sábado, 25 de septiembre de 2021

Lo que la verdad esconde. Capitulo 51

     Melissa llevaba dos semanas muy relajadas. Atrás había dejado su triple vida. Trabajar como arquitecta y como agente de la organización ya era suficientemente estresante como para añadir jugar al margen de esta. Pero esos días de riesgos por fin quedaron atrás, de ahora en adelante haría lo que le ordenaran y dejaría a un lado su humanidad, así todo sería mucho más sencillo para ella. 

    Aquella mañana decidió ir a su estudio pronto, los encargos se acumulaban y si querían cumplir con las fechas, debían trabajar a tope. Tras aparcar su coche en su plaza, se encaminó al ascensor. Pero en lugar de ir directo a su planta, realizó sucesivas paradas para ir recogiendo diferentes trabajadores. Pocas veces había compartido aquel recorrido con gente desconocida, pero a pesar de lo que creía, le gustó viajar en aquel habitáculo con extraños. Era excitante ver a la gente normal con vidas usuales. Ella daría lo que fuera por ser como ellos, pero sabía de antemano que eso nunca ocurriría. 

En el poco tiempo que duró el trayecto, pudo ver la tensión sexual contenida entre el abogado de la sexta planta y la reputada oftalmóloga de la octava, así como la enemistad entre los informáticos de la empresa de cyberseguridad de la cuarta. Observar a la gente y evaluarlos le apasionaba. Ellos eran felices con sus insulsas vidas porque desconocían la complejidad del mundo que les rodeaba. ¿Ella realmente podría ser feliz siendo como ellos? 

El ascensor llegó a la planta diez y salió sin decir palabra. Nadie hablaba con nadie, así que ella no fue menos. Una vez en su planta se dirigió a la puerta de su estudió de arquitectura. Con paso decido entró y se encaminó a su despacho personal.

—Hola Marlene, ¿qué tal todo? —saludó Melissa a su empleada al llegar al escritorio de esta.

—Buenos días, Melissa. Hoy parece que viene con una aura de felicidad a su alrededor.

—Sí. Se puede decir que mis problemillas se han ido resolviendo satisfactoriamente. —Melissa sonreía radiante.

—Me alegro —contestó la secretaria—. Creo que ese aura de felicidad se hará todavía más intensa con la noticia que tengo que darle.

—¿Y eso? —preguntó Melissa a su secretaria con intriga.

—Nos ha llamado Marina Seros.

—¿La multimillonaria? —preguntó extrañada.

—La misma. Quiere que redecoremos una casa que al parecer acaba de adquirir en una isla privada en el mar del Caribe. 

—Eso es una gran noticia. Ese trabajo nos reportará mucha publicidad y reconocimiento entre la gente de su vínculo y no solo en este país también a nivel internacional. —Melissa se apoyó relajadamente sobre el escritorio de su empleada—. ¿Te ha mandado algún tipo de plano de la casa? ¿Algo con lo que comenzar?

—No —contestó rápidamente Marlene—. Desea que vaya en persona a ver su casa este fin de semana con todo su equipo para que podamos nosotros mismo tomar medidas y hacer las fotos que creamos convenientes para el proyecto. Según me ha dicho por el vuelo no debemos preocuparnos, nos mandará uno de sus aviones privados. También nos invita a pernoctar en su casa.

—Por tu forma de hablar me temo que también quieres venir, ¿no Marlene?

—Todos los días no te invita una de las mujeres más ricas del mundo a ir a su mansión —le contestó ella.

—¿Cuántas plazas dispone el avión que nos va a enviar Marina?

—Ocho —respondió tras consultar sus notas.

—De acuerdo. —Melissa sopesó la contestación de su secretaria antes de proseguir—. Informa al equipo que mañana tenemos viaje de negocios. Y tú, Marlene, prepara también tu maleta. En esta ocasión nos acompañarás en el trabajo a pie de calle. —Melissa se encaminó a su oficina pero antes de entrar se giró para hablar de nuevo a su secretaria—. Por cierto Marlene, no pienses que irás a un viaje de placer. Trabajarás mucho y duro. 

—Por supuesto, señora. Gracias.

—No tienes porque dármelas. Quizás a la vuelta no estés tan dispuesta a dármelas. 





Melissa llegó en coche a pie de pista. Una vez que el vehículo se acercó a la escalerilla del avión paró para que pudiera bajarse. La mujer esperó a que el chofer le abriera la puerta. Una vez abierta, ella abandonó el vehículo y esperó a que el hombre sacara su maleta del maletero. 

El avión de Marina era un flamante Bombardier Challenger 604. Melissa nunca había subido en ninguno pero a juzgar por el exterior, el lujo debía reinar en el interior.

—Gracias —se dirigió Melissa al chofer—. No será necesario. —Melissa impidió que el hombre subiera la escalerilla con su maleta—. Yo misma la subiré, como habrá comprobado no pesa mucho. 

—Pero... —se quejó el hombre.

—No es necesario. Me basto y me sobro para subir mi maleta. 

El hombre le entregó la maleta a regañadientes. 

—Buen viaje, señorita —le deseó el chofer.

—Gracias. Solo estaré unos días fuera y no por placer. Acuérdese de venir a buscarme el día y la hora acordada, ¿de acuerdo?

El hombre asintió a modo de contestación. Melissa por su parte, procedió a subir la escalerilla del avión. 

—Buenas tardes, señorita Talso —le saludó el auxiliar de vuelo una vez que llegó al final de la escalerilla y había entrado en el avión.

—Buenas tardes —le contestó ella mientras le tendía la maleta que llevaba.

—Tome asiento, por favor —El hombre le señaló todos los asientos libres del jet privado una vez que se hizo cargo de la maleta.

—Gracias.

