento de Alejandro parecía que si había funcionado. Pero, ¿qué daños habría ocasionado? Era hora de asumir responsabilidades y enfrentar la realidad. Melissa, desde lo más profundo de su ser, deseaba que el accidente hubiera sido menor y que a Germán no le hubiera ocurrido nada grave.





Cuando Melissa llegó al hospital central de Ximar un montón de periodistas estaban en la entrada en busca, presumiblemente, de cualquier miembro de la familia Domínguez o amigo de la familia. Parecían leones a la espera de una presa y ella sería la primera.

–¡Oh mirad! Llega la novia de Germán —dijo una joven periodista a su compañero cámara. 

Pero tras esa frase, no solo el cámara la siguió sino que lo hicieron todos los allí congregados.

—Melissa, Melissa.

La joven oyó como un montón de periodistas la llamaban por su nombre. Todos querían la mejor posición para captar sus palabras o para conseguir la mejor instantánea de ella.

—¿Conoce el estado de Germán? —le preguntó uno mientras le ponía el micrófono en la boca.

Los periodistas apenas la dejaban caminar, se habían hacinado a su alrededor. Melissa intentaba llegar a la puerta del hospital pero la tarea le estaba resultando sumamente complicada.

—¿Conocen la causa del accidente? —preguntó otra prácticamente golpeándola con el micrófono.

Melissa no contestó a ninguna de las preguntas que le formularon. No conocía todavía el estado de Germán, no sabía si se encontraba bien o mal. Y respecto a la causa, no tenía intención de revelarla. 

El trayecto que habitualmente habría durado apenas treinta segundos, se había convertido en un recorrido interminable. Pero al final llegó a la esperada puerta del hospital. Ella entró y los periodistas se quedaron fuera disgustados por no haber conseguido las jugosas declaraciones de la nueva novia del accidentado.

Una vez dentro, la joven se dirigió al mostrador de información.

—Buenas tardes. He venido a ver a un paciente que se encuentra ingresado en este hospital. —Melissa se dirigió a la trabajadora que se encontraba tras el mostrador de información—. Su nombre es Germán Domínguez.

—Buenas tardes. Déjeme ver... —la señora tecleó el nombre en su ordenador—. ¿Puede decirme su nombre? Le informo que el paciente tiene una lista de visitas muy restringidas. Si usted no se encuentra en ella, lamento comunicarla que no podrá subir a planta

—Mi nombre es Melissa Talso.

—Muy bien —agregó la mujer al comprobar de nuevo su ordenador—, su nombre se encuentra en la lista. Tome esta tarjeta —dijo mientras se la tendía—. En caso de que algún trabajador se la pida, deberá enseñársela. Con esta tarjeta, podrá venir a cualquier hora del día. No será necesario que cumpla estrictamente el horario de visitas. Por cierto, la habitación es la 286, segunda planta.

—Gracias. —Melissa cogió la tarjeta que le tendía la mujer del mostrador de información.

—De nada —le contestó la señora con una sonrisa.

Melissa decidió no coger el ascensor y subir por las escaleras. Un agente doble lo es las veinticuatro horas del día. El ascensor es un sitio peligroso en caso de ataque y sin posibilidad de escapatoria. No podría defenderse sin ver expuesta su tapadera. Las escaleras, habiendo ascensor, eran menos transitada, por lo que las probabilidades de ver desmantelada su tapadera en caso de ataque disminuían considerablemente.

Melissa comenzó a subir las escaleras. Cuando estaba a punto de llegar a la puerta del primer piso esta se abrió. El hombre que entró metió su mano derecha en el interior de su chaqueta. Ese movimiento la alertó. El hombre no la miró pero la joven no sabía si no la había visto o era una mera actuación. Melissa decidió subir las escaleras que la separaban de él corriendo para interceptarlo. El señor se percató de su presencia y se sobresaltó al tenerla a su lado. Melissa miró las manos del desconocido. Tenía un mechero y un cigarrillo en ellas. Al verlos le sonrió y él le devolvió la sonrisa. La mujer continuó subiendo las escaleras ante la falsa alarma. Al llegar a la segunda planta, abrió la puerta y se internó en el pasillo. Cuando llegó a la habitación, llamó tímidamente a la puerta. Desde dentro, oyó una voz que la animaba a pasar.

—Buenas tardes —dijo Melissa al entrar en la habitación.

