sábado, 30 de abril de 2022

Capítulo 7 - Espicha

    Tras buscar a Jayden, Amelia y su amigo americano comenzaron a callejear el centro de Gijón para llegar al lugar donde habían quedado con parte de su grupo de amigos.

    Jayden estaba maravillado con la bella arquitectura de algunos de los edificios de la ciudad. Cerca del precioso hotel donde se hospedaba, justo al lado del puerto deportivo, se encontraba un palacete que le tenía maravillado, el palacete de Urquijo. Su imponente y bella construcción, así como su localización lo tenían embelesado. Siempre que pasaba cerca de él, posaba sus ojos en aquel bello y señorial inmueble, le era imposible no hacerlo. 

    Atrás dejaron el palacete y se internaron en la céntrica y bulliciosa calle Corrida. Algunos de los edificios de esta rúa no se quedaban atrás en cuanto a belleza. A lo largo de su recorrido, dejaron atrás buenas muestras bien conservadas de arquitectura Art Decó tan característica de esta ciudad. 

    Desde que Amelia recogió a su amigo en su hotel y comenzaron a caminar, este le había cogido de la mano, sus dedos se entrelazaban armónicamente. Desde aquel beso en Covadonga, las muestras de cariño entre ambos habían ido creciendo y a Amelia el contacto con su amigo no le desagradaba, todo lo contrario, cada día se sentía más atraída por él. Cuando Jayden le cogía la mano, una felicidad recorría cada una de las fibras de su cuerpo, era como una droga. Sentir aquella felicidad le hacía querer sentir cada vez más esa sensación. 

    Poco a poco se fueron acercando al lugar donde habían quedado con los amigos de Amelia. En las inmediaciones del lugar, Amelia soltó bruscamente la mano a su amigo y este le miró extrañado. No entendía porque había cortado el contacto entre los dos de aquel modo. 

—No les he dicho nada a mis amigos de lo nuestro —Amelia le miró a los ojos para explicarle porque rompía la unión entre ambos—. Preferiría que no se enteraran.

    Jayden paró su avance. No entendía porque sus amigos no podían saber que entre ellos dos se estaba comenzando a fraguar algo, algo hermoso y bello que no tenía porque ser ocultado.

—¿Por qué? —Jayden buscaba una explicación coherente a aquel gesto por parte de su amiga. 

—Les he dicho que solo somos amigos. No me apetece decirles esto que ha surgido entre los dos. 

    Antes de que Jayden pudiera responder a Amelia, una pareja de dos chicos se aproximó a su posición. Ella al notar su presencia, cambio su atención de él a ellos. Al ver de quien se trataban, les saludó jovialmente y les dio dos besos. A continuación, hizo las presentaciones entre los tres.

—Jaime, Saúl, él es Jayden. —Amelia para enfatizar sus palabras lo miró—. Jayden, ellos son Jaime y Saúl. —Los tres hombres comenzaron a intercambiar apretones de manos a modo de saludo—. Ellos son parte de mi grupo de amigos. Al resto te los presentaré más tarde.

    El grupo de cuatro comenzó a caminar en dirección a una parada de taxis próxima al lugar. Saúl cogió del brazo y apartó a su amiga para cotillear más a gusto sin miedo de que los otros dos hombres escucharan su conversación.

—Vosotros dos tenéis algo. —Saúl no pudo contenerse en soltar esa frase nada más ver que Jayden y su pareja se encontraban un poco alejados de ellos y no había riesgo de que les escucharan.

—No digas tonterías, entre nosotros solo hay una amistad.

—Eso mismo le dijiste a Rosana, pero a mi no me engañas. Tienes un brillo especial en los ojos, un brillo que hasta que no llego él —Saúl enfatizó sus palabras haciendo un movimiento de cabeza en dirección a Jayden—, no tenías. Ese brillo solo surge cuando estás enamorada de alguien. Querida, bienvenida al club de los adictos al amor. 