Melissa era la primera en llegar lo que le permitió escoger el asiento que deseaba. El avión estaba lujosamente decorado, como no podía ser de otro modo. Contaba con una gran mesa de roble. Melissa decidió ocupar uno de los asientos de alrededor de dicha mesa, justamente el que miraba hacía la cabina del piloto y al lado de la ventanilla. Dejó su bolso debajo del asiento sin antes no comprobar que allí se encontraban los pendientes con localizador de la organización. Colocó su móvil encima de la mesa.

—¿Desea tomar algo? ¿Un coctel? ¿Un tentempie? ¿Vino? —El auxiliar de vuelo se acercó a la mesa de roble en la que se encontraba Melissa.

—De momento no quiero nada, quizás más tarde, gracias —le contestó ella con una sonrisa impresa en su cara.

Melissa había encargado a Marlene que buscara imágenes de la casa. No la gustaba llegar sin saber absolutamente nada del lugar. Necesitaba conocer ciertos detalles del entorno y de la estructura arquitectónica general del inmueble.

—Buenas tardes, señorita —saludó el auxiliar de vuelo a un nuevo viajero.

—Buenas tardes. Aquí tiene mi equipaje —le contestó Marlene de forma resuelta y dicharachera. La secretaría estaba radiante y vestía sus mejores galas. A juzgar por el modelo que llevaba había ido de compras para estar a la altura de la anfitriona—. Melissa, ¡qué pronto ha llegado! —la mujer caminó con paso decidido al asiento contiguo de su jefa.

—Ya ves, siempre me gusta llegar con tiempo a los sitios —le respondió ella quitando importancia.

—Entonces como a mí —Marlene se sentó al lado de Melissa.

—¿Has encontrado algo de lo que te encargue? —se interesó la arquitecta.

—¡Por supuesto que sí! Me ha costado pero he conseguido mucho material, ya vera. —Marlene sacó de su gran bolso una carpeta bastante abultada—. Esto es todo lo que he podido conseguir, espero que la sea de utilidad —agregó mientras le tendía la carpeta.

Melissa la cogió y la abrió. Empezó a extender los papeles encima de la mesa  mientras el resto de su equipo llegaba al avión y tomaban asiento.

—Es un gran trabajo —añadió Melissa mientras evaluaba las imágenes—. No nos vamos a aburrir en las 9 horas de avión que tenemos por delante. Hay mucho material que evaluar y estudiar. No será lo mismo que encontremos in situ pero al menos llevaremos una idea de lo que nos podemos encontrar. 

Los empleados de su estudio fueron llegando y ocupando los asientos. El viaje iba a ser largo. Lo más seguro es que todos durmieran durante el trayecto, pero ella debía trabajar. No le gustaba dejar nada al azar y aquella clienta era muy importante como para comenzar a hacerlo ahora.  

—Marlene, ¿estás segura que quieres sentarte aquí conmigo? Yo trabajaré seguramente durante todo el trayecto.

—Ahora de momento no tengo sueño y si puedo ayudarle en algo...

—Lo que sientes es fervor por conocer la casa de Marina pero cuando llegues allí estarás tan cansada que no sacarás partido a la visita. 

—Puede ser, pero no tengo nada de sueño así que no dormiré igual. Al menos así podré ayudarla en la medida de los posible. 

—No insistiré más si es lo que deseas.






Cinco minutos después de que el último empleado de Melissa llegara al avión, la puerta de este se cerró para proceder al despegue.

—Señoras, señores. En breves instantes, procederemos a la maniobra de despegue. Abróchense los cinturones y apaguen sus terminales móviles. Gracias —anunció el piloto por megafonía. 

Los ocupantes siguieron al pie de la letras las órdenes del comandante. El avión comenzó al poco tiempo a circular a través de las pistas del aeropuerto. Era una tarde con gran tráfico aéreo por lo que anduvieron recorriendo varias pistas hasta que finalmente el avión se encaminó a la pista designada para comenzar el despegue. Cuando llegó a ella, tras unos breves instantes parados, los viajeros oyeron como los ruidos de los motores del avión comenzaban a sonar más intensamente y comenzaron a moverse. Al principio se movieron despacio pero poco a poco dicha la velocidad comenzó a aumentar hasta que finalmente las ruedas del avión dejaron de tocar suelo, comenzaban a surcar el aire. La aeronave mantendría su ascenso durante unos minutos más hasta que alcanzara la altitud asignada. 

Marlene miraba por la ventanilla como se iban alejando del suelo. Para ella era realmente bonito ver la vida desde aquel otro prisma, desde la altura. Los coches parecían de juguete y era realmente excitante verlos circular, así como discernir diferentes edificios conocidos para ella desde el cielo. Ver la ciudad desde aquella ventanilla era una experiencia única y embriagadora. 

Cuando se encontraban a unos 500 metros de altura sobre el suelo, se oyó un golpe seco bajo el avión. Marlene instintivamente se sujetó a los reposabrazos de su asiento, aquel ruido la había asustado. 

—¿Qué es ese ruido? —preguntó al auxiliar de vuelo.

—No se preocupen, iré a preguntar —les informó el hombre. 

El auxiliar de vuelo se desabrochó su cinturón y se encaminó a la cabina del piloto en busca de información. Antes de que consiguiera averiguar que era lo que había ocurrido, el aeroplano vibró y sin previo aviso estalló por los aires. La explosión fue tan ensordecedora y agresiva que todo el avión se convirtió en pocos segundo en una bola incandescente de fuego engullendo a cada uno de los ocupantes que viajaba en él.  

La vida es frágil y efímera, un simple segundo puede ser suficiente para cambiar tu destino. Hace apenas unos segundos, los ocupantes del Bombardier Challenger 604 se encontraban planificando como serían sus próximos días en una villa localizada en una isla privada, instante después se habían volatilizado. Sueños, proyectos, ideas, ambiciones... todo había quedado inconcluso, todo se había esfumado en cuestión de segundos. 

