domingo, 29 de agosto de 2021

Lo que la verdad esconde. Capítulo 40

    Nuestras vidas, se asemejan bastante a la alegoría de la caverna de Platón. Somos, en cierta medida, como los prisioneros que habitan en la caverna subterránea del mito. Estos, al estar atados por el cuello, no pueden girar su cabeza y solo alcanzan a ver el fondo de la estancia en la que se encuentran. Detrás de ellos una hoguera ilumina la cueva y por un pasillo circulan hombres con todo tipo de objetos. Las sombras de estos se proyectan en el fondo de la caverna, y esto es lo que ven los encadenados: su realidad.

El mito da un giro cuando uno de los prisioneros es liberado, sale de su “prisión” y comprueba que la realidad es otra. Ve un mundo en el que existen lagos, árboles, animales… Emocionado con su averiguación, el prisionero liberado vuelve con sus antiguos compañeros para relatarles que fuera de la caverna se encuentra la verdadera realidad, y que lo que ven, son solo sombras, sombras que otros crean. Los que nunca han salido de la caverna se ríen de él. Piensan que la luz le ha cegado, que esa es la causa de que diga tales enormidades. Para intentar convencerlos, el hombre libre trata de quitarles las cadenas pero ellos se niegan y amenazan con matarlo.

Todos vivimos cómodos en un engaño permanente, como los prisioneros de la cueva. Ahí fuera existe una realidad esperándonos, una realidad no manipulada, una realidad que debemos investigar. 

Melissa, en aquellos momentos se mimetizó con el prisionero liberado. Cuando encontrase a la pequeña Alicia que en la actualidad ya sería toda una mujer y le contara la verdad, ella ocuparía el lugar del prisionero del mito. ¿La creería o como en el mito de la caverna se reiría de ella? Para averiguarlo, antes tendría que encontrarla, y eso sería tarea difícil estando la organización implicada en todo ello. Pero de una cosa Melissa estaba convencida, haría lo que fuera necesario para destapar aquella verdad. Una mujer estaba viviendo una mentira y si en sus manos estaba liberarla, ella estaba dispuesta a intentarlo costara lo que costara porque era la forma de destruir al presidente y sin presidente la organización no tendría financiación. Sin financiación, la organización desaparecería y ella podría escapar con Germán sin necesidad de mirar continuamente hacía atrás. Merecía ser feliz, tenía una oportunidad de ser libre y lo intentaría a toda costa.





Pip, pip, pip.

Un ruido bajito despertó a Melissa, era la alarma de seguridad de su casa saltando a altas horas de la madrugada, concretamente a las cuatro. Se levantó rápidamente de la cama. Debía comprobar si era o no una falsa alarma y sino lo era, actuar en consecuencia. La rapidez en la actuación en estos casos era vital.

Antes de salir de su habitación, se dirigió a su cómoda. Abrió el primer cajón y de él cogió un arma con silenciador guardada en un doble fondo perfectamente camuflado. Junto con ella, también sacó unas gafas de visión nocturna y un pequeño dispositivo como un reloj de pulsera que se colocó en su muñeca. Tocó unas teclas laterales, y el ruido de la alarma cesó. 

Melissa abrió cuidadosamente la puerta de la terraza de su habitación. La noche era fresca, se notaba que el verano les comenzaba a abandonar. Una vez en la terraza, conectó sus gafas de visión nocturna y tocando un botón de su reloj, las luces del jardín se apagaron de repente.

La oscuridad para Melissa no era ningún inconveniente. La mujer tocó otro de los botones de su reloj y cuatro puntos aparecieron en él, los cuatro intrusos que intentaban allanar su propiedad. 

Uno de los intrusos, según su dispositivo, pronto estaría a tiro desde su posición. Melissa se resguardó tras la barandilla y esperó a que el intruso se pusiera a tiro. Al cabo de unos segundos su presa apareció, la mujer no dudó ni un segundo. Ahora no era la exitosa arquitecta sino la letal agente de la organización Águila. Una vez que ya solo quedaban tres intrusos, Melissa saltó la barandilla, se colgó de ella y sin pensarlo, se tiró al jardín. La caída fue perfecta como cabría de esperar gracias a su entrenamiento. Miró su reloj, los tres desconocidos se dirigían a la casa de invitados. Se encontraban muy cerca de ella y a tiro solo tendría a uno de ellos. Corrió hasta la esquina de la casa. Su víctima estaba en perfecto ángulo.

Pum.

Ya solo quedaban dos, pero no conseguiría interceptarlos antes de que ellos consiguieran entrar en su casa de invitados. 

Melissa corrió en dirección a la casa de invitados. Desde lejos, vio como los dos hombres entraban en ella. Ella decidió correr más rápido, pero prácticamente era inútil, no le daría tiempo a eliminarlos antes de que irrumpieran en las habitaciones de sus invitados. Tocó otro botón de su reloj y la alarma general de la casa empezó a sonar, el sonido era realmente ensordecedor. Así tanto Germán como su madre se despertarían y podrían tener aunque solo fuera una oportunidad de luchar contra sus atacantes.