    El taxi que los llevó a los cuarto a las afueras de la ciudad llegó a su destino. El llagar donde tenía lugar la espicha se encontraba en una zona residencial alejada del bullicio del centro. Tras caminar unos metros llegaron al establecimiento en cuya entrada se arremolinaban un buen puñado de personas que conversaban animadamente. Tras sortear a aquellas personas, entraron y se dirigieron al salón donde tendría lugar la cena. Eran prácticamente los primeros en llegar, pero poco a poco fue llenándose el salón de gente. Amelia fue presentando uno a uno a las personas que iban llegando. Unos eran amigos y otros eran amigos de amigos.

    El salón era de grandes dimensiones. A derecha e izquierda del mismo se encontraban dispuestas una fila a cada lado de barricas que contenían sidra natural asturiana. Una larga mesa estaba colocada en el centro del salón, pero sin sillas a su alrededor. Aunque si había bancos estratégicamente colocados en algunos laterales de la estancia.

    La espicha es una comida típica asturiana que discurre de pie mientras vas degustando los platos que se disponen en la mesa a la vez que vas catando la sidra escanciada directamente desde la barrica y vas moviéndote a lo largo del salón para ir conversando con las diferentes personas que se reúnen en el lugar.

    Cuando el salón ya se encontraba bastante concurrido, los camareros comenzaron a llenar la mesa de comida, tablas de quesos asturianos, tablas de embutidos, tortillas de patatas, pastel de cabracho, croquetas de jamón, chipirones, platos de parrillada, chorizos criollos y a la sidra... Jayden iba degustando cada uno de los platos que iban colocando en la mesa y cada cual le gustaba más. La gastronomía asturiana le volvía loco, todos los platos le gustaban. Los quesos le privaban, no tenía uno favorito porque todos le gustaban por igual. Desde el queso cabrales, al gamonéu, pasando por el afuegal'l pitu, todos le tenían igual de encandilado.

    En un momento dado, a lo largo de la cena, Jayden se separó de Amelia para ir al baño y a su salida un hombre chocó su hombro fuertemente contra el de él. Jayden se disculpó por cortesía, pero el otro hombre lo agarró del brazo impidiéndole seguir caminando. Al notar el agarre, el americano se giró para ver al dueño de aquella mano y se encontró con Lucas, el hombre que días antes había visto en la Cuesta del Cholo y al que Amelia ni siquiera le había dirigido la palabra y mucho menos la mirada.

—Olvídate de ella —Lucas miró a Jayden directamente a los ojos con una mirada dura.

—No sé de que me estás hablando —le contestó el americano tras conseguir liberarse del agarre del hombre.

—Olvídate de Amelia. No tienes nada que hacer con ella.

    Los dos se encontraban en el pasillo de acceso a los baños. Varias personas tuvieron que esquivarlos para llegar a los aseos.

—No tienes idea de lo que estás hablando.

    Lucas se aproximó desafiante a Jayden. Ambos se quedaron mirando a los ojos separados solamente por unos escasos centímetros. Lucas quería intimidarlo pero Jayden se encontraba pétreo y alerta en su sitio. Aquel hombre no sabía que era un ex soldado, un ex marine americano, no iba a amedrentarlo porque se acercara a él y lo mirara con cara de pocos amigos. A lo largo de su vida se había enfrentado a peligros mucho mayores, había vivido de cerca la muerte y no se había inmutado, no iba a hacerlo ahora.

—Lo que quiera que haya entre vosotros dos, es solo una ilusión. En cuanto te vayas, se olvidará rápidamente de ti.

—Lo dudo —le contestó Jayden mientras asomaba una sonrisa en su rostro demostrándole a Lucas que se encontraba relajado en aquella situación.

—Hasta donde yo sé, os separan miles de kilómetros. Es imposible que lo vuestro dure. Puede que lo haga durante una tiempo, pero tarde o temprano...

—Lo que intentas decirme es que nada más que me vaya, ¿intentarás conquistarla? —le cortó el americano.

    Lucas lo miró fríamente a los ojos, había dureza en su mirada. Con aquella mirada parecía que intentaba fulminarlo o escanear en su interior para descubrir sus entresijos. Estaba claro que se creía un tipo duro.