Las servicios de emergencia se pusieron rápidamente en marcha para aproximarse al lugar donde los restos del avión se había precipitado. Bomberos, servicio médico y policías se movilizaron rápidamente. Había pocas posibilidades de encontrar supervivientes en un accidente aéreo de esas magnitud, pero la esperanza era lo último que se perdía. Si había supervivientes estaban dispuestos a hacer lo que estuviera en sus manos para ayudarles a salir de aquel infierno.

Los bomberos fueron los primeros en llegar al lugar donde se habían precipitado los restos. Cuando llegaron el panorama era desolador y el olor nauseabundo. Si alguien había conseguido sobrevivir a aquel accidente únicamente podía ser fruto de un milagro. Los servicios médicos se aproximaron junto a la policía y todos pudieron ver aquel panorama desolador. El silencio solamente era roto por el cripetear del fuego que devoraba los restos del aeroplano. Definitivamente todos los ocupantes de aquel avión habían perecido y su identificación sería prácticamente inviable. Únicamente tenían una opción de conocer a todas las víctimas de aquel accidente, la hoja de pasajeros de aquel vuelo. 

Transmitir aquella noticia a los familiares de las víctimas sería una tarea complicada y desgarradora. No solamente diez personas habían perecido en aquel accidente, sino que diez familias serías destruidas por el dolor de perder a sus familiares en circunstancias tan inesperadas. 

Comandante: Jorge Noval Riesgo

Copiloto: Tobias González Fernandez

Auxiliar de vuelo: Elias Diez Carbajal

Viajeros:         - Marlene Gonzalez Diaz

- Cristina Gago Martínez

- Tomas Sanchez Martínez

- Teresa Fernández Fernández

- Soledad Soto Diez

- Julian Sanjurjo Col

                        - Lucas Martinez Sanz

- Melissa Talso Román


Diez vidas sesgadas en cuestión de segundos, diez proyectos de vidas desvanecidos en un abrir y cerrar de ojos. Así es la vida, intangible, efímera, volátil, frágil...





Melissa se encontraba caminando dirección al hangar siete cuando la onda expansiva de la explosión del avión la derribó al suelo. La mujer miró horroriza el cielo y vislumbró la bola de fuego en la que se había convertido el avión en el que debía de haber estado ella misma. Todos sus empleados se encontraban en él, y ahora todos ellos estaban muertos. No podía creer lo que estaba viendo, sus siete trabajadores y todo el personal de vuelo de ese avión ya no estaban, acababan de morir en un breve instante de tiempo. Así de frágil era la vida, en un momento estabas aquí, como al otro ya no te encontrabas.

Melissa comenzó a oír sirenas a los lejos, probablemente serían los bomberos y los equipos de emergencias llegando al lugar donde presumían que se precipitarían los restos de la aeronave. 

Finalmente, la mujer reaccionó, se levantó del suelo y corrió todo lo rápido que pudo hasta el hangar número siete antes de que alguien la viera abandonar la pista. Para el mundo Melissa Talso había perecido en aquel vuelo con todos sus empleados. Delante de ella ahora se abría una encrucijada, comenzar una nueva vida tal vez con su verdadero nombre, Alicia, o vengarse de las personas que habían cometido aquella atrocidad. Ahora no podía pensar en eso, tenía que concentrarse en abandonar aquel lugar sin ser descubierta, ya habría tiempo para pensar en su futuro.








jueves, 23 de septiembre de 2021

Lo que la verdad esconde. Capítulo 50

     Alejandro entró en el baño de mujeres donde se encontraba Melissa. Ella se encontraba apoyada sobre el lavabo con la mirada perdida. Miraba el espejo, pero en realidad su mente se encontraba en otra parte, a miles de kilómetros de allí. Alejandro la tocó el brazo, Melissa pensó que alguien la atacaba y lo derribó al suelo en un santiamén de manera mecánica. 

—Lo siento, Alex —se disculpó tras ver a quién había derribado—. Perdóname. —Melissa le tendió su mano para ayudarle a levantarse del suelo. Él la aceptó sin dudarlo.

—¿Qué te pasa, Melissa? —El hombre no la recriminó. Su voz sonaba comprensiva a pesar de haber recibido un duro golpe que hacía que todo su cuerpo le doliera.

—No lo sé. Estoy extraña. Es como si algo me hubiera cambiado en estos días. 

—¿Algo como qué? —se interesó el hombre.

—¿Alguna vez has sentido que no perteneces a este lugar? —Melissa señaló el entorno que les rodeaba—. ¿Alguna vez has deseado no haber pertenecido nunca a esta organización o no haberte cruzado en el camino de ella?

—No —sentenció Alejandro—. Todo lo que soy se lo debo a la organización. Y a decir verdad, me encanta mi trabajo, no sabría vivir sin él. Aquí hacemos grandes cosas, me siento orgulloso.

—Pues yo no lo veo como tú. De hecho, no sé si podré seguir siendo agente, Alex. Estoy harta de tantas muertes a mis espaldas, estoy cansada de tener una doble vida, de no poder sincerarme con nadie fuera de este lugar. No sé si aguantaré alguna misión más. Quiero huir de todo esto.

—Nuestro trabajo es necesario para que no muera gente inocente. No lo olvides. Nosotros matamos a los malos, Mel. Si no existiéramos mucha más gente inocente moriría a manos de esa gente de la que tú te encargas. ¡Somos los buenos! No pienses lo contrario.

—¿No crees que es eso lo que nos hacen creer? ¿Nunca has pensado que tal vez nos mienten?

—Puede que la causa de sus desapariciones no sean las que nos dicen, pero no son inocentes. Eso es lo que debe importarnos.

—¿Y en qué tesitura nos pone eso a nosotros? ¿A caso nosotros somos mejores que ellos? ¿No cometemos nosotros los mismos crímenes por los que a ellos se les juzga? ¿Es qué nosotros somos juzgados por otras leyes? 

—Visto de ese modo...

Melissa resopló mientras miraba su reflejo en el espejo. A continuación se retocó su cabello.

