miércoles, 30 de junio de 2021

Lo que la verdad esconde. Capítulo 2.

    Melissa había quedado con Borja, el secretario del presidente del país, en una de las fábricas abandonadas del puerto marítimo de Ximar. Ella debía acudir sola, sin la compañía de ninguno de sus compañeros. Así de claro había sido el mensaje que había recibido aquella misma mañana por los cauces habituales. Iría sola, sí, pero no desarmada y sin un plan de evacuación bien definido y estudiado.

La fábrica, en la que concretamente iba a tener lugar el encuentro, era bien conocida por ella, había ido a ella ya en varias ocasiones. Melissa, por supuesto, tenía alguna que otra sorpresa preparada por si las cosas no salían según lo previsto. En ese tipo de reuniones merecía la pena ser precavida. Nunca se sabía que te podías encontrar al finalizar la misma.

El puerto marítimo era una de las zonas industriales de la ciudad Ximar. En pleno día, había cierto movimiento, pero a las diez de la noche, aquella zona estaba completamente desierta. 

En pleno boom industrial, aquel puerto había funcionado a pleno rendimiento tanto de día como de noche. Pero tras la crisis que asoló a todo el país, muchas de las empresas que allí se encontraban tuvieron que cerrar y las que consiguieron resistir, lo hacían a duras penas. Aquel puerto ilustraba lo que había sido en algún tiempo el boom industrial de aquella ciudad, ahora solo quedaban los restos humeantes de aquella increíble era.

Melissa llegó a la verja de la fábrica acordada. El portón ya se encontraba abierto, eso quería decir que Borja ya había llegado al punto de encuentro. La mujer miró su reloj, llegaba a la hora. 

En lugar de entrar en la fábrica en moto, decidió aparcarla a la derecha del portón. Apagó el motor, quitó las llaves del contacto, se quitó el casco tranquilamente y lo colocó encima del asiento de la moto. Con paso decidido y resuelto, entró en el interior de la fábrica. 

Allí ya estaba Borja esperándola junto a su guardaespaldas de pie al lado de su vehículo de alta gama, coche pagado con los impuesto de todos los contribuyentes de aquel país. Melissa también se fijó en el resto de la fábrica, a simple vista parecía que no había francotiradores apostados en la zona alta, pero uno no debía fiarse de las primeras impresiones. En ocasiones, es necesario esperar para estar seguro de las circunstancias.

—Buenas noches, querida. Tu siempre tan puntual como de costumbre. —Borja dio dos pasos en dirección a Melissa y a continuación se paró para esperarla.

—No soy querida tuya, Borja —le contestó ella mientras se acercaba a él mirándolo directamente a los ojos—. No he venido hasta aquí a ligar contigo y además, es justo que te diga que no eres mi tipo. Si quisiera ligar iría a la discoteca. Créeme cuando te digo que no vendría aquí, a esta fábrica en ruinas perdida de la mano de Dios.

Borja se rió por el comentario de Melissa.

—Siempre destilando ese humor tan característico tuyo. Pero en el fondo, me estás cogiendo cariño, eso no lo puedes negar.

—No creo que me hayas mandado venir hasta aquí para disfrutar de mi sarcástico humor. ¿O me equivoco?

Borja sopesó bien su contestación antes de responder. 

—Siempre tan directa. Pero en algo si tienes razón. He venido, bueno mejor dicho, nuestro presidente me ha mandado venir para ordenaros una nueva misión. En este sobre —agregó mientras se lo tendía a Melissa— esta la foto y las señas de vuestro próximo objetivo. El presidente quiere su eliminación para antes de que termine este mes.

Melissa abrió el sobre que Borja le había tendido y miró la foto que contenía. El objetivo no era ni más ni menos, para el asombro de la joven, que el vicepresidente del país. Tras reconocerlo, guardó de nuevo la foto en el sobre y se lo devolvió.

—Lo siento Borja pero esta misión no la podemos ejecutar. Nosotros no nos encargamos de asesinar gente inocente. Tanto el presidente, como tú, sabéis que solo eliminamos a criminales. No deberías haberme echo venir hasta aquí para nada. 

—¿Quién dice que este hombre es inocente? Este hombre no es ningún santo, créeme.

—Soy joven pero a estas alturas ya sé que nadie es un santo. Ni siquiera tú, ni tu presidente los sois. Ambos conocéis perfectamente nuestro código. Ese hombre no cumple ninguno de los requisitos para que nosotros actuemos. No somos simples asesinos a sueldo. No hemos sido adiestrados para eso. Somos algo más y tú lo sabes. Para ejecutar a alguien a sangre fría, por problemas personales entre vosotros, existen otros cauces, y desde luego nosotros no estamos entre ellos.

 Melissa se dio media vuelta sobre sus talones y comenzó a caminar en dirección a la salida con la intención de abandonar el lugar.

—¿A dónde te crees que vas? —gritó Borja—. Esta reunión que yo sepa no ha terminado todavía.

Melissa se paró en seco al oír aquellas palabras del hombre y se dio la vuelta para encararlo.

—Puede que para ti esta reunión no haya terminado pero a lo que a mi compete sí, si solo tienes ese objetivo que entregarme, claro. Te reitero que mi gente no ejecutar inocentes. Si quieres eliminar a ese hombre, búscate a otros que lo hagan.

—Vuestro equipo fue creado para esto, para eliminar los objetivos que el presidente y su gobierno creyeran oportunos. —Borja hablaba de forma malhumorada—. Vosotros solo recibís órdenes, no os compete tomar decisiones.

—No tergiverses las cosas, Borja. Mi equipo, como tú nos llamas de forma tan despectiva, fue creado para matar a los criminales que evaden la penosa justicia de este país, no para asesinar por encargo gente completamente inocente como es ese hombre. Por Dios, es el vicepresidente del país. Si no lo queréis a vuestro lado, ¿no es más sencillo apartarlo de su puesto? Tenéis medios para hacerlo.

—¿Es tu última respuesta? —preguntó Borja.

—En realidad es la única respuesta que puedo darte y tú ya lo sabías de antemano. No se que tendréis contra ese hombre, pero nosotros no somos la solución.

—Muy bien, querida —respondió Borja al escucharla—. Os arrepentiréis de esto. Ya creo que lo haréis y no dentro de mucho tiempo. Luego no digáis que no os avisamos.

—¿Es una conminación? —Melissa no se podía creer la amenaza que acababa de oír de la boca de aquel hombre.

—Estáis rehusando cumplir una orden directa del mismísimo presidente de este país. Yo no llamaría a esto amenaza. —La joven se quedó impasible ante la amenaza que teñía la voz de aquel hombre—. Muy bien. Comunícales a tus superiores que el presidente esta muy indignado por la postura que habéis tomado ante este caso. Pronto recibiréis noticias nuestras. Buenas noches.

Borja se dirigió a su vehículo. Tanto él como su guardaespaldas se introdujeron en el coche. Melissa, por su parte, se dirigió a la salida de la fábrica. Cuando oyó que las puertas del automóvil se cerraban, corrió rápidamente a resguardarse tras un container de las balas que procedían de la zona alta de la fábrica. La amenaza de Borja no había tardado en llevarse a cabo. Los francotiradores, que hasta aquel momento habían permanecido ocultos, ahora no paraban de disparar contra el container tras el que se resguardaba la mujer. A aquel ritmo, la resistencia metálica que le profería el contenedor, no tardaría mucho en ceder. Melissa vio como el coche del secretario abandonaba el lugar e incluso como se despedía de ella con un leve movimiento de mano y una sonrisa plasmada en su cara. Parecía que se reía de su complicada situación. 

—Eres un imbécil si crees que unos estúpidos principiantes van a acabar conmigo. ¡Vas tu listo! —Melissa habló al coche mientras este se iba—. No sabes con quien te estás enfrentando.

En ese momento, Melissa presionó la manecilla de su reloj que provocó la detonación de las cargas colocadas en un círculo alrededor de ella. Una placa de cemento con ella y el contenedor encima se precipitó al vacío. 

Los francotiradores al oír de donde procedía la detonación se quedaron atónitos. No se esperaban semejante acontecimiento, les había pillado por sorpresa tal artimaña por parte de la mujer. Los hombres comenzaron a correr en dirección a las escaleras para intentar ir tras ella.

Melissa, por su parte, comenzó a correr a través de la gran tubería donde había terminado la placa de cemento. Aquella tubería era la salida de la depuradora de agua de la ciudad. En aquellos momentos estaba vacía, pero en tan solo tres minutos se llenaría de agua sucia, agua que desembocaría en el mar y si ella no llegaba a la salida antes de que aquella tubería se llenara, aquellas paredes serían su tumba. Melissa corrió mirando su reloj. Le quedaban dos minutos. La salida todavía estaba bastante lejos de donde ella se encontraba. Si no llegaba al final a tiempo, el agua sucia de la ciudad de Ximar la ahogaría. Treinta segundos. Presionó otra vez la manecilla de su reloj. Cinco segundos. Melissa oyó como el agua comenzaba a entrar en la tubería y gritos de hombres que habían sido arrastrados por el agua. Algunos francotiradores habían decidido perseguirla por la tubería y por tal decisión, habían encontrado su propia muerte. Ya solo le quedaban cinco metros para alcanzar su meta, estaba muy cerca, pero la joven oía como el agua estaba cada vez más cerca de su posición. Melissa aceleró aún más su marcha. 

¡Pum! 

La joven calló al mar, buceó lo más rápido que pudo para alejarse lo mas posible de la caída del agua de la tubería. Si no conseguía alejarse lo suficiente, la presión del líquido al caer la succionaría hacia el fondo con el consiguiente fatal desenlace para ella. Al cabo de un minuto, Melissa salió a la superficie. Desde el agua contempló como ardía la fábrica donde había tenido lugar, hacía unos pocos minutos, su reunión con Borja. El segundo toque a la manecilla de su reloj había activado satisfactoriamente las cargas colocadas en su ya antigua moto. Las llamas que estaban consumiendo la fábrica se verían desde toda la ciudad y la explosión también se habría sentido desde la urbe. En pocos minutos, todo el puerto estaría lleno de policías y curiosos. Debía abandonar el lugar con la mayor urgencia posible si quería salir de allí sin ser descubierta.

—Jolín. ¿Por qué siempre tengo que terminar mojada? ¡Lo odio! —se recriminó a ella misma.

Melissa evaluó su situación y decidió nadar hasta la escalerilla más próxima del puerto. Melissa nadaba con un estilo muy pulcro y en breves instantes llegó a su meta. La mujer se agarró a la barandilla de la escalerilla y comenzó a ascender. Una vez que ya había llegado a la superficie, corrió al abrigo del edificio más cercano. A continuación, comenzó a correr a través de las solitarias calles. Corría pegada a la pared de los edificios por miedo a ser descubierta. Tras pasar varias manzanas, llegó a un edificio que desprendía un olor muy característico; era la lonja donde los marineros llevaban sus capturas del día para venderlas al mejor precio posible. Por las mañanas aquella zona era un hervidero de gente, pero ahora estaba desierto. Tras recodar el edificio vio el regalo que estaba buscando.

—¡Oh, Alex! Si estuvieras aquí, te daría un beso.

Melissa encontró una moto MTT Turbine negra en el sitio dónde habían acordado. Se puso el casco que estaba sobre ella, y se subió a ella. Sacó de su bolsillo del pantalón la llave de su anterior moto y la introdujo en la ranura, era la prueba de fuego, quizás aquella no era su nueva moto. Tras contener un poco la respiración, la mujer giró la llave y un ruido que la excitaba rugió. Sí, definitivamente aquel era el regalo que Alejandro había dejado para ella. Giró un poco la moto y aceleró primero con poca intensidad y después a todo gas. Las sirenas de la policía comenzaban a oírse lejanamente. Le quedaba poco tiempo para abandonar el puerto de forma segura y sin ser descubierta. Melissa consiguió salir del puerto antes de que la policía llegara. 

La mujer vio oculta, desde la lejanía, como la policía, el servicio de bomberos y el servicio médico llegaban al lugar. Tras ver durante un rato la procesión de efectivos, decidió dirigirse a la base de la organización Águila para informar a sus superiores de lo acontecido en la nefasta reunión con Borja. Francisco, su jefe debía conocer todos los detalles, era de vital importancia que lo hiciera. La seguridad de todo el grupo estaba en riesgo y él debía tomar medidas para mantenerla.

martes, 22 de junio de 2021

Lo que la verdad esconde. Capítulo 1.

    Una limusina negra llegó a la puerta exterior de la casa de Melissa Talso. El conductor esperó a que las puertas se abrieran para acceder a la propiedad. Todavía era de día, pero faltaban escasos quince minutos para la puesta de sol. El color del cielo era precioso, los tonos rojizos teñían las escasas nubes que surcaban el firmamento. El vehículo estacionó delante de la puerta principal de la vivienda. Antes de que el conductor apagara el motor del vehículo, Germán ya había abierto la puerta.

—Sergio, no es necesario que bajes. Yo mismo puedo abrir mi propia puerta.

Germán salió del coche antes de esperar la respuesta de su chófer y se dirigió a la puerta de la casa. Tocó el timbre y en escasos diez segundos la asistente de su novia abrió la puerta.

—Buenas tardes, señor —le saludó la mujer con una inclinación de cabeza.

—Buenas tardes. ¿Está Melissa? —La mujer asintió mientras Germán entraba—. ¿Melissa? ¿Estás ya preparada, cielo? —preguntó el apuesto hombre desde el centro del hall.

—Estoy en el salón, Germán —le contestó ella.

Germán era alto, medía un metro noventa. Tenía el pelo corto y ondulado, castaño claro, casi rubio. Sus ojos azul cobalto se escondían tras unas tupidas y largas pestañas. Sus andares demostraban seguridad. Era un hombre muy guapo y él lo sabía y lo aprovechaba. 

—¿Estás enferma, cielo? —le preguntó él al entrar en el salón y verla echada en el sofá tapada con una manta hasta el cuello.

—Si. Siento no haberte llamado antes para informarte de mi estado. Me acosté aquí en el sofá para ver la televisión y me quedé dormida —le contestó ella medio somnolienta todavía.

—No pasa nada, cariño. —El hombre la cogió los pies, se sentó en el sofá al lado de ella y los reposó sobre sus piernas—. ¡Tienes fiebre! —comentó tras comprobar la temperatura de la mujer en frente y labios—. Llamaré a un médico para que te examine —añadió mientras sacaba el móvil de su abrigo y comenzaba a marca un número de teléfono.

—No, Germán, por favor. No hace falta que llames a ningún médico —le dijo ella mientras le quitaba el móvil de la manos antes de que pudiera hacer la llamada—. Solo tengo una simple gripe. Con un par de días en la cama, calentita, me curaré. No es necesario molestar a nadie por una simple gripe. 

—Bueno, entonces llamaré a mi representante y le diré que no voy a asistir al estreno de la serie —le contestó él mientras intentaba recuperar de nuevo su teléfono de las manos de su chica.

—Germán, por favor —respondió ella sin permitirle recuperar su celular—. No puedes perderte el estreno, eres el protagonista. ¿Qué pensaría la gente de tu ausencia? Tienes que asistir, es un día muy importante para ti. Lo único que agrava mi enfermedad, es no estar contigo ahí para quitarte de encima al montón de mujeres que se te tirarán al cuello nada más verte. Eres tan guapo que eres un imán para las féminas. 

Germán se rió con ganas.

—Pueden tirárseme un montón de mujeres al cuello, si es lo que quieren. Pero yo solo tengo ojos para ti, Melissa y lo sabes. Tu me robaste el corazón y eso no cambiará.

El hombre intentó finalizar la frase inclinándose sobre su chica para besarla. 

¡Shhh, shhh, shhh! No, no, no. —En el último momento Melissa consiguió intercalar una de sus manos entre su boca y la de su chico—. No vas a conseguir que te contagie, si es lo que estás buscando. —Germán la miró con tristeza. Lo que más deseaba en aquel momento era besarla y se lo había impedido—. ¡Ale, ale! Tienes al pobre chófer esperándote ahí fuera. No te hagas de rogar. ¡Venga, venga! No hagas esperar a tus ansiosas fans. Ellas necesitan verte para saciar sus fantasías mas eróticas. 

—¿Tu ya has saciado las tuyas? —le preguntó de forma pícara.

—¿Quieres que te sea sincera? —Germán asintió a modo de contestación mientras la miraba fijamente a los ojos—. No. El verte ahí sentado a mi lado, tan guapo, tan perfecto y yo así de horrible. —Melissa señaló su pelo arremolinado. 

—Tu estás preciosa aunque vayas vestida con un saco y hayas metido los dedos en el enchufe.

—Si, claro. Bueno a lo que iba, la cuestión es que en lugar de saciar mis fantasías, las has avivado aún más. —Melissa humedeció sus labios—. Azuzas mis instintos mas primarios de una forma que nadie lo había hecho antes. A veces me cuesta controlarme y eso me preocupa. Yo siempre he sido muy acometida, pero tu presencia me desinhibe.

—Con esas palabras haces que mi determinación de abandonarte aquí se quebrante. La verdad es que si por mi fuera, me quedaría aquí contigo haciendo de enfermero para ti —agregó el hombre con picardía en sus ojos—. Tengo una idea. ¿Qué te parece si tras la fiesta del estreno de la serie vengo a dormir aquí?

—¿A dormir aquí? La fiesta terminará tardísimo. Para cuando llegues, me encontraré ya en mi tercer sueño. Será mejor que vengas mañana aunque estés un poco resacosillo. Así jugaremos al mismo nivel. —Melissa le sonrió.

—No vas a conseguir que cambie de opinión, Melissa. Prefiero venir a dormir hoy aquí para así mañana poder cuidarte como una reina, como tu te mereces. —ambos se miraron cariñosamente—. Bueno cariño —agregó mirando su reloj—, creo que es hora de que me vaya si quiero llegar a tiempo al estreno. —Germán besó su dedo indice y lo puso sobre los labios de Melissa—. Te quiero, Melissa. Hoy es uno de los días más importantes de mi vida pero está algo empañado por que tú no puedes acompañarme. 

—Yo también te quiero, German —le contestó ella tras besar el dedo de su novio—. Siento no poder acompañarte hoy al estreno. Pero te prometo que el próximo no me lo perderé por nada del mundo. Te compensaré, te lo prometo.

El hombre se levantó del sofá.

—Ya creo que me compensarás. Hoy pensaba ir acompañado por la mujer más espectacular del planeta. Me hubieras ayudado desviando algún que otro objetivo de mi persona. En cambio ahora, todas las cámaras se posarán sobre el todavía soltero más codiciado del momento sin saber que ya estoy pillado.

Melissa le sonrió.

—No te entretengas más, Germán. Si sigues por ese camino, será el primer estreno sin la estrella principal del reparto.

 Finalmente, Germán la miró por última vez y la hizo caso abandonando la casa. Melissa escuchó como arrancaba el motor del vehículo de Germán y sintió como el coche de su novio se distanciaba de su hogar. 

Tras un rato de espera, dando tiempo por si Germán regresaba de nuevo, se quitó la manta de encima y se levantó del sofá para dirigirse a la biblioteca. Tras entrar en la estancia, Melissa cerró con llave la puerta para que nadie la molestara mientras estuviera dentro. A continuación, se dirigió a las ventanas y cerró las cortinas para que no se viera el interior de la habitación desde el exterior. La mujer se dirigió a la estantería de la derecha de la biblioteca. Tras quitar los libros del estante del centro, sacó un poco la balda. Hizo la misma operación con el estante de abajo de este. Metió sus manos en cada uno de los huecos que habían dejado las baldas respecto al frontal del mueble y tiró de ellas hacia afuera. El mueble escondía una escalera que conducía a un sótano secreto, una habitación que solo ella sabía que existía. 

Melissa comenzó a descender las escaleras, las bajó rápido pero sin correr. Cuando llegó al final de las mismas, una amplia habitación apareció ante ella. Justo en frente de las escaleras, había una zona de entrenamiento que constaba de un saco de boxeo, una cinta de correr, un banco de hacer abdominales y varias maquinas de musculación. A la derecha, había una pequeña armería. Melissa se dirigió hacia allí decidida, sin pensárselo dos veces. Una vez allí, se quitó el pijama que llevaba puesto y seguidamente se puso un mono pantalón ajustado de color negro y unas botas militares del mismo color. A la altura de la pantorrilla derecha, se ajustó una banda a la que amarró una navaja militar. En el muslo izquierdo se colocó otra a la que aseguró varios cargadores. Encima del mono-pantalón se puso otro pantalón tipo motero con aberturas estratégicamente colocadas justo donde tenía ancladas la navaja y los cargadores. Para finalizar el conjunto, se puso una funda sobaquera para llevar dos pistolas, una a cada lado de su cuerpo. Colocó las dos armas convenientemente cargadas y se vistió una cazadora. Melissa cerró la cremallera de su cazadora, y se dirigió a un pequeño espejo que había en la armería. Se peinó su pelo y lo recogió en una coleta. Había mechones de pelo que no se sujetaban y los afianzó con unas horquillas. 

Después de comprobar varias veces toda su indumentaria, subió la escalera e hizo la operación contraria a cuando abrió la puerta de su sótano secreto. Empujó las dos baldas de la biblioteca a la vez hasta que oyó un click que indicaba que se había cerrado convenientemente todo el mecanismo de la puerta. A continuación, colocó de nuevo todos los libros en su lugar original. Una vez que hubo finalizado convenientemente su trabajo, abrió la puerta de la estancia y se dirigió al garaje. 

El garaje se encontraba en la otra ala de la casa. Por el camino no se encontró a ninguno de su criados y aunque lo hubiera hecho, ninguno se atrevería a preguntarla a donde se dirigía. Cuando llegó a la puerta del garaje, la abrió, entró dentro y encendió la luz. El garaje era muy grande, había hueco para aparcar cinco coches, pero Melissa solo disponía de dos y una moto, por lo que el lugar estaba medio vacío. 

La mujer descendió rápidamente las escaleras del garaje y se dirigió directamente a la pared en la que había un armario donde guardaba los cascos de moto y los guantes moteros. Eligió un casco negro y unos guantes del mismo color. Tras ponérselos, se subió a su moto, una Kawasaki ninja negra. Al acercase al portón, este se abrió y Melissa se encontró en la zona exterior de su mansión. En lugar de salir por la entrada principal de su casa, decidió salir por la parte trasera con las luces de su moto apagadas. La joven conocía aquel camino como la palma de su mano, por lo que no necesitaba llevar las luces de su moto encendidas para guiarse. Tras unos segundos, llegó al final de su propiedad y se incorporó a la carretera principal. A una distancia prudencial de su hogar, encendió las luces y aceleró su moto a todo gas. Si quería llegar a tiempo a su cita, debía conducir rápido. Había quedado en el otro extremo de la ciudad y debía llegar en treinta minutos. Era una misión complicada pero no imposible para ella.