—Nada más que te vayas, quedará destrozada y yo aprovecharé ese momento para reconquistarla.

    A Jayden se le escapó una risa sarcástica al escuchar aquellas palabras. Ahora creía saber de quien podía tratarse aquel patán. Tenía las sospechas de que fuera el hombre que había destrozado el corazón de Amelia años atrás. El mismo que le había alejado del amor por miedo a revivir la tristeza que vivió en el pasado. Eso explicaría el comportamiento de ella al estar en su presencia y ahora las palabras de él. Amelia nunca le había contado exactamente que le había ocurrido con su antigua ex pareja, pero para que ella hubiera estado tanto tiempo alejada del amor, debió ocurrir algo entre ellos bastante grave. Conociéndola, dudaba que lo perdonara. Cuando una persona te hace un daño tan fuerte como para poner patas arriba tu vida y modificar tu interior, es difícil volver a confiar en ella y mucho menos introducirla en tu mundo personal. Cuando los dos se habían encontrado próximos, ella había actuado como si no existiera, no le había dirigido la palabra y mucho menos la mirada. A él le había costado un mundo romper el muro para acceder a su corazón. Iba muy despacio con ella precisamente para que poco a poco fuera familiarizándose con las sensaciones que ya tenía olvidadas y que no se abrumara y volviera a levantar de nuevo el muro alrededor de su corazón más infranqueable que el anterior. Había sido muy paciente para encontrar el momento preciso y adecuado para darle el primer beso. La había analizado durante largo tiempo. A pesar de que antes de ese beso la sentía próxima y cercana, también podía percibir un muro que construía a su alrededor. Tuvo que esperar mucho para encontrar el mejor momento para asaltarlo. Se había arriesgado y le había salido bien pero no quería forzar la cosas demasiado por miedo a que ella se alejara de él. Antes de dar un paso más, debía cerciorarse que los pasos que diera fueran firmes y no sobre arenas movedizas. 
Por como se comportaba Lucas, él dudaba que fuera a ser tan paciente como él. Seguramente intentará entrar en su vida como un torbellino. Y eso en lugar de acercarlos, los alejaría aún más. Le había visto observarla en la distancia y ahora que sabía que había dejado entrar a alguien de nuevo en su vida, intentaría su momento, pero estaba seguro de que su misión era imposible.

—El que debe olvidarse de ella eres tú. Es un consejo que te doy. Tú no tienes nada que hacer con ella.

    Jayden percibió como Lucas se tensaba. Aquellas palabras le habían enfurecido a límites insospechados.

—Venga tío, déjalo ya —intervino un amigo de él agarrándolo por el brazo y separándoles solo un poco por la resistencia que ofreció. 

    Jayden no se movió de su sitio seguía mirando duramente a Lucas demostrándole que no le tenía ningún miedo. Ninguno de los dos rompió el contacto visual. La situación se estaba volviendo muy tensa. El amigo se percató y arrastró como pudo a su amigo en dirección a los baños. Cuando Jayden perdió de vista a los dos, dio media vuelta y se encaminó de nuevo al salón donde tenía lugar la espicha. 

    Amelia comenzaba a estar algo colorada a causa de los primeros indicios de alcohol en su sangre. Hablaba relajadamente con sus amigos sin ser consciente de la escena que acababa de tener lugar entre él y Lucas cerca de los aseos. No dudó en ningún momento a la hora de ocultarle aquel hecho. No merecía la pena enturbiar su noche con una circunstancia sin importancia. 

    Jayden se acercó a su amiga y se aproximó mucho a ella. Ella pensó que iba a besarla delante de sus amigos. Él notó como se tensaba con su cada vez más cercana proximidad. Sus cara apenas estaban separadas por unos escasos centímetros. Si hubiera querido besarla delante de toda aquella gente, lo habría podido hacer. Pero su misión no era esa, sino ponerla nerviosa y cerciorarse que su cercanía le afectaba. Jayden cogió una de las cazuelitas de gulas y gambas que se encontraban en la mesa y al recuperar su posición, la sonrió pícaramente antes de probar la tapa que había cogido. Le gustaba retarla, le gustaba sentir como se ponía nerviosa a su lado, la echaría mucho de menos cuando se encontrara en la otra parte del mundo. 