—¿Por qué has venido a buscarme, Alex? —le preguntó la mujer mirándolo a la cara.

—Quería que supieras que el jefe a puesto a Antonio bajo la pista de Borja. 

—No sé porque habría de importarme eso —contestó ella mientras volvía su atención de nuevo a su reflejo en el espejo y se ponía una horquilla.

—Venga, Melissa. —Alejandro se acercó a ella y comenzó a hablar en susurros—. Tuve que manipular la señal de tu rastreador, querida. —Alejandro la tocó el pendiente de su oreja izquierda y abandonó el aseo. 

Melissa se quedó mirando su reflejo en el espejo. Se había olvidado por completo de aquellos pendientes que la colocaban en el ojo del huracán. ¿Habría podido Alejandro despistar a su jefe o sabría que ella misma le había ayudado a escapar? Estaba jugando con fuego y tarde o temprano se quemaría, pero le daba igual, a fin de cuentas comenzaba a odiar su vida y sabía que de ella no podría escapar con vida. Solo era cuestión de tiempo que la pillaran en un renuncio y con él llegara su fatal desenlace. Solo esperaba que para cuando llegara su fin, toda la gente que apreciaba se encontrara a salvo, eso era lo único que le reconfortaba. 

Borja ya habría salido del país bajo la protección de Óscar. El trabajo que le había encomendado el traficante no había sido tan complicado como había previsto en un principio. No le costó llegar hasta el hombre y eliminarlo. Tras llevarle su trofeo, Óscar llevó a cabo su parte de trato. Podía ser un hombre repulsivo, pero cumplía sus promesas. Su grupo tenía tentáculos y contactos repartidos por todo el planeta, no le costaría ocultar a Borja bajo una identidad falsa en cualquier parte del mundo. Melissa esperaba que Borja encontrara su camino y pudiera rehacer su vida lejos de Ximar y de su familia, por muy duro que fuera todo aquello. Borja también se merecía una segunda oportunidad. 





Tras recomponerse un poco, Melissa decidió ir a dar las gracias a su compañero. Alejandro se había arriesgado por ella y no se lo había agradecido. No estaba bien ser una desagradecida con la gente que te aprecia, nunca lo había sido y no empezaría a serlo ahora. Si la pillaban en un renunció, posiblemente no solo ella estuviera en peligro, otros también pagarían por sus errores y ella no quería que eso pasara.

—Hola de nuevo, Alex —le saludó Melissa al llegar a la zona de trabajo de su amigo.

—Hola, Melissa —le contestó sin la gracia de otras ocasiones y sin siquiera levantar la vista de su trabajo. Aquella actitud era rara viniendo él. 

—Siento lo ocurrido antes. Estoy bajo mucha presión y lo pagué contigo, lo siento. Estas semanas han sido horribles, pero confío que todo comience a volver a la normalidad poco a poco.

—Para eso tienes que dejar de jugar con fuego —respondió escuetamente Alejandro—. Ayer te pude cubrir por los pelos y porque Tania no se encontraba en la base, sino...

—Lo sé —le cortó Melissa—. Debería habértelo contado pero no me acordé del localizador. Se me olvidó por completo, fui una auténtica inconsciente. 

—No pasa nada, pero la próxima vez que quieras hacer una excursión, se más precavida. 

—Lo intentaré al menos. —Alejandro la sonrió sin levantar la vista de su trabajo—. Puede que no esté en disposición de pedirte nada, pero necesito un favor. Si todavía estás dispuesto a ayudarme, claro.

—¿Un favor? —Alejandro dejó los alicantes con los que estaba trabajando y la miró. 

—Sí. Necesito que me quites estos pendientes. 

—Eso no es pedirme un favor, es pedirme un sacrificio. ¿En qué narices estás pensado?

—Lo que quiero es que dejes de correr más riesgos por mi. 

—Los corro igual quitándotelos, ¿no crees? —le contestó Alejandro mientras la miraba a los ojos—. Por lo menos de esta forma si corres algún peligro podré ayudarte de algún modo.

—Si te sirve de consuelo los llevaré siempre conmigo pero no puestos, por favor. Nadie se dará cuenta de que me los has quitado, te lo prometo. No quiero que Francisco conozca todos mis movimientos. Es inquietante que sepa en todo momento dónde estoy. 

—No tienes de qué preocuparte. Tu excursión solo la conocemos tú y yo. Ya sabes que puedes confiar en mí, nadie sabrá que ocurrió. No se lo contaré a nadie, ni siquiera a Roberto si es lo que te preocupa.

—Eso no me inquieta. Lo que me desasosiega es que por cubrirme, tú te quedes al descubierto. Eso nunca me lo perdonaría.

—He sido cuidadoso, no tienes nada que temer.

—Quítame estos pendientes y estaré más tranquila. —Melissa se acercó a Alejandro.

Alejandro la miró. 

—De acuerdo. Pero prométeme que los llevarás contigo siempre, prométemelo. Si nos pillan en un renuncio... 

—Eso no ocurrirá, te lo juro.

Alejandro se levantó del taburete. 

—Anda siéntate. —Alejandro tocó el taburete en el que estaba sentado para que ella ocupara su lugar—. Te pondré el mismo modelo para que Yolanda y Francisco no se enteren del cambiazo. Solo espero no arrepentirme de esto.


Lo que la verdad esconde. Capítulo 49


    Melissa debía comenzar a terminar con la multitud de guerras abiertas que tenía en marcha y la primera era sacar a Óscar y a Borja de la cárcel. Ella reconocía que la historia contada a la organización no se sostenía ni con alfileres y sabía como iba a terminar aquello pero antes, debía saldar cuentas y procedería a liquidar la mayor cantidad posible de ellas. Ahora solo necesitaba que los hombres de Óscar le obedecieran al pie de la letra para que todo saliera según lo planeado. Para proceder con la misión de extracción convocó a los hombres seleccionados en el club. Hoy sería un día grande, o sacaban a los dos hombres de la cárcel o todos los iban a hacer compañía dentro.