Melissa decidió rodear la casa de invitados e ir a la ventana de la habitación de Elisabeth. Justo cuando el atacante iba a dispararla, Melissa lo disparó y lo mató en el acto, el tiro fue perfecto. Elisabeth comenzó a chillar descontrolada. Melissa en un acto reflejo rompió, sin pensárselo dos veces, el cristal de la ventana y entró por ella a la habitación.

—Todavía tengo otro atacante al que eliminar. Quédate aquí, Elisabeth, por favor —le dijo Melissa tranquilamente a su invitada que estaba todavía aterrada en la cama por la escena que acababa de presenciar.

La anfitriona salió de la habitación pistola en mano dirección al dormitorio de Germán. En él, se oían ruidos de lucha, golpes. Cuando Melissa llegó al borde de la puerta, el ruido en la misma cesó. Cuando finalmente entró, un hombre estaba sangrando por la cabeza en el suelo. Al fijarse mejor, se percató que no era Germán, sino el intruso. Germán tenía una figura de bronce en la mano, presumiblemente el arma con la que había golpeado la cabeza del hombre que ahora yacía en el suelo inconsciente o muerto. Al ver a Melissa y a su madre, detrás de esta, la figura de bronce se le escabulló de entre los dedos de su mano temblorosa. Estaba en estado de shock.

—¡Oh Dios mío! Lo he matado —dijo asustado al ser consciente de la situación.

—Eras él o tú —contestó Melissa con voz firme—. ¿Estás herido? —se interesó.

—Solo unas cuantas magulladuras, nada grave —respondió mientras se tocaba el cuerpo—. ¿Y ese arma? —preguntó al ver la pistola que portaba Melissa.

—No es nada. —La guardó de forma mecánica en su espalda entre su cuerpo y su pijama, sujetada por el elástico de su prenda de dormir y ocultándola bajo su camiseta. Melissa se dirigió al cuerpo que yacía en el suelo y comprobó sus contantes vitales—. Está muerto —sentenció de forma resuelta, como si para ella eso fuera algo habitual, algo que comprobaba todos los días.

—¡Oh Dios mío! ¿Cómo vamos a explicar todo esto a la policía? —gritó Elisabeth de forma histérica—. ¡Esto es una pesadilla! ¿Cómo nos ha podido ocurrir esto a nosotros?

Germán se sentó en el borde de la cama apenas sin fuerzas.

—¡Oh Dios mío! Me voy a pudrir en una cárcel. He matado a un hombre.

—Nadie va a ir a la cárcel y nadie va a tener que explicar nada a la policia porque nadie va a llamarlos. ¿Entendido? Eso complicaría demasiado las cosas y no es necesario. Ya tenemos suficientes problemas como para añadir uno más — agregó la anfitriona diciendo esta última frase más baja, como para si misma—. Por este desorden, no os preocupéis. Yo me encargaré de todo.

—¿Tú? —dijo asombrada Elisabeth.

—Sí, yo —le cortó tajante Melissa—. Me encargaré de todo. Por la mañana nadie sabrá que cuatro hombres vinieron aquí a terminar con vuestras vidas. Será como si todo esto hubiera sido un mal sueño.

—¿Cuatro? —Germán estaba completamente asombrado y ocultó su rostro entre sus manos como si quisiera ocultarse de la realidad.

—Ahora no tenemos tiempo para este tipo de conversación. Tengo mucho trabajo por delante. —Melissa miró la estancia y pensó como sería la mejor forma de solucionar aquel problema—. Mañana hablaremos tranquilamente de todo esto. Será mejor que los dos vayáis a dormir a la casa principal, ¿de acuerdo? —Melissa tocó el hombro de su novio para reconfortarlo y darle su más sincero apoyo.

Elisabeth y su hijo dejaron a Melissa sola en la casa de invitados. La mujer trabajó duro durante toda la noche para deshacerse de los cuerpos de todos los asaltantes. Limpió concienzudamente el lugar para que no quedara ningún indicio de lo acontecido allí. Solamente le faltaba un pequeño detalle, arreglar el cristal de la ventana de la habitación de Elisabeth. Tendría que hacerlo por la mañana. Miró su reloj, las seis de la mañana. Decidió darse una ducha para a posteriori encargarse de arreglar el cristal.


Lo que la verdad esconde. Capítulo 39

Elisabeth, Germán y Melissa llegaron exultantes a la fiesta que daba Sergio para despedir el verano. Normalmente, era otra de las fiestas que festejaba Borja, pero tras su entrada en prisión y por el momento la expropiación a la familia de todo su patrimonio, Sergio decidió celebrarla él. No quería que se perdiera aquella tradición para despedir el verano. 

Era un evento al que acudían todas las familias influyentes del país. Toda familia con cierto poder estaba invitada y la que no estaba, es que no contaba en la alta sociedad. 

Todas las señoras lucían sus mejores galas, ninguna quería quedarse detrás de la otra. Era el lugar idóneo para demostrar el poderío familiar.

Melissa lucía el vestido largo estilo griega color champagne que le había confeccionado Florian. Entró en casa del anfitrión del brazo de Germán que también estaba espectacular con su chaquet negro. 

—Hola —les saludó Sergio efusivamente—. Temía que no fuerais a venir. — Sergio estrechó la mano de Germán y a continuación lo abrazó como si de su propio hijo se tratara.

