Llego al aeropuerto con tiempo, ni yo misma me lo creo. He de confesar que la suerte ha estado de mi parte ya que apenas he encontrado tráfico por el camino. Debería de comenzar a hacer caso a mi padre que siempre dice que voy con el tiempo pegado al culo. Cuando me lo dice, internamente me reprendo y pienso que debo mejorar, que tiene razón, pero luego llega el momento y vuelvo a las andadas, siempre con el tiempo justo. Soy así, que le vamos a hacer. Un día la suerte me va a abandonar y perderé un tren o un avión y ese día habré, por fin, aprendido la lección. Se me quedará cara de boba mirando el tren o el avión marchar mientras yo me quedo en tierra y pensaré «¡Ves Amelia! Tu padre tenía razón».
Aparco mi coche en el estacionamiento y me dirijo a la zona de llegadas. Compruebo nerviosa el panel de llegadas y veo que el vuelo está en hora. Según indica está a punto de aterrizar, sino lo ha hecho ya.
El aeropuerto de Asturias, para el que no lo conozca, es pequeño. Fue construido con grandes pretensiones pero lo cierto es que año tras año, tiene menos vuelos y sus conexiones con Europa cada año van disminuyendo hasta llegar a ser prácticamente inexistentes. Se puede afirmar que nuestra región es una de las más inaccesibles de Europa. Para llegar a este increíble territorio tienes que hacer un extenso peregrinaje. Pero merece la pena el esfuerzo porque nuestros paisajes, nuestra gastronomía, nuestra historia y la forma de ser de sus gentes se ganarán un hueco en vuestros corazón.
Un pequeño grupo de persona comienzan a concentrarse alrededor de la puerta de llegadas. Me encanta observar a las personas que me rodean y conjeturar como serán sus vidas, es uno de mis pasatiempos favoritos. Un hombre joven, de una edad similar a la mía, mira nervioso la puerta de llegadas. Se le ve impaciente porque se abra y aparezca esa persona que viene a buscar. Seguramente espera a su pareja o quizás a un buen amigo. A mi derecha se encuentra un hombre con sus dos hijos, los niños están ansiosos por la llegada de su madre. Todos los allí reunidos estamos esperando a alguien y todos, en mayor o menor medida, estamos nerviosos y con ganas de recibir a nuestra persona que saldrá por esa puerta.
Al cabo de unos instantes se abre la puerta y comienza a salir gente. El hombre joven corre a abrazar a la que debe ser su novia cuando esta sale por la puerta. Cuando la tiene estrechada entre sus brazos, la eleva y le da un apasionado beso. Uno de esos besos que nada más verlo ves que derrocha pasión. Más de uno de los allí presentes estaría pensado «¡Iros a un hotel!», entre los que se incluía una servidora. En ese momento pienso cuántas mujeres fantasearán con ser esa chica en estos momentos. Llegar en avión y que tu pareja te reciba con esa intensidad. Muchas habrán fantaseado alguna vez con vivir esa escena de película romántica. Pues yo, siento deciros, no estoy entre ellas. Siempre que he intentado confiar en un hombre, he salido dañada. Y que puedo decir de mi único exnovio, él rompió mi corazón en mil pedazos. Desde ese día me prometí a mi misma que no caería bajo el hechizo del amor y de eso hace ya más de seis años. Para mi el amor es como un droga, mientras te encuentras bajo su influjo tus sentidos se atontan y cuando el amor sale de tu sistema, sufres un dolor inimaginable que te desgarra por dentro. No quiero volver a sufrir ese tormento otra vez, por lo que me mantengo al margen del amor.
En este tiempo siguen saliendo personas. Los niños que se encontraban ansiosos con la llegada de su madre por fin reciben su recompensa. Una mujer rubia, preciosa, que parece una modelo sale por la puerta tirando de una pequeña maleta. Los niños al verla salen corriendo en su dirección y se amarran, cada uno a una pierna, como lapas. La mujer les toca cariñosamente el pelo mientras su marido se aproxima a su familia, le da un beso casto en los labios y se hace cargo de la maleta de su esposa. Parecen una familia adorable.
Siguen saliendo personas, pero ni rastro de Jayden. Me siento un poco estúpida sujetando mi cartel de bienvenida para él. Algunas de las personas que han llegado han leído mi cartel, me han mirado y han sonreído. En el fondo es envidia, ellos desearían tener un cartel similar esperándolos pero no lo tienen.