Melissa estacionó su moto en la parte trasera del club y se dirigió con paso decidido a la puerta. Sabía que hoy se jugaba mucho, probablemente hasta su propia vida. La mujer no confiaba en ninguno de aquellos hombre, pero le gustara o no, los necesitaba para su fin. Cuando entró en el local todos los hombres la esperaban, ella antes de proceder a hablarles se dirigió a una silla, se quitó la chaqueta y la colocó en el respaldo cuidadosamente como si tuviera miedo de que se doblara o cogiera mala forma. A continuación se giró y los miró uno a uno de forma autoritaria.

—Hoy es un gran día para todos. Si todo sale según lo planeado haremos historia en este país. Este rescate perdurara en la mente de cada ciudadano de esta nación. Hoy será un día épico en el que haremos historia. Vosotros y solo vosotros seréis los protagonistas. Necesito saber si todos estáis de acuerdo con el plan. ¿Lo conocéis a la perfección? —Todos asintieron a modo de respuesta—. Sé que es la primera vez que recibís órdenes de las manos de una mujer y presumo que a muchos de vosotros no os hará mucha gracia, pero os guste o no, la libertad de vuestro jefe depende de mí y si queréis que regrese tienen que seguir cada una de mis órdenes sin rechistar. Recuerden que su propio jefe me dio potestad para ello. Si alguno no está de acuerdo con algo es el momento de decirlo. Cuando estemos ahí fuera —señaló la calle para enfatizar sus palabras—, no podemos permitirnos altercados por culpa de no seguir las jerarquías. Un fallo ahí fuera puede significar un varapalo absoluto para nuestra misión y ninguno de los aquí presentes creo que desee eso. Si alguien no quiere formar parte de esta misión que lo diga ahora. —Ninguno de los presentes se pronunció. Tras un tiempo prudencial para que sopesaran, la mujer procedió con sus ordenes—. Bien, pues ya que está todo claro es hora de que nos pongamos en marcha.

Todos los presentes cogieron sus armas y fueron abandonando el club para ocupar sus respectivos puesto. Melissa tras cambiarse y ponerse el traje de funcionaria de prisiones se subió a la furgoneta como copiloto. Tras comprobar que los supuestos reos estaban convenientemente colocados dio orden al conductor para que comenzara a conducir. 

Los hombres de Óscar habían hecho un buen trabajo maqueando una furgoneta para hacerla pasar por un furgón de transporte de prisioneros.

—No conduzcas tan rápido. Recuerda que somos funcionarios, no tenemos prisa —le reprendió Melissa al conductor. Este simplemente le hizo caso disminuyendo la velocidad—. Un pequeño fallo puede desbaratar el plan más elaborado. La clave está en los pequeños detalles.

El trayecto se hizo sin contratiempos. Cuando se estaban aproximando al recinto penitenciario la mujer se dirigió a todos los hombres, tanto a los que estaban en el mismo vehículo que ella como a los que estaban conectados por intercomunicadores y formaban también parte del plan.

—Chicos —comenzó Melissa—. Todos conocen su papel de ahora en adelante. Recuerden, ninguno debe salirse del plan original ocurra lo que ocurra. Si uno falla, todos fallamos. Si quieren tener a Óscar entre ustedes al final del día, no se hagan los héroes. Los héroes, normalmente, son los primero que mueren en la vida real. Ahora comienza nuestra actuación. 

La furgoneta en la que los cinco viajaban paró frente al primer control de la prisión. Melissa bajó del vehículo y se dirigió a los agentes.

—Traemos a tres detenidos —informó la mujer a dos agentes de prisiones mientras les enseñaba unos papeles que certificaban sus palabras.

Uno de los agentes la miró de arriba a abajo evaluándola detenidamente mientras el otro ojeaba los papeles. El chequeo ocular estaba durando más de lo habitual pero la mujer ni se inmutó.

—¿Dónde están David y Juan? —le preguntó el mismo agente que la observaba lascivamente. 

—De vacaciones, ¡yo que sé! —contestó Melissa despreocupadamente mirándolo directamente a los ojos—. Tobías me mandó aquí y, ¿quien soy yo para negarme?

—No dijeron nada el último día que estuvieron por aquí —respondió el mismo hombre.

—Si no me crees, llama a central. Tobias estará encantado de tener que darte explicaciones. ¿Crees que hemos venido saltando de alegría aquí? Si por mí hubiera sido, me hubiera quedado tranquilita en la oficina. Pero me mandaron venir y aquí estoy. —Melissa les entregó un dispositivo y el mismo agente que tomó los papeles lo intercepto—. Esos son los detenidos que traemos, vamos unas perlitas. 

El agente que cogió el dispositivo entró en la cabina y comprobó las identidades de los reos. Al poco tiempo salió.

—Pueden pasar —sentenció el agente al llegar a su altura.

Melissa asintió, giró sobre sus talones y subió de nuevo a la furgoneta. Ivan se internó en los terrenos de la prisión tras izar los agentes la barrera.

—¡Madre mía! ¿Te has fijado en esa tía? —le dijo el agente más inhibido a su compañero.

—Pues para serte sincero no.

—¿Estás ciego? ¿Tú viste como le quedaba el uniforme? Madre mía... —el hombre se lamió los labios teatralmente.

—Estás fatal, tío. Si te llega a ver mi mujer haciendo eso pediría a Tobias que me cambiaran de compañero.

—Si esa tía fuera tu compañera, seguro que dejabas de ser tan fiel a tu mujercita... 

—Anda, anda...





Ivan condujo tranquilamente dentro de la prisión como le había informado Melissa. Cuando se alejaron del control no pudo contenerse y tuvo que hacerle una pregunta.

—¿Crees que habrán sospechado algo?

—No sabría que decirte. Han sido un poco reticentes al no ver a los habituales pero no han sido excesivamente exhaustivos al nombrarles al supervisor. 