—En realidad hemos venido porque Melissa ha insistido mucho. Si por mí hubiera sido, no habría asistido —le contestó su ahijado.

—Querida —intervino Eva, la mujer de Sergio, refiriéndose a Melissa–, has hecho bien animando a Germán y a su madre a venir. Os lo pasaréis genial, ya veras. De hecho, había pensado quedarme con vosotros durante toda la velada para que no os sintáis tan solos.

—Gracias por invitarnos, Sergio —intervino Elisabeth–. No creo que haya mucha gente que le guste vernos por aquí después de lo que ha hecho mi marido y sobre todo tras su caída en desgracia.

—Tonterías. Para mí es un placer teneros a los tres aquí —contestó mientras miraba a Melissa y la sonría. Ella le devolvió la sonrisa.

—Tienes una casa magnifica —le dijo ella.

—Es un verdadero halago viniendo de una especialista en la materia como lo eres tú. Bueno pasad, pasad a la fiesta y sentiros cómodos.

La fiesta consistía en un lunch de pie. Los anfitriones habían montado unas carpas en su jardín por si llovía que no fuera necesario suspender la fiesta. Al estar el cielo despejado las carpas estaban abiertas. Al fondo, en un altillo, había una orquesta tocando. La música era alegre e incitaba a bailar, probablemente para que la gente bailara más y comiera menos.

El lugar estaba prácticamente lleno. Los camareros pasaban bandejas de canapés para que los invitados picasen mientras conversaban con amigos y conocidos. El ambiente era distendido. Los tres se incorporaron a la fiesta junto a la pareja anfitriona.

—Parece que no pasaremos desapercibidos —comentó Melissa a Germán.

—Sí, eso parece —le contestó él.

La gente se daba la vuelta al verlos pasar. Incluso alguno que otro se separaba de su trayectoria por miedo al contacto físico. Cuando se alejaban, la gente cuchicheaba, lo más probable de ellos. Su presencia no estaba pasando desapercibida.

—Melissa —le dijo Sergio–, tengo un amigo que me ha comentado que quiere redecorar su casa. Le he hablado de ti y está muy interesado en conocerte. ¿Qué te parece si te lo presento?

—Sí, por mi perfecto, aunque no estoy acostumbrada ha hablar de trabajo en las fiestas. Pero siendo amigo tuyo, no es cuestión de desaprovechar la oportunidad. 

—Entonces Germán, si me disculpas, te la robaré unos instantes. —Sergio miró a su ahijado buscando su aprobación.

—No pasa nada, sólo espero que me la cuides bien —contestó él tras dar un beso a su novia en los labios.

—Eso no lo dudes. Acompáñame, Melissa. 

Melissa se cogió del brazo de Sergio y este la condujo a través de la fiesta en busca de su amigo. Ahora la gente no se apartaba de su camino, sino que la miraban con cierta envidia, estaba agarrada del brazo del anfitrión de la fiesta.

—Hola, Tomás —se dirigió Sergio a un hombre que estaba en un pequeño grupo de varones. Este al oír su nombre se dio la vuelta—. ¿Te acuerdas de la arquitecta de la que te hable? —El hombre asintió—. Tengo el placer de presentarte a Melissa. Melissa, este es Tomás, el amigo del que te acabo de hablar.

—Encantada —le dijo Melissa al hombre ofreciéndole su mano.

—El placer es mío —él se la estrechó enérgicamente.

—Bueno —intervino Sergio–, os dejaré hablando del proyecto tranquilamente. Hasta luego.

Sergio dejó a Tomás y Melissa hablando del posible proyecto de redecoración de la casa de este. Mientras él continuó con sus labores de buen anfitrión.






—Pensé que no te volvería a ver en toda la noche —le dijo Germán a Melissa al verla aproximarse.

—Eso mismo pensé yo también. —Melissa miró a los allí reunidos—. El lunes iré a la casa de Tomás, el amigo de tu padrino —agregó mientras lo señalaba con la mirada—, para ver sobre el terreno que puedo o no hacer en su casa.

—Vaya, vaya. Parece que el venir aquí te ha abierto campo de trabajo. —Germán rodeo a Melissa con sus brazos.

—Ya sabes que trabajo tengo de sobra. Coger este nos puede sobrecargar el planing. Pero también es verdad que no podía negarme a aceptarlo. A fin de cuentas, es amigo de tu padrino, ¿qué podía hacer? Rechazarlo sería ser descortés, y teniendo en cuenta quien es Sergio no conviene agenciarse enemistarse con gente de su nivel. 

—Tienes toda la razón. —Germán estrechó más a su novia—. ¿Cómo podrías rechazar a un ricachón?

—Puede que así amplié también mi campo de clientes. Tal vez a partir de ahora vaya a todas las casas de estos señoritingos, ¿quién sabe?