La puerta de llegadas vuelve a cerrarse tras un nutrido grupo que pasó a través de ella. Comienzo a ponerme nerviosa. ¿Y si al final no cogió el avión? Decido comprobar mi teléfono móvil pero no he recibido ningún mensaje de él. Sudores fríos comienzan apoderarse de mi. «¿Y si al final no viene y me ha dejado plantada? Tranquila Amelia, Jayden nunca te haría eso», digo para mi, para intentar tranquilizarme. Entonces en esos momentos se vuelve a abrir la puerta y ahí aparece él. Mi pulso se acelera nada más verlo. Madre mía, es mucho más guapo en persona que a través de la webcam. Lleva su pelo corto pero a la largura suficiente para que unas pequeñas ondas se formen en su cabello rubio rojizo. Lleva su barba rojiza pulcramente arreglada. Me quedo embelesada mirándole. «Amelia, ¡qué narices te pasa!» habla mi voz interior que intenta que guarde la compostura y regrese a la realidad. Él tira de una gran maleta con paso decido y al verme, me sonríe. Sé que lo natural hubiera sido correr y haberle abrazado, pero la realidad es que me he quedado petrificada. Mis piernas se hallan unidas al suelo que se encuentra bajo mis pies, como si la gravedad me atrajera tres veces más fuerte de lo habitual al centro de la tierra. Solo puedo sonreír mientras muevo un poco el cartelito que tengo entre mis manos. Parezco patética, lo sé, pero el miedo escénico ha podido conmigo. Mi escena mental cuando pensé esto en mi casa era otra.
Él termina de caminar los pocos metros que nos separan sonriéndome y al llegar a mi vera, suelta su maleta, me atrae hacía él y me abraza. Al principio me toma por sorpresa, no esperaba esa reacción, pero enseguida le devuelvo el abrazo. Jayden huele increíble y me encanta la sensación de paz que siento al notar su cercanía y su tacto.
—Tenía tantas ganas de por fin abrazarte —me dice mientras finaliza el abrazo.
A continuación volvemos a mirarnos a la cara. Sus marrones ojos penetrantes me ponen nerviosa e incluso creo que el rubor se apodera de mis mejillas. Y yo cuando me pongo nerviosa suelo cometer estupideces.
—Dame dos besos, Jayden —le digo mientras me pongo de puntillas, le rodeo el cuello con mis brazos, lo atraigo hacía mi y le doy dos sonoros besos en la cara. Su barca raspa un poco mi piel, pero la sensación que he sentido no me ha desagradado—. ¿Te ha gustado mi cartel? —agrego tras separarme de él y volver a enseñarle el cartel que he confeccionado para su llegada.
—La verdad es que no me lo esperaba —sonríe de una forma que se le ilumina toda la cara mientras coge el cartel entre sus manos y lo examina detenidamente—. Eres increíble de verdad.
El cartel en cuestión era una cartulina Din A3 en la que había escrito lo más grande que había podido «Bienvenido Jayden». Para que no quedara soso, añadí en el lado izquierdo el puente Golden Gate, el mayor emblema de la ciudad de mi amigo y al lado derecho el Elogio del Horizonte o popularmente conocido como Váter de King Kong, uno de los emblemas de mi ciudad.
—Es lo mínimo que podía hacer. No quiero que te vayas de Asturias pensando que soy una pésima anfitriona.
—Nunca podría pensar eso, Amelia. Conociendo lo metódica que eres, seguro que tienes preparado un planning exhaustivo para mi estancia. ¿O me equivoco?
Antes de responderse de viva voz niego con la cabeza. Está claro que Jayden me conoce muy bien después de todos estos años hablando.
—En el trayecto hasta tu hotel te presentaré el planning para los próximos diez días. Te he hecho hasta un tríptico. Por supuesto, acepto sugerencias. No quiero que pienses que es un programa completamente cerrado, todo puede ser modificado según tus preferencias.
Jayden sonrió al escuchar mis palabras.
—Pues comencemos con ese recorrido que has preparado. Me muero de ganas de conocer esta Tierra de la que tanto me has hablado y de la mano de la mejor anfitriona que uno puedo tener.
—Cuando la veas con tus propios ojos, igual te enamoras de ella y no quieres regresar a tu país. Quién avisa no es traidor.
—Quién sabe, Amelia. Todo puede ser posible.