Ivan estacionó el coche delante de la puerta de internamiento de reos.

—Chicos —gritó Ivan a los hombres de atrás—. La función va a comenzar, señores. De su actuación dependerá el resultado final. No defrauden al jefe, él se lo recompensará con creces cuando consigamos sacarlo de aquí. Si uno cae, caeremos todos, recuerden esa premisa.

Los hombres de atrás asintieron. Alguien aporreó el cristal de la furgoneta. Melissa abrió la puerta para encarar la situación.

—¡Venga! No tenemos todo el día —dijo el guarda que había golpeado el vehículo.

—Traemos tres reos, señor —Melissa se bajó de la furgoneta al igual que Ivan, ambos imitaron al guarda y se dirigieron a la parte trasera del vehículo.

—Ya me han informado los agentes del perímetro. —El hombre metió una llave en la cerradura derecha—. ¿A qué espera agente? —preguntó el hombre dirigiéndose a Ivan. 

—Disculpe. —Ivan metió una llave en la cerradura izquierda y los dos hombres giraron sus llaves a la vez. A continuación el agente de prisión abrió la puerta y ojeó a los tres presos. 

—Bienvenidos a la Cárcel del Soto. —Dos agentes de prisiones se hicieron cargo de los reos—. Su trabajo aquí ha terminado, señores. De ahora en adelante estos hombres son nuestra responsabilidad.

—Si no es inconveniente me gustaría ir al servicio antes de irme —contestó Melissa.

El hombre la miró de arriba abajo. 

—Por supuesto que no es ningún inconveniente. Acompáñeme. —El hombre comenzó a caminar a paso ligero dirección a la prisión y la mujer lo siguió. 

Los agentes de prisiones con los que se cruzaban al ver el hombre que los escoltaba bajaban la mirada. 

—Fiona. —El hombre llamó a una mujer que al oír su nombre se acercó al grupo—. Acompañe a esta señorita al aseo, por favor. Es nueva, así que no sabe donde se encuentran.

—Sí, señor —contestó ella—. Sígame —agregó dirigiéndose a Melissa.

La mujer se internó en uno de los pasillos con paso decidido. Melissa la siguió a corta distancia. Tras caminar por varios pasillos la mujer se paró en seco enfrente de una de las puertas.

—Aquí tiene el baño. La esperaré aquí para llevarla de nuevo a la entrada. 

Cuando Melissa estaba a la altura de la mujer, una fuerte explosión hizo templar los cimientos de la prisión. Melissa aprovechó el desconcierto de la mujer para empujarla al interior de los baños. 






La puerta del baño se cerró tras su paso dejándolas solas dentro del recinto. Tras dicha acción, una explosión hizo temblar todo el edificio. Las dos mujeres se miraron antes de comenzar a luchar. El aseo era completamente blanco. Al lado derecho estaban los lavabos y los espejos mientras que al lado izquierdo estaban los habitáculos de los inodoros. 

Tras unos segundos de tanteos, ambas mujeres comenzaron a luchar. Melissa lanzaba patadas y puñetazos que Fiona repelía sin dificultad. Tenía como contrincante a una verdadera rival, no sería tan fácil ganarla como había previsto en un principio. Melissa decidió cambiar de táctica y corrió en dirección a Fiona derribándola contra los lavabos, la mujer simplemente pudo gruñir de dolor ya que no le dio tiempo a repeler el golpe. Pero la funcionaria era dura y no se rendiría tan fácilmente, así que sin previo aviso la propinó un fuerte golpeo en espalda que obligó a Melissa a ceder en su agarre. Melissa no esperaba tal reacción y se separó de ella para revaluar su táctica.

—¿Quién eres? —le preguntó la agente de prisiones. 

—¿Y eso qué más da ahora? —le contestó Melissa.

—¿Esa explosión también la has causado tú? 

Melissa la contestó primeramente encogiéndose de hombros para a continuación responderla de viva voz.

—Lo único que te puedo contestar es que de este baño no saldrás con vida. 

Fiona no se inmutó con la afirmación de la mujer que tenía enfrente y se lanzó contra ella. Melissa la asestó una patada en la cara que provocó un giro antinatural en la cabeza de su contrincante. Fiona cayó al suelo, pero se incorporó de nuevo y escupió sangre.

—Veo que eres una buena guerrera. —Fiona se limpió la sangre de su boca con la manga.

—A tí todavía te queda mucho que aprender. 

Melissa la lanzó un puñetazo que su contrincante interceptó retorciéndola el brazo.

—¿Quién es ahora la alumna poco aventajada? —le preguntó Fiona a Melissa.

Melissa le dio un pisotón a su enemiga y la volteó sobre su espalda tirándola al suelo. Fiona cayó de espaldas golpeándose fuertemente la cabeza.

—Lo siento querida, pero no dispongo de más tiempo para tonterías. Me has retenido ya demasiado tiempo. Desnúdate y dame tu ropa. Si haces lo que te digo quizás tenga piedad y te deje vivir.

Fiona se volteo sobre el suelo y poco a poco se puso de pie. En ese momento la puerta del baño se abrió de repente. Era Ivan que ya estaba vestido de agente de prisiones. Miró a las dos y sin previo aviso disparó a Fiona a la cabeza.  

—No nos queda mucho tiempo. Tú misma deberías saberlo —sentenció Ivan tras su acto.

Melissa se acercó a la mujer y comprobó sus constantes vitales. 

—¿Por qué la has matado? —le preguntó Melissa.

—¿Es qué teníamos otra opción? Si no te gusta mi proceder haberla reducido antes que tuviste tiempo de sobra. Vístete con sus ropas y punto. —Melissa desvistió a Fiona y se puso sus ropas incluida la gorra ahora ensangrentada—. Tenemos que encontrar a Borja y a Óscar cuanto antes si queremos salir de aquí ilesos. Vamos un poco justos de tiempo.