—Señoras, señores. —Sergio captó la atención de todos sus invitados subido en el altillo donde se encontraba la orquesta micrófono en mano—. Antes de nada, quería daros las gracias por vuestra asistencia. Gracias a ella, esta fiesta esta siendo todo un éxito. Como todos sabéis, hacía muchos años que mi familia no se encargaba de organizar este evento. Pero parece ser que no se nos ha olvidado como organizar una buena fiesta. —La gente se rió ante el comentario—. Dentro de unos instantes, a las doce en punto, tendrán lugar los fuegos artificiales que darán la bienvenida al otoño. Tras ellos, nuestra orquesta seguirá amenizando esta maravillosa velada. Muchas gracias a todos por venir y hasta el año próximo que espero veros a todos de nuevo por aquí.

Al finalizar su breve discurso, comenzó a aplaudir y el resto de invitados le siguieron. Tras unos instantes unos voladores sonaron, eran el preámbulo de los fuegos artificiales.

—Cariño —dijo Melissa a Germán al oído—. Necesito ir al baño.

—¡Pero te vas a perder los fuegos! Seguro que Sergio no a escatimado en ellos.

—Te contaré un secreto —le susurró al oído Melissa—. Ahora los baños estarán libres. Cuando el espectáculo terminé, no habrá quien entre. Y que quieres que te diga, no creo que estos fuegos sean muy distintos de otros que ya haya visto.

Le dio un beso rápido en los labios y se fue al interior de la casa antes de que se lo impidiera de alguna manera. 

En la puerta de la casa había dos hombres del equipo de seguridad.

—Disculpe —se dirigió a uno de ellos—. ¿Para ir al baño?

—Tercera puerta a la derecha, señorita —dijo indicándole un pasillo.

Melissa entró en la casa de Sergio. Según los planos que había consultado el despacho del anfitrión estaba en el primer piso. Comprobó que los hombres estaban distraídos mirando al resto de invitados y subió las escaleras. Al llegar a la primera planta fue directa a la puerta del despacho personal del presidente.

—Maldición —dijo Melissa en voz baja tras comprobar que la puerta estaba cerrada con llave. 

La mujer se quitó una de sus horquillas y la metió en la cerradura. Al final, consiguió abrir la puerta y entrar en el despacho. 

El despacho estaba iluminado gracias a los fuegos artificiales del exterior. En él había dos estanterías, una en cada pared, llenas de libros. Al fondo, cerca de la ventana, había una mesa de escritorio de materiales nobles y en ella un ordenador. Melissa no se lo pensó dos veces y se dirigió al escritorio.

—No me hace gracia que vengas aquí y menos sin avisar.

Melissa oyó pasos y la voz de Sergio procedente del pasillo justo detrás de la puerta de la estancia en la que ella se encontraba. No podía escapar del despacho sin ser descubierta. Estaba completamente atrapada.

—Venga. Pasemos a mi despacho. Aquí podremos hablar más reservadamente —continuó Sergio.

Melissa oyó como una llave se deslizaba en la cerradura de la puerta. Ella seguía en el escritorio mirando los papeles y justo antes de que la puerta se abriera, se escondió detrás de las enormes cortinas del ventanal.

—Venga, pasa —animó Sergio a su misterioso invitado—. ¿Qué es eso tan importante que no pueda ser resuelto mañana?

—Estoy harto de tus largas, Sergio. —Melissa conocía aquella voz pero sin ver la cara del hombre, no podía asegurar quien era.

—Vamos, hombre. Sabes que siempre cumplo mi palabra. Parece mentira que a estas alturas desconfíes de mí de ese modo. 

—¿Siempre? Parece que en esta ocasión se te está olvidando el significado de esa palabra.

—El precio que me has pedido en esta ocasión por tus servicios es demasiado elevado. Tienes que comprender mi tardanza.

—¿Muy elevado? Te he quitado un gran peso de encima. ¿Así me lo agradeces? ¿No eres todavía consciente que sigues en el sillón presidencial gracias a haberte quitado de encima a Borja? Tenías una bomba de relojería en tu gabinete a punto de estallar y yo te la solventé de tal manera que tu imagen ante la opinión pública ha salido restablecida. 

Melissa observó por el reflejo del cristal quien era el otro interlocutor. No podía creérselo, era Francisco, su jefe en la organización.

—Francisco, pronto tendrás lo que te prometí. Confía en mí.

Cada hombre se puso a un lado de la mesa de despacho para continuar con la conversación.

—Llevas diciéndome eso meses. El tiempo de las palabras terminó, quiero hechos, hechos tangibles. Mi paciencia tiene un limite, ¿comprendes? Creo que ya he sido suficientemente paciente. Pero si no recibo mi pago...

—Dame un mes más y serás el responsable militar de este país —le cortó Sergio antes de que el jefe de la organización Águila prosiguiera con sus amenazas—. Y con eso, probablemente, el hombre más poderoso de este país, por detrás de mí, claro.

—Te doy solo una semana —sentenció Francisco.

—¿Una semana? Eso es muy poco tiempo. Tendrías...

—Una semana o pronto le iras a hacer compañía a tu querido amigo Borja a la cárcel —le cortó Francisco de forma tajante—. No me tientes porque la idea me encanta. Borja y Sergio amigos fuera y dentro de la cárcel. Sería un gran titular, ¿no crees?

—Estoy totalmente limpio. Desde aquel trabajo que os ordené hace casi veinte años, nunca más me he visto personalmente envuelto en chanchullos sucios. 