    Él había conocido a muchas mujeres a lo largo de su vida, pero ninguna era como Amelia. Ella era simpática, lista, siempre tenía una sonrisa en su cara. Se podía hablar de cualquier tema con ella, con lo que las conversaciones entre ellos llegaban a ser interminables. Parecía que solo habían hablado un par de minutos cuando en realidad habían pasado horas. Era alocada en su justa medida, a la par que muy creativa y expresiva. A veces compartía con él alguna de sus ideas más locas, ideas que según ella no compartía con otras personas porque no la entenderían pero confiaba en él para contárselas. Pero lo que más le tenía encandilado era su inocencia y gran corazón, cualidades cada vez más difíciles de encontrar en nuestros días. A pesar de que algunas personas ya le habían hecho daño abusando de su candidez, ella no había cambiado su forma de ser, seguía confiando incondicionalmente en las personas. Unicamente desconfiaba en los hombres, ponía un muro entre ellos y su corazón, un muro que a él le costó mucho resquebrajar. Todavía faltaba mucho para que lo derribará completamente, pero poco a poco con paciencia, él conseguiría ocupar un lugar en su corazón. Iba por el buen camino.

    La espicha iba avanzando. Dos camareros escanciaban la sidra directamente de la barrica a una paleta de vasos que tras rellenar ofrecían a los asistentes mientras la comida de la mesa central iba poco a poco desapareciendo. 

    La cena fue avanzando y llegó la hora de los postres. Varios camareros trajeron densas bandejas con postres variados. Cuencos de barro de arroz con leche, casadiellas, mini carballones, marañuelas, tartaletas de manzana, pequeñas porciones de tarta de almendra... Jayden se le salían los ojos al ver la apariencia de todos los postres, todos le llamaban la atención. Estaba enamorado de toda la gastronomía de aquella región. No había ningún plato con el que no hubiera disfrutado. Adoraba tanto su gastronomía salada como dulce. Finalmente se decantó por degustar una casadiella. Este postre se trataba de una especie de empanadilla frita elaborada con una masa exterior de harina rellena de una mezcla compuesta de nueves y avellanas. Jayden se llevó el postre a la poca dio el primer bocado y cerró sus ojos para saborear más intensamente su sabor. Una explosión de sabor inundó su boca. El sabor de la nuez se entremezclaba con el de la avellana y la masa frita exterior. La mezcla era perfecta, era un postre pero sin ser demasiado dulce que empalagara. 

—¿Te ha gustado? —le preguntó Amelia.

—Si, me encanta este dulce, es increíble.

—Y qué me dices de la cena, ¿ha sido de tu agrado? 

—Ha sido una experiencia divertida. Me encantó ver como los camareros escanciaban la sidra desde las barricas. Y que puedo decir de la comida, toda era magnífica. Si me pudiera llevar algo de este rincón del mundo sería esta increíble gastronomía. Todo es exquisito, todo es una delicia. 

—Vaya, me entristece un poco que solo pienses en llevarte de esta región la gastronomía en lugar de a mí.

    Jayden sonrió con la frase directa que le acababa de decir su amiga. Creía que ni ella misma se había percatado todavía del trasfondo que conllevaban aquellas palabras.

—Es que para llevarte, tendría que contar con tu permiso.

    Amelia se llevó las manos a la boca sonrojada por el trasfondo de la frase que le había dicho a su amigo y que hasta el momento no se había percatado. En muchas ocasiones ella hablaba antes de pensar las consecuencias de sus palabras y una de esas ocasiones era esta. El rubor de sus mejillas aumentó.

—¡Qué vergüenza! Pensarás que soy una descarada.