Melissa e Ivan comenzaron a caminar por los caóticos pasillos de la prisión. Los guardias corrían de un lado para otro y ninguno se fijó en su presencia. 

—Ey vosotros dos. —Melissa e Ivan pararon en seco—. ¿A dónde vais? Necesitamos hombres en el módulo cinco.

—El alcaide nos ha ordenado ir a la enfermería —sentenció Ivan. 

El agente asintió en su dirección y se fue.

—Vamos, es por aquí —dijo Melissa recodando el pasillo a la derecha—. ¿De cuánto tiempo disponemos? 

Ivan miró su reloj.

—Quince o tal vez diez minutos —respondió él.

—Entonces nos toca correr.

Melissa era la guía. Tras cruzar varios pasillos se paró frente a una puerta. 

—Hemos llegado —anunció la mujer. 

—Bien. 

Ivan abrió la puerta, fue el primero en entrar a la enfermería. Dos agentes escoltaban a los dos reos que allí se encontraban. Antes de que pudieran reaccionar los disparó. A continuación fue directo a la camilla en la que se encontraba Óscar.

—Pensé que nunca vendríais —dijo Óscar al verlos.

—Eso nunca, señor —contestó Ivan—. Está esposado. 

—Guardan las llaves en aquel armario —informó Óscar mientras lo señalaba.

Melissa se dirigió a él y cogió dos llaves, una se la tiró a Ivan y con la otra abrió las esposas de Borja.

—¿Qué está pasando aquí Melissa? —preguntó Borja cuando estaba al lado de su cama.

—Hora de irse. Esta prisión ya no es segura para usted. Debe salir del país cuanto antes si quiere seguir con vida. Los eventos ahí fuera se han precipitado más rápido de lo que supusimos.

—¿No dirás que no he cuidado bien de tu juguete, eh preciosa? —intervino Óscar.

Melissa vio la cara magullada del padre de Germán y decidió no contestar.

—¿Este era tu hombre de confianza en prisión? —preguntó Borja. 

—Ya ves viejo —contestó Óscar—. ¿Cuál es el plan para salir de aquí? Porque con el jaleo que habéis montado ahí fuera pronto esto se llenará de policía

En ese momento dos explosiones más tuvieron lugar en el complejo. La sirenas comenzaron a sonar. 

—Hora de irse, caballeros —anunció Melissa—.  Esto ahora es una bomba a presión a punto de estallar. —Melissa señaló a los dos agentes—. Tendréis que cambiaros de ropas, caballeros. —mientras Borja y Óscar desvestían a los agentes muertos continuó hablando—. Borja vendrás conmigo y tú Óscar irás con tu hombre. Nos encontraremos en la azotea del modulo tres. Recordad, a pesar de que lleváis gorras nunca miréis hacía arriba, es mejor que llevéis la cabeza algo gacha. No podemos permitirnos que las cámaras tomen imágenes nuestras huyendo de este modo. —Todos asintieron—. Ahora vamos. —Melissa señaló la salida a Ivan y este y Óscar se fueron de la estancia.

—No sé como puedes confiar en tipos como ese —intervino Borja cuando los dos hombres se habían ido.

—Salga caminando como si nada, tranquilamente, no vaya más rápido de lo normal —contestó Melissa saliendo por la puerta con Borja a su espalda—. Camine a mi vera, Borja. 

—Ese tío me acaba de pegar una paliza, ¿sabes?

—Sus motivos tenía —Melissa interceptó el paso a Borja. Dos agentes pasaron por el pasillo corriendo sin fijarse en ellos. 

—¿Sus motivos tenía? —le contestó Borja. 

—Yo le ordené que te mandará a enfermería para llevar a cabo vuestra fuga. Borja, esto no es un juego, sigue cada una de mis indicaciones. Un paso en falso y ni siquiera yo podré salvarte. ¿De acuerdo? —Borja la miró a los ojos y asintió—. Bien. Ahora sígueme a poder ser en silencio. 

Melissa se dirigió a una puerta, la abrió y ambos comenzaron a bajar unas escaleras. 

—¿No se supone que íbamos a la azotea?

—Sí, pero el camino más corto a veces no es el más seguro —contestó ella. 

Cuando llegaron al final de la escalera un hombre interceptó su paso.

—¡Vaya, vaya! Mira que preciosidad tenemos por aquí. —Otros dos reos salieron de las sombras—. Hoy es nuestro día de suerte, chicos. 

El hombre se acercó a Melissa y cuando la iba a tocar está lo esposó en la barandilla de la escalera. Una vez que estaba allí inmovilizado se dirigió a los otros dos.

—Si nos dejáis pasar, haremos la vista gorda. Podréis seguir con vuestra maravillosa excursión escolar. Sino...

Uno de los reos se abalanzó sobre ella antes de que terminara la frase, el otro se fue contra Borja. Melissa comenzó a luchar contra el suyo pero su trabajo no era nada fácil, su contrincante era dos veces su tamaño. Sus patadas y sus puñetazos eran como caricias para él. Melissa evaluó qué tal le iba a Borja y parecía que no le estaba yendo mucho mejor que a ella. La mujer centró su atención en su contrincante, en ese preciso instante oyó un disparo. Melissa y su enemigo pararon su pelea en seco. Melissa se giró y vio a Borja empuñando un arma en su dirección. 

—Borja, no lo hagas. —Melissa levantó las manos en un acto reflejo—. Si me disparas, ¿crees qué podrás ser capaz de salir de aquí?

El hombre no la oyó y disparó. Melissa cerró los ojos pensando que ese sería su último día en la tierra. Al abrirlos, Borja seguía empuñando el arma en su dirección. Se encontraba en shock, acaba de matar a dos hombres en solo un minuto.

—Vamos Borja. Ya habrá tiempo para arrepentimientos. Ahora debemos centrarnos en salir de aquí cuanto antes, no disponemos de mucho tiempo para ello.