—Precisamente ese “trabajo” como tú lo llamas será el arma que te destruya. ¿Qué crees que te haría tu padre si descubriera que su primogénito ordenó la muerte de su propio hermano y su hijo favorito?

—No tienes ninguna prueba que me relacione con aquel incidente. —Sergio cerró sus puños y los posó sobre la mesa. No solo el tono de su voz denotaba furia, también la postura de su cuerpo.

—¿Lo llamas aquel incidente? ¿Realmente eso crees? La organización siempre se guarda un as bajo la manga por lo que pueda ocurrir. Créeme cuando te digo que ese as lo tengo. Sabes tan bien como yo que eso te destruiría completamente. ¿En serio quieres jugar contra mí una partida de mus?

—Lo dudo —respondió fríamente Sergio—. Si realmente tuvieras alguna prueba de aquello, ya la habríais usado. Has tenido tiempo más que de sobra para hacerlo.

—Como estoy de buen humor y digamos que espléndido, te voy a dar una pista de la prueba que tengo contra ti. —Francisco se sentó en una de las sillas del despacho—. Así podrás valorar si te conviene o no darme lo que te he pedido en el tiempo establecido. ¿Qué me dices? —Sergio, por su parte, se sentó también imitando a su invitado. Como el anfitrión no contestó siguió con su monólogo—. Aquella noche, uno de los ocupantes de aquel automóvil no murió. Milagrosamente sobrevivió. No me preguntes cómo pero lucho con uñas y dientes por su vida. —Sergio quedó atónito con la confesión que le acababa de hacer Francisco—. Sí, Sergio. No pongas esa cara de espanto. Te estoy contando la verdad, la autentica verdad. Tu sobrina Alicia sigue viva. —Francisco interrumpió su discurso para que Sergio digiriera la noticia—. Ella no murió aquella noche en aquel fatal accidente, milagrosamente sobrevivió.

—No puede ser. Si estuviera viva... ¿Por qué no ha salido todavía a la luz pública? ¿Por qué no se ha puesto en contacto conmigo o con su abuelo?

Francisco se levantó de la silla que ocupaba, apoyó sus manos sobre el escritorio de Sergio y se inclinó sobre él.

—Consúltalo con la almohada, Sergio. Porque sino me das ese puesto en una semana, el castillo de arena que has construido se vendrá abajo. Me encantará estar en primera fila para verlo cuando ocurra. —Francisco se dirigió a la puerta y antes de abrirla agregó—. ¡Ah!, por cierto Sergio, magnífica fiesta.

A continuación abrió la puerta y abandonó la habitación.

Sergio quedó atónito con las palabras de Francisco y se recostó en su sillón. Si era verdad que su sobrina estaba viva, aparecía y contaba la verdadera causa del accidente en el que habían muerto sus padres, destruiría todo por lo que había luchado todos aquellos largos años. Su poder, la fortuna familiar... Lo que le había ocurrido a Borja sería una pantomima en comparación con lo que le ocurriría a él. Tenía que conseguir lo que Francisco le pedía en el tiempo acordado o sino estaba perdido.


Lo que la verdad esconde. Capítulo 38

     —Buenos días, Teresa. —Melissa entró corriendo en la cocina muy sonriente—. ¿Necesitas que te ayude con algo? He llegado pronto así que puedo echarte una mano.

Teresa la miró extrañada, Melissa nunca ayudaba en la cocina.

—No, señorita. Lo tengo todo bajo control. En unos minutos estará todo dispuesto para que puedan comenzar a comer.

—Perfecto. Tiene que salir todo perfecto. Esta comida es muy importante, Teresa. Me he dado cuenta de que he sido muy dura con ellos sin necesidad y que mejor manera de disculparme que una comida perfecta

Melissa se movía nerviosa de un lado a otro de la cocina. 

—¿Está nerviosa, señorita? —quiso saber la asistenta.

—¿Se nota mucho? —Melissa sonrió—. En los últimos días no he sido la anfitriona perfecta que debería haber sido. Quiero comenzar a serlo.

—No se preocupes. He hecho los platos que me pidió.

El horno comenzó a sonar en ese momento indicando que el tiempo de horneado había terminado. 

—Será mejor que te deje trabajar tranquila, Teresa. Tú estás suficientemente atareada como para que te contagie yo mi nerviosismo.

Melissa tocó dulcemente el hombro de su asistenta para darla animo y a continuación abandonó la cocina y se dirigió al salón. Allí se encontraban tanto Germán como su madre.

—Buenos días, o buenas tardes como más os guste. Esta es la típica hora en que no se sabe muy bien como saludar. —La anfitriona de la casa inició la conversación con sus invitados.

—Buenos días. Hasta que no se come, no se puede decir buenas tardes — contestó Elisabeth sonriente, contagiándose de la alegría de Melissa.

—Bueno, eso es muy relativo. ¿Qué pasaría si no almorzáramos? ¿Seguirías saludado con buenos días a las cinco de la tarde? —intervino Germán.

—Hijo tú siempre tan retórico. Gracias por ser tan amable con nosotros, Melissa. —Elisabeth se dirigió a la anfitriona y la cogió las manos.

—No tenéis por qué darme las gracias. Estos días no he sido la anfitriona que os merecíais. En lugar de apoyaros, os separé de mi vida, espero que podáis perdonarme.