—Buenas tardes —respondió Borja y Elisabeth al unísono pero con dos tonos de voz completamente dispares. Mientras Elisabeth se alegraba de volver a verla, Borja, por su semblante, detestaba verla allí.

—Buenas tardes —contestó también Germán.

¡Gracias a Dios! pensó Melissa. Los daños que presentaba parecían de poca importancia. Un brazo escayolado y unas cuantas magulladuras repartidas por su cuerpo y su masculino rostro. Nada que un hombre sano y fuerte como él no pudiera superar en unas pocas semanas.

—¡Qué susto me has dado, Germán! —le inquirió Melissa—. ¿Cómo te encuentras? 

La joven lo besó tímidamente en la frente, en una de las pocas zonas de su rostro que no presentaba magulladuras.

—He estado en mejor estado —Germán intentó sonreír pero el dolor se lo impidió.

—¿Cómo ha ocurrido el accidente? —se interesó Melissa.

—Al parecer, según la policía, el accidente fue provocado por el reventón de la rueda trasera izquierda de su coche. Esto hizo que chocara contra un semáforo — contestó Borja observándola fijamente intentando analizar su reacción.

—Entonces has tenido mucha suerte de solo acabar con unos cuantos huesos rotos —le dijo Melissa a su novio.

—Sí, eso parece. La policía abrirá una investigación por si existe alguna causa oculta. Entre tú y yo —agregó Germán en voz baja—, creo que la causa de que abran dicha investigación son las paranoias de mi padre. Cualquiera se atreve a contradecir sus ordenes.

—Germán —le cortó su madre—, tu padre esta solamente preocupado por tu seguridad. No está de más que se abra esa investigación. Si el accidente fue provocado puede que vuelvan a intentarlo y en consecuencia toda la familia puede estar en peligro. A veces vale la pena ser precavido.

—Hijo, si quiero que abran la investigación es porque tengo mis razones —contestó Borja apoyando las palabras de su mujer.

—¿Crees que el accidente ha podido ser un sabotaje? —preguntó Melissa a Borja mientras le retaba con la mirada.

—Podría ser. A estas alturas no se puede descartar ninguna hipótesis —contestó el padre de Germán de forma fría—. Si ha sido así, encontraremos al terrorista y todo el peso de la ley caerá sobre él, de eso no me cabe la menor duda. Yo mismo moveré cielo y tierra para que eso ocurra, sea quien sea.

—No hagas caso a mi padre —dijo Germán a su novia—. Siempre cree que todo lo que pasa a su alrededor es causa de una conspiración, son las consecuencias de ser político. Cuando algo ocurre siempre intentan buscar la justificación más aterradora posible.

—Pero, ¿y si en realidad tu padre tiene razón y ha sido un sabotaje? —Melissa puso cara de preocupación al decir estas palabras.

—Querida, no te preocupes —la intentó tranquilizar Elisabeth—. Si verdaderamente ha sido un sabotaje, cogerán al responsable y sino, todo habrá sido producto de la mala fortuna.

—¿Te apetece tomar un café, Elisabeth? —le preguntó su marido que ya no aguantaba estar más tiempo en la misma habitación que Melissa. El hombre sospechaba de la novia de su hijo pero para desenmascararla, antes necesitaba pruebas. 

—Sí, te acompañaré —le contestó ella—. ¿Quieres que te traigamos algo, Melissa?

—No, muchas gracias.

Cuando Elisabeth y Borja abandonaron la habitación, Melissa evaluó más detenidamente las lesiones de Germán. El choque había tenido que ser fuerte para provocar todo aquello.

—No te preocupes. Son solo un par de huesos rotos. Me curaré. Podría haber sido mucho peor. He tenido mucha suerte.

—Siento tanto verte así... 

—Cariño, tú no tienes la culpa de que yo me encuentre así. Ha sido un simple accidente. Las cosas pasan. Los accidentes ocurren, así es la vida. ¿Sabes qué es lo que más siento de todo esto?

—¿Qué? —quiso saber Melissa.

—Que no voy a poder recibir hoy mi regalo.

Al principio, Melissa no sabía a que regalo se refería, pero cuando calló en la cuenta, no pudo contener la risa.

—Serás tonto. Podrás canjear tu regalo cualquier otro día. No seas impaciente. Cuando salgas de aquí te compensaré, te lo prometo —la mujer lo besó tiernamente en los labios con miedo a poder hacerle más daño del que ya le había causado.

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