Melissa lo cogió por el codo y tiró de él. Borja corría sin tener constancia de lo que realmente hacía. Subieron por una escalera de caracol y salieron a la azotea. Allí les esperaba un helicóptero cuyas aspas estaban en funcionamiento. La pareja corrió hacia él. Dentro ya estaban Óscar e Ivan.

—Estábamos apunto de irnos, preciosa —dijo Óscar al subirse esta en el helicóptero seguida de Borja.

—Deja de llamarme preciosa, Óscar. —Melissa se puso el cinturón mientras el helicóptero comenzaba a despegar—. Sabes que odio que me llames así.






Yolanda entró corriendo en el despacho de Francisco.

—Francisco. Ha surgido un contratiempo. 

—¿Un contratiempo? ¿A qué te refieres, Yolanda? —le preguntó Francisco desviando su vista del ordenador en el que se encontraba inmerso.

—Borja ha escapado de la prisión hace una hora.

—¿Hace una hora y me informas todavía ahora? —gritó Francisco a su segundo. 

—Yo... 

—Quiero las imágenes de las cámaras de esa prisión —le cortó mientras se levantaba rápidamente de su silla—. Y las quiero ¡ya! 

El hombre salió de su despacho como alma que llevaba el diablo en dirección al puesto de Tania. 

—Tania, quiero las imágenes de las cámaras de la prisión del Soto y las quiero para ayer.

—Sí, señor —contestó Tania mientras miraba a sus hombres. Estos en segundos tenían las imágenes que el jefe les había pedido—. Todo apunta que estos dos y los tres reos que transportaban fueron los encargados de sacar a Borja de esa prisión —agregó Tania al poner las imágenes en la pantalla central.

—¿Sacaron a alguien más? —se interesó Francisco.

—Todavía es pronto para saberlo, señor. Los agentes de prisiones se encuentran haciendo el recuento de todos los prisioneros. Quizás al finalizar la tarde ya sabremos algo más. Por el momento, el único confirmado es Borja.

—¿Por qué ya sabéis que él está fuera?

—Su pabellón ya ha sido recontado. 

—Mándame esas imágenes a mi terminal, he de estudiarlas detenidamente. No quiero interrupciones —sentenció Francisco antes de volver a su despacho y cerrar la puerta de un fuerte portazo.





El helicóptero que transportaba al grupo estacionó en el helipuerto de un yate lujoso en mitad del océano. A su alrededor ni rastro de civilización, solo había masa de agua. El primero en bajar fue Óscar, ya que era el único que conocía aquel lugar. 

—Gracias a Dios que estoy fuera de ese inmundo lugar. —Óscar cerró sus ojos y aspiró fuertemente—. Como echaba de menos este aroma y el ruido del mar. ¿No creéis que es relajante?

—Necesito que saques a Borja del país. —Melissa sacó de su ensimismamiento a Óscar. No estaba dispuesta a perder más tiempo. Borja había salido de prisión pero hasta que no se alejara lo más posible de aquella ciudad no estaría realmente a salvo.

—Yo ya he cumplido con mi parte del trato. Según me dijiste salvándole el culo en esa prisión tú y yo saldaríamos cuentas.

—Necesito que lo saques del país. Para tí será coser y cantar conseguirle una nueva identidad y todo lo necesario para que esa nueva tapadera se sustente.

—Para mí eso no es nada, pero no tengo intención en hacerlo.

—¿Qué necesitas que haga por tí? Una persona como tú siempre tiene enemigos que eliminar.

Óscar la miró y la sonrió.

—¿Tanto vale ese hombre para tí? —preguntó Óscar mirando a Borja—. Dios mío, tú te enamoraste de su hijo, madre mía, quién lo diría...

Melissa le aguantó la mirada pero no le contestó al instante.

—Eso no es de tu incumbencia. ¿Qué quieres para sacarlo de aquí?

—Hablemos en mi despacho. 

Óscar se dirigió a una escaleras seguido muy de cerca por Melissa. El barco era grande. Su guía abrió una puerta y esperó a que ella entrara para cerrarla.

—Siéntate, por favor —le invitó Óscar.

El despacho en el que se encontraban era bastante amplio para encontrarse en un yate. Disponía de un preciosos escritorio de materiales nobles y una pequeña zona de estar con minibar incluido. Melissa se sentó en el sofá que le señaló el anfitrión.

—¿Quieres tomar algo? —le preguntó Óscar.

—No bebo durante las misiones —contestó ella.

—Que yo sepa tu númerito en la cárcel ya terminó. Estamos lejos del peligro. Puedes tomarte una copa si lo deseas. Venga, anímate.

—No quiero tomar ninguna copa. Solo quiero cerrar un trato y en cuanto lo haga, me iré de aquí.

—De acuerdo, preciosa, no continuaré insistiendo —respondió Óscar mientras se servía una copa para él mismo. A continuación, se dirigió al sofá que se encontraba en frente del que ella ocupaba y se sentó en él—. Tengo un enemigo que últimamente quiere hacerse con ciertas partes de mi territorio. He matado a alguno de sus colaboradores pero parece que no es suficiente ya que sigue insistiendo en su empeño. Quiero que lo elimines y cuando lo hagas no te preocupes por Borja, yo le protegeré como si de uno de mis propios hombres se tratara. Le proporcionaré una nueva identidad y lo sacaré de este país. ¿Tenemos trato?

—¿No crees que estás estirando excesivamente de la cuerda?

—No veo por qué. Ambos tenemos una necesidad, ¿por qué no solventarlas ayudándonos el uno al otro?

—Porque estás aprovechando excesivamente tu ventaja técnica.

Óscar sonrió.

—Bueno cada uno aprovecha su ventaja lo mejor que puede. ¿Qué te cuesta a ti eliminar a una simple persona?

—Tienes recursos suficientes para conseguir quitarte de en medio a cualquier competidor tú solo. ¿Por qué me necesitas para ese trabajo?

—¿Aceptas el trato?

—¿Me queda otro remedio?