—Otra en tu situación ni siquiera nos hubiera dejado quedarnos en su casa como hiciste tú. Es más de lo que nos merecemos. —Elisabeth le tocó el brazo de una forma maternal.

—Por favor, por favor. Vais a conseguir sacarme los colores. Yo tengo ya un hambre... ¿Qué os parece si nos sentamos? Acabo de pasar por la cocina y por como olía no puede faltar mucho.

—Por mí perfecto —contestaron madre y hijo al unísono.

La comida transcurrió amena. La conversación no cesó entre los tres. La relación entre ellos parecía la misma que antes de descubrirse la intervención de Borja en el secuestro de Melissa.

—¡Ah!, por cierto. Hoy llegó en el correo un carta para vosotros. 

Melissa le entregó un sobre a Elisabeth en el que se podía leer “Para la familia Domínguez”. La mujer abrió el sobre y sacó de ella una bonita invitación.

—¿De qué se trata mamá? —quiso saber Germán.

—Es tu padrino —contestó ella mientras le entregaba el sobre y la invitación—. Se encargará este año de celebrar el equinoccio de otoño. Quiere que seamos sus invitados de honor.

—¡Qué despropósito! ¿Pretende que celebremos una fiesta mientras mi padre sigue preso en la cárcel? —Germán cogió la invitación y la volvió a guardar en su sobre.

—A mí no me parece tan mala idea que asistáis a esa fiesta —intervino Melissa—. Es una manera de demostrar a toda la sociedad que seguís adelante con vuestras vidas a pesar del contratiempo que sufristeis. Nos guste o no, vivimos en una sociedad en la que las apariencias lo es todo. ¿Por qué no seguir jugando a su juego?

—Seremos repudiados en esa fiesta —contestó Elisabeth.

—No veo por qué —respondió Melissa—. A fin de cuentas os ha invitado el mismísimo presidente y organizador de la fiesta. ¿Quién en su sano juicio se atrevería a repudiar al invitado de honor del presidente?

—Aunque quisiera asistir, no tendría que ponerme para tal celebración. No tengo ropa elegante con la que ir. —Elisabeth bebió un trago de vino—. Toda mi ropa de fiesta sigue en la que hasta hace poco fue mi casa.

—Eso no es excusa. Podemos aprovechar la tarde para irnos de compras. ¿Qué me dices? —Melissa sonrió de forma complice a Elisabeth.

—¿Y yo no tengo nada que opinar? —preguntó Germán.

—Si quieres también puedes venir —le respondió Melissa.

—Odio ir de compras. Además yo si tengo algún que otro traje para ponerme. Prefiero quedarme aquí y descansar.







Melissa y Elisabeth se fueron juntas de compras. La anfitriona decidió llevar a su invitada a la tienda de un joven modisto todavía poco conocido pero que con el tiempo se convertiría en uno de los grandes de la moda. 

Melissa estacionó su coche en un aparcamiento enfrente de la tienda. 

—No tenía ni idea que en este barrio hubiera un modisto importante. —Elisabeth estaba aterrada por la excursión que la había traído al barrio oeste.

El barrio Oeste de Ximar no era nada glamuroso, todo lo contrario, era un barrio obrero que desde la crisis económica que había asolado el país había ido sufriendo una degradación. Pero era un barrio muy próximo al centro de la ciudad, por lo que en los últimos años estaba comenzando a sufrir una completa remodelación. Quedaba mucho trabajo por delante, pero en unos años se convertiría en uno de los barrios más chics de la ciudad. A diferencia del centro de la ciudad, donde únicamente había rascacielos y pisos altísimos, en este barrio los pisos eran de 3 o cuatro plantas a los sumo y abundaban las zonas ajardinadas. 

—Todavía no se le puede catalogar como modisto importante. Aún no es conocido. Pero cuando veas sus diseños me darás la razón de que pronto todas las mujeres pudientes de este país se lo rifarán. Es algo así como un diamante en bruto

—¿Cómo le conociste? —quiso saber Elisabeth una vez que las dos estaban fuera de coche y cruzaban la calle.

—Tenía su tienda en un bajo de uno de los edificios que no hace mucho remodelé en otra zona de este mismo barrio. Me interesé por su trabajo y me enamoró. Yo misma le ayudé a instalarse aquí. Cuando puedo me acerco y compro alguna de sus novedades. En ocasiones me dice que soy su musa. —Melissa sonrió a Elisabeth.

—Pues no creo que aquí pueda vender mucho.

—No seas dura ni le catalogues antes de ver sus diseños. Si no te gusta nada, te prometo que iremos a otro lugar. 

—De acuerdo. 

Melissa empujo la puerta y entró la primera. La tienda era completamente blanca. Detrás del mostrador se encontraba una mujer con la tez muy pálida y el pelo teñido de rosa. Al ver a Melissa, la mujer sonrió y salió de detrás del mostrador para recibirla.

—¡Qué alegría volver a verte por aquí! Hacía tiempo que no venías a hacernos una visita. Ya verás que contento se pone Florian cuando regrese.

—¿Tardará mucho?