—¡Oh darling! Adoro cuando dices este tipo de frases sin pensar —le respondió él mientas le tocaba el brazo de forma consoladora—. No dudes que te llevaría conmigo a mi regreso si tú quisieras. 





    Tras terminar la espicha, la noche continuó en la zona de fiesta de la ciudad. Decidieron ir a un pub de la zona del puerto deportivo. Tras pasar la puerta, donde se encontrabas los porteros, se internaron en el bar. Todavía era pronto y el establecimiento no estaba muy concurrido. Los primero en llegar del grupo de amigos de Amelia fueron ellos junto a Jaime y Saúl. Los cuatro subieron unas escaleras para posicionarse en un altillo.

    La música sonaba mientras los presentes bailaban, hablaban y bebían. Tras dejar sus cosas en una mesa, Jayden invitó a Amelia que lo acompañara a la barra. Saúl y Jaime, por su parte, se quedaron en las inmediaciones de la mesa para cuidar las pertenencias de todos.

    Los dos bajaron las escaleras que habían subido previamente y se dirigieron a la barra. Aunque el bar no estaba muy concurrido aún, los camareros estaban trabajando a pleno rendimiento. Tardaron en atenderles.

—¿Qué desean? —les preguntó la guapa camarera que decidió atenderles.

—Un Barceló cola —respondió Amelia.

    La camarera cambió su atención de la mujer a Jayden.

—Un whisky doble. 

    Jayden dijo su comanda sin fijarse en la camarera que estaba embelesada mirándolo, él centraba toda su atención en su compañía a la que no podía dejar de mirar. 

—Hoy estás muy guapa —Jayden cogió un mechón del cabello de Amelia y lo colocó detrás de su oreja tocando por el camino sensualmente el rostro de la mujer. 

    Amelia se ruborizó con las palabras que le dedicó su amigo americano.

—Lo dices porque me ves con buenos ojos. 

—Me encanta que seas tan recatada.

    Jayden rodeó el cuerpo de ella con su brazo derecho para acercarla más a él. Esperó un breve instante de tiempo por si ella repelía la acción y se alejaba. Al no hacerlo, decidió besarla apasionadamente en la boca. Los dos comenzaron a besarse con deseo, como si llevaran tiempo necesitándose el uno al otro. Amelia se olvidó de que sus amigos estaban viendo la escena a escasos metros de ella. Se olvidó de todo lo que la rodeaba, de sus miedos y se entregó por completo a ese momento. Solo eran él y ella, solo estaba centrada en el baile armónico de sus lenguas. 

    Saúl al ver la escena dio un codazo a su pareja por si no se había percatado del beso que estaba teniendo lugar entre Amelia y Jayden.

—Sabía que había algo entre esos dos. Los signos del amor a mi no se me escapan. Entre esos dos hay una atracción muy intensa. 

    Poco a poco los dos comenzaron a terminar el beso y a ser conscientes de donde se encontraban. Jayden apoyó su frente sobre la de ella y le habló a escasos milímetros de su boca.

—Llevaba toda la noche deseando besarte.

—Y yo —dijo rápidamente Amelia a modo de respuesta.

    Los dos no pudieron contener la risa al escuchar la misma confesión de los labios del contrario. Se miraron a los ojos, los dos tenían un brillo especial en ellos. Se podía percibir el deseo contenido que tenían el uno por el otro. Tras coger las bebidas se dieron la mano y así fueron en dirección al lugar donde se encontraban sus amigos. 

    Los dos se querían, era una tontería seguir ocultando lo que sentían el uno por el otro. Amelia había renegado de los sentimientos que tenía por Jayden a sus amigos, pero era hora de confesar sin tapujos que ese hombre le gustaba. Era cierto que vivía a nueve mil kilómetro de distancia de ella, pero eso no impediría que por unos días se lanzara a vivir el amor que sentía por aquel hombre. Cuando se marchara, tocaría enfrentarse a las consecuencias. Por el momento, era hora de disfrutar el instante, de vivir el momento, de hacerse a adicta a esa droga llamada amor. 

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