—No, no, para nada. Acaba de salir a tomar un café, pero estará al caer. —La mujer se dio cuenta en ese instante que Melissa venía acompañada—. Discúlpeme, no la había visto. Pensará que soy una desconsiderarla por no saludarla, lo siento. Mi nombre es Emérita. Estaré encantada de ayudarla.

—Yo soy Elisabeth. Encantada de conocerla. Veo que sois muy cercanas.

—Sí, Melissa es nuestra mejor clienta y nuestra mejor relaciones públicas. ¿Por qué no hecha un vistazo a alguna de nuestras prendas mientras llega Florian? —Emérita invitó a su nueva clienta a que observara la nueva colección con la que contaban.

—Eso haré gracias —contestó ella escuetamente. 

Mientras Elisabeth comenzó a mirar el género, Melissa y Emérita continuaron hablando.

—¿Qué tal os va en el nuevo emplazamiento? —se interesó Melissa.

—Bien. La verdad es que ahora tenemos más clientas que antes. No nos podemos quejar. Aunque siempre es bueno tener más.

—Ya, siempre queremos más de lo que tenemos, es normal. 

—Florian está muy contento con la acogida de su nueva colección, se está vendiendo muy bien.

—Me alegro. He visto un jersey en el escaparate muy bonito. Quizás luego podría probármelo. 

—No se lo comentes a Florian, pero que sepas que tiene una sorpresa para ti — contestó Emérita en voz baja—. Si sabe que te lo he dicho me mata.

—No te preocupes no diré nada, soy una tumba. Incluso me haré la sorprendida —rió Melissa de forma cómplice.

–Mira hablando del rey de Roma por la puerta asoma. 

En ese momento Florian entró por la puerta y al ver a Melissa le entregó las bolsas que portaba a su trabajadora.

—Qué alegría que nos vengas a visitar. Siempre es un placer tenerte en mi tienda. 

—Tú siempre tan zalamero —le contestó Melissa mientras los dos se abrazaban—. Hoy he venido con una amiga. Florian te presento a Elisabeth, la madre de mi novio.

—Señora, es un placer conocerla. —Florian cogió la mano de Elisabeth y la besó de forma cortés.

—El placer también es mío. He estado observando su colección, muy rompedora y exquisita a la par. Una pena que no tenga la edad de Melissa, sino yo también sería una de sus mejores clientas.

—Mi colección no tiene edad, la creo pensando en el sexo femenino. Para mí todas las mujeres son jóvenes, simplemente unas tienen más experiencia que otras. Tengo clientas de todas las edades, si usted viera... Algunas de mis clientas catalogan mi colección como hippie pija, yo soy mas partidario de la palabra rompedora como usted bien ha dicho. Pero bueno no creo que hayáis venido hasta aquí para solamente hablar, ¿no?

—Efectivamente —contestó Melissa—. Necesitábamos unos vestidos para una fiesta —enfatizó sus palabras señalando a la madre de su pareja y a ella misma.

—Concretamente para la fiesta del equinoccio de otoño que este año organiza el presidente de nuestro país —intervino Elisabeth.

—Bueno, bueno. Me agrada un montón que me hayáis elegido a mí para vestiros para esa gran fiesta. Puede ser una increíble oportunidad para mi persona. 

—Disculpadme pero yo no estoy muy convencida con esta elección. No me veo con esa mezcla de colores. —Elisabeth señaló los modelos de la tienda.

—No se preocupe. Esa es mi colección de temporada pero también diseño vestidos clásicos. ¿Acaso a visto a Melissa con colores tan rompedores? Sé ser recatado para las ocasiones que así lo merecen pero también me gusta innovar, dejar volar mi imaginación, soy un artista. Algunos de mis maestros me tachaban de loco por mezclar colores imposibles, pero sabiéndolos conjuntar pueden ser el toque especial del conjunto. Pasen por aquí, por favor. 

Florian abrió una puerta y comenzó a descender unas escaleras. Melissa y Elisabeth lo siguieron a la zaga.

–Antes de nada —agregó Florian—. Tengo un regalo para tí, Melissa. Es el primer modelo de mi próxima colección y ya que tú fuiste mi musa para su diseño, lo mínimo que puedo hacer es regalártelo. 

Florian se dirigió a un armario, abrió la puerta y cogió una bolsa que le entregó. Ella abrió la bolsa y sacó su contenido. Se trataba de una camisa muy pintoresca de colores negros, violetas y azules oscuros y de una falda vaquera muy bonita. 

—Como puedes ver la falda se ajustará perfectamente a tu cintura y una vez en la cadera se formará un vuelo muy cuqui. Está específicamente diseñada para ti. Espero que te guste, querida. —Florian estaba muy orgulloso de aquel conjunto, se le veía en la cara.

—Es precioso. Mañana mismo me lo pondré para ir a trabajar. —Melissa volvió a introducir las prendas en la bolsa tras haberlas examinado detenidamente y haberla gustado.

—Buenos pues entonces vayamos al grano. Elisabeth, ¿de qué color quiere su vestido? —le preguntó Florian.

—No tengo ni idea. Me dejaré aconsejar por usted. 

Florian se dirigió a la zona de telas y miro los rollos que allí tenía. 

—¿Qué le parece un conjunto de camisa blanca y pantalón azul? No sería ni una simple camisa ni un simple pantalón, claro está.

—Nunca me he puesto pantalones —contestó Elisabeth escuetamente al no gustarle la idea. 

—Alguna vez tendrá que ser la primera, ¿no? Querida, ¿por qué no se subes a ese pequeño altillo? —la mujer le hizo caso y subió el escalón—. Tendrá que quitarse la ropa si quieres que le tome medidas. 

Elisabeth hizo lo que le pidió y dejó que el modisto hiciera su trabajo. 

—Ahora mismo soy el modisto más feliz del mundo. ¿Quién otro puede tener la oportunidad de vestir a las dos mujeres mas bellas de Ximar? Tiene unas medidas envidiables, Elisabeth. Puede ya vestirse, he terminado. 

Elisabeth se puso la ropa y se bajo del altillo. Melissa procedió a ocupar su lugar para que le tomara a ella también las medidas.

—Tus medidas ya las tengo, Melissa. No será necesario que subas —le dijo Florian a la que parecía ser su clienta favorita—. ¿Me dejarás en esta ocasión innovar con tu vestido?

—Sí, pero no demasiado que tengo que ir impecable y espectacular. 

—Lo irás, no te preocupes. El jueves si queréis podremos hacer la primera prueba.

—¿De la semana que viene? —preguntó Elisabeth.

—No querida, pasado mañana —contestó el modisto.

—Pero eso es prontísimo —intervino la madre de Germán—. No puede hacernos la primera prueba tan pronto, eso solo le da un día para trabajar.

—Las prendas no estarán finalizadas, solo estarán hilvanadas pero servirán para que vean mi idea. Si les gusta seguiremos trabajando en ella y puliéndola. Por el contrario, si no son lo que buscan tendremos tiempo más que de sobra para subsanarlo. ¿Qué me dicen?

–Que aquí estaremos el jueves probándonos esos pseudovestidos, Florian — contestó Melissa sonriente.






Melissa y Elisabeth acudieron puntuales a su cita con Florian el jueves. Emérita las llevó directamente al taller, donde Florian estaba inmerso en su trabajo, y rápidamente regresó a su puesto en la tienda.

—Han sido muy puntuales —les saludó el modisto. 

—No podíamos resistirnos a ver nuestros vestidos —contestó Melissa.

—Muy bien. Solo espero que sean de su agrado. La verdad es que yo también estoy emocionado por ver vuestras caras cuando por fin los veáis.

Florian desapareció detrás de un biombo y apareció rodeado de dos maniquies vestidos elegantemente. Uno portaba una camisa murciélago de raso blanco con un pantalón ancho azul oscuro del mismo tejido. El otro llevaba un vestido color champagne estilo griega con una sola manga. La cintura era entallada gracias a un cinturón plateado que imitaba las hojas de un laurel. 

—Bueno, ¿qué les parece? —preguntó Florian a sus clientas.

—Dios mío es espectacular —sentenció Melissa tras acercarse a su vestido y examinarlo detenidamente. 

–¿Y usted que opina señora? —Florian miró a Elisabeth que no acababa de contestar—. Ups, se me olvidó poner el último detalle a su conjunto, Elisabeth. —El modisto desapareció detrás del biombo y apareció con un cinturón precioso de pedrería que colocó sobre el conjunto—. De esta forma parecerá un mono en lugar de una camisa y un pantalón. Bueno, ¿qué me dice?

Elisabeth se había quedado sin palabras al ver el que sería su vestuario para la fiesta del equinoccio de otoño.

—Si no le gusta, solo tiene que decírmelo. Puedo hacer otro que se ajuste más a sus gustos. Siento no haber acertado con el primer diseño. De verdad, no es para mi ningún inconveniente hacerle otro modelo que sea de su gusto. 

—¿Perdone? —le contestó Elisabeth—. No, no. El conjunto es perfecto. Me encanta y ese cinturón es magnifico. Nunca hubiera imaginado que confeccionaría algo así, con tanto estilo, Florian. He de decir que no estaba muy convencida en llevar a la fiesta un pantalón y una blusa, pero he de decir que el resultado final es realmente espectacular. Nunca he llevado nada parecido, supongo que no arriesgo nada por cambiar mi estilo de forma radical, ¿no? —la mujer sonrió al hombre de forma cómplice. 

—¡Gracias a Dios! —respondió el modisto expirando teatralmente—. Creí que no pasaría su examen. He de decirle que al final será muchísimo mejor. Haré virguerías con el conjunto. No se arrepentirá de elegirme. A veces un conjunto arriesgado es la mejor opción.

—Creo que no me arrepentiré. Es asombroso lo que ha hecho un día, no quiero ni imaginar lo que hará en dos semanas. Pocos modistos son capaces de trabajar así de rápido y conseguir un resultado tan increíble. Sé de lo que hablo. 

—Cuando un proyecto me apasiona no descanso hasta verlo acabado y más cuando detrás tengo la motivación de vestirlas. Serán las invitadas más observadas del evento, de eso me encargaré yo. ¿Entonces me dan el visto bueno?

—Por supuesto —contestaron ambas al unísono.

—Entonces pongámonos con la primera prueba de los